Meses antes de iniciarse la campaña para la elección
presidencial de 1999 todavía se observaban viejos graffitis en las paredes de
Caracas con letreros representando una plegaria del pueblo, implorando,
“presidente, amárrese los pantalones” Era un mensaje al presidente Caldera al
inicio de su último mandato que llevaba implícito un llamado concreto para que llevara adelante un gobierno
fuerte y honesto que le permitiera resolver los harto conocidos problemas que
hasta la época veníamos sufriendo los venezolanos. Al final de su mandato en 1999 los problemas
no solo no habían sido resueltos sino que más bien tendían a empeorar. Y ahí llegó Hugo Chávez con la promesa de por
fin, resolver los problemas que nos azotaban.
Su plan de gobierno fue aceptado por una amplia mayoría de nuestros
compatriotas.
La democracia estaba estancada y sus líderes hasta la
fecha no la habían cuestionado para pedirle, por qué no nos aseguraba los
buenos resultados que ella le brindaba a los países de larga tradición
democrática. Les faltó lucidez para ver en el fondo la infinita capacidad de la
democracia para aceptar la perfectibilidad.
Con una cultura democrática
incipiente, la carga emocional colmó la política y llevó al pueblo y sus
líderes, a soñar, a creer, que por fin, ese era el momento de enrumbar definitivamente
a nuestro país por el buen camino, el camino del desarrollo. Pero, soñar y creer a ojos cerrados sin la
reflexión necesaria como base de apuesta a la democracia no es suficiente.
Soñar es fuerza de motivación, pero se necesita reforzarla con pragmatismo
político de buen gobierno al
largo plazo y visión de estado. Eso nos ha faltado. Eso es lo que han hecho muchos otros países,
países jóvenes, contemporáneos del
nuestro y cuyos resultados en términos de bienestar social y desarrollo
industrial y tecnológico están a la vista, ejemplo para mencionar algunos: EUA,
Canadá, Australia, sin mencionar a los países de Europa occidental.
Aunque sus sociedades han sido afectadas por
la delincuencia, crimen y corrupción, males que de manera crónica han afectado
a la sociedad Venezolana, ellos hacen, de manera permanente, todo lo posible
para reducir esos males a su mas mínima expresión liberando a sus pueblos para
las tareas de desarrollo. Esa es la
diferencia fundamental que distingue a esos países del nuestro. ¿Sera que son
superiores a nosotros, serán más inteligentes que nosotros? Definitivamente no. No somos ni inferiores ni menos inteligentes
que otros pueblos. Tenemos todo lo que
se necesita para construir un gran país democrático. Tenemos los recursos humanos y suficientes recursos materiales que la naturaleza ha puesto a nuestra
disposición.
La diferencia fundamental
entre esas sociedades y la nuestra es la disciplina, la responsabilidad, la
férrea determinación para adherir y respetar el pacto social, a luchar por su
cumplimiento y tener la lucidez para corregir los desvíos de la democracia, perfeccionándola
cuando así lo demuestre la evolución de
la sociedad. Siendo la democracia de
Estados Unidos de América un ejemplo emblemático.
En su constitución originaria
sentaron las bases del Estado para la eternidad. Después de más de 200 años
sigue siendo el pilar institucional fundamental del país, inmodificable, pero
reforzada por medio de enmiendas (Amendments) en respuesta a las nuevas necesidades
de la sociedad.
Esta reflexión nos conduce necesariamente a preguntarnos,
donde estamos hoy nosotros. La respuesta nos la dan los innumerables
observadores del acontecer nacional quienes dan cuenta regularmente de la
situación que se vive en el país. Con
algunas excepciones en el área social,
la situación hoy podría estar
peor que la que encontró el presidente Chávez
a su llegada al poder. La delincuencia,
el crimen y la corrupción forman parte de la vida cotidiana, servicios de salud
colapsados y lo nuevo, grave escasez de productos
esenciales al sustento de la vida diaria. La marea de problemas la
sufrimos todos nosotros por igual sin distingo ideológico.
Y los otros, quienes viven en países desarrollados, donde
están? De su enfoque de los problemas de
la sociedad y de su forma de gobierno reciben como premio el gran beneficio que les brinda el alto nivel de vida. Amparados por la seguridad ciudadana y
jurídica, en el ámbito económico, los ciudadanos tienen la libertad de dar
rienda suelta a su imaginación para innovar y producir abundantes bienes y
servicios para satisfacer las necesidades de toda la ciudadanía, sin más limitaciones que las que impone la
libre competencia en el marco de la ley de la oferta y la demanda. Para garantizar la soberanía nacional y el
mantenimiento del papel de potencia solo necesitan del desarrollo educacional,
científico y tecnológico a lo cual colabora estrechamente el sector público y
privado, cada uno aportando el recurso humano y las inversiones de capital.
Las bajas tasas
delictuales aseguran la seguridad ciudadana gracias a lo cual sus habitantes
pueden disfrutar de su tiempo libre para paseos de toda índole o desplazamientos profesionales sin el temor de agresión, de secuestro o de
ser asesinados. En esas sociedades el ciudadano común es conminado a cumplir la
ley y el delito tiene un alto precio gracias a la severa y estricta aplicación de la ley que no
da lugar a la impunidad. No se observan
colas, excepto de aquellas en cines, teatros o museos donde el transeúnte se
aglomera en busca de alimento para el espíritu. Los turistas del mundo entero
fluyen por doquier,
Francia por ejemplo es visitada por más de 70 millones al
año, más que su población total. Disponen
de excelentes servicios de salud y algunos son tan prestigiosos como los de
Francia que esporádicamente reciben altos dignatarios de los países del Mediterráneo
en busca de atención médica de calidad porque
no confían en la de sus propios países.
Todo esto lo sabe nuestro presidente Nicolás Maduro a través de testigos
directos como lo son nuestros diplomáticos.
Pero esos pueblos no son diferentes a nosotros. El pueblo venezolano no
es ni más ni menos delincuente, criminal o corrupto que ellos. Simplemente en los países democráticos que
controlan exitosamente esos males se aplican de manera sistemática métodos
represivos y preventivos idóneos, métodos que bien pudieran servirnos de
inspiración para mejorar nuestros servicios hasta nivelarlos a la altura de lo
que ellos hacen. Y al ver lo que los
otros hacen, nos preguntamos, qué nos pasa a nosotros. Y la pregunta la escuchamos también hasta de más
allá de nuestras fronteras.
Podemos
hacer de Venezuela un gran país, un país decente, honesto y pacífico. No olvidemos que nuestros libertadores, entre
todo lo bueno que nos han legado está el ejemplo de honestidad. Bolívar decretó en 1824 la pena
de muerte para los ciudadanos que hayan sustraído dinero de los fondos
públicos y el Mariscal Antonio José de Sucre al final de
su mandato como presidente de Bolivia en 1828, mandato que se caracterizó entre
otros, por la pulcritud en el manejo de las finanzas públicas del nuevo estado, declara en su mensaje de
despedida al Congreso que "…en el retiro de mi vida veré mis cicatrices;
y nunca me arrepentiré de llevarlas, cuando me recuerden que para formar a
Bolivia preferí el imperio de las leyes a ser tirano o el verdugo que llevará
siempre una espada pendiente sobre la cabeza de los ciudadanos…" Y al
final de esa proclama solo pide al congreso boliviano, como premio a su
esfuerzo, que se levante la inmunidad que le garantizaba la Constitución para
que su obra fuera examinada "escrupulosamente", comprometiéndose a
someterse al fallo de las leyes si alguna irregularidad le fuera
encontrada.
Podemos, al fin, convertir a Venezuela en una potencia. Nuestros
líderes han ignorado el consejo, hoy más vigente que nunca, de un español
americanista en los albores de nuestra independencia: José María Blanco White, buen
amigo de Juan Germán Roscio, aconsejaba a los españoles americanos en 1812, en
particular a los venezolanos, que “.. insistan en ser soberanos de su
industria, y créanme que más cerca están de este modo de la soberanía política…. El comercio es
quien decide la superioridad respectiva de los pueblos”. Blanco White El Español y la independencia Hispanoamericana. Juan
Goytisolo. Santillana Ediciones Generales, S L., Madrid 2010
Antonio J. Benitez
abenitezj@aol.com
@abenitezj
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