Llegué
a interesarme por la vida de Thomas Edward Lawrence (1888-1935), en primer
lugar, porque vi la película Lawrence de
Arabia (1962), en la que el actor Peter O’toole lo personificaba, y luego,
porque me recomendaron estudiarlo para comprender como trabajaba la
inteligencia militar británica, mucho más reservada y misteriosa que su
contraparte civil (MI6).
Y
efectivamente, la vida de Lawrence es el perfecto ejemplo de cómo el gobierno
británico identifica, prepara y hace operar a sus agentes en los diversos
escenarios, una labor que toma el esfuerzo de varias generaciones.
Un
agente operativo de inteligencia es una inversión de tiempo, dinero y
entrenamiento bastante exigente y costosa; empieza usualmente en las instituciones
educativas, donde sus prospectos son identificados y seguidos de cerca en sus
carreras.
Los
británicos llevan siglos haciendo de la actividad de la inteligencia y el
espionaje una tradición que han sabido imbricar con el honor y el patriotismo,
con el arrojo y la tecnología, y con juegos harto complicados de lealtades y
traiciones.
No
siempre les han salido las cosas como han querido, han cometido errores y
garrafales, pero de igual manera han tenido éxitos tremendos y, cuando los han
hecho público, como en el caso de Lawrence, los que estudiamos el mundo de la
inteligencia no desaprovechamos para enterarnos sobre cómo lo hacen.
Sobre
Lawrence se han escrito toneladas de libros, sobre todo porque se convirtió, ya
al final de su carrera, en una celebridad para los medios internacionales;
entre éstos hay estudios muy serios que abarcan diferentes facetas de este
complejo personaje. Sus biógrafos autorizados, Malcolm Brown, John E. Mack, and Jeremy Wilson; sus amigos, Robert Graves, E. M. Foster…;
investigadores como Robert Payne, Irving Howe; los periodistas Knightley y
Simpson del Times de Londres; los orientalistas Suleiman Mousa y Edward W.
Said, hasta la escritora argentina Victoria Ocampo, entre otros muchos autores,
han escrito sobre la vida y acciones de este aventurero que, literalmente,
cambiaron el mundo.
La Campaña del Sinaí y Palestina, así como La Revuelta Árabe en
contra del Imperio Turco Otomano, en las que participó el Coronel Lawrence, son
todavía fuente de estudio y papeles técnicos sobre estrategia militar.
Lawrence era, entre otras cosas, un destacado arqueólogo clásico,
crítico literario, historiador, experto en clásicos de literatura, estratega,
administrador militar, arabista profesional, revolucionario, experto en
inteligencia, autor, político (imperialista), antropólogo…
La obra que más lo distingue es Los Siete Pilares de la Sabiduría (1926) y su versión abreviada Revuelta en el desierto (1927), que fue
un verdadero best-seller mundial. Se trata de un enciclopédico recuento de sus
viajes y aventuras en el desierto como asesor del Jerife de la Meca y Comandante
de la insurgencia árabe; allí podemos leerlo en su papel de biólogo, geólogo,
cartógrafo, psicólogo, sociólogo, su ojo clínico para los detalles impresiona;
aún los mismos árabes conocedores de los territorios visitados por el inglés,
le hacen honor a su fidelidad, sus descripciones del paisaje y del modo de vida
de estos pueblos nómadas son impresionantes.
Pero lo que más “choca” de esta crónica es su resistencia a las
condiciones extremas a las que se expuso durante su campaña; se entrenó para
soportar penurias y necesidad, podía pasar días sin comer y bebiendo muy poca
agua, le bastaban algunas pocas horas de sueño para recuperarse, su disciplinada
vida le permitió hacer largas jornadas a lomo de camello por los desiertos más
inclementes; tenía una resistencia inusual al dolor y sobrevivió a la tortura y
la violación, su cuerpo se recuperaba rápidamente de las fiebres, diarreas y
picadas de alacranes, conservaba una pasmosa calma en medio de los más grandes
peligros y cuando tenía que matar, lo hacía sin vacilación.
Su inmersión en la vida de las tribus árabes fue total, no sólo
era tomado por uno de ellos, sino visto y respetado como uno de sus líderes.
Pero algo parecía faltar en este hombre, uno de los más capaces e
inteligentes de su época, en palabras del propio Churchill.
Y esa pieza misteriosa que no encontramos en su vida es la que lo
hace más interesante.
Lawrence hizo de peón para el Foreign Office y la Oficina de
Asuntos Coloniales, prestó servicio bajo el comando de oficiales que eran menos
capaces y preparados que él, sus diferencias y desplantes con las líneas de
mando eran famosas, pero siempre acató las órdenes aún las que iban en contra
de sus ideales, entre ellas darle a los árabes un gobierno independiente y
libre luego del enorme esfuerzo que hizo para llevarlos a la victoria de sus
enemigos.
Para arabistas como Edward W. Said, Lawrence llegó a traicionar y
engañar al pueblo que había ayudado a liberar; había ayudado a cimentar las
relaciones anglo-árabes para, al poco tiempo, su labor fuera usada como ficha de
cambio en el pacto secreto Sykes-Picot, que firmaron los ingleses y franceses
luego que estos últimos tomaran en 1920 la ciudad de Damasco, lugar que
Lawrence tenía en mente como capital para el nuevo estado árabe.
De este pacto, impulsado además por los intereses petroleros,
surgieron en el mapa Irak y Cisjordania, y Palestina quedó bajo el mandato
británico.
Pero todo este cuadro era mucho más complejo, el investigador
inglés Peter Hopkirk, recientemente fallecido, autor de esos monumentales
libros sobre la inteligencia británica en Asia, El Gran Juego y Como un
fuego escondido, nos ilustra diciendo que la labor de Lawrence en Arabia
era apenas una parte de un plan maestro de la inteligencia británica para
desbaratar el complot alemán para hacerse del territorio que, por incompetencia
del decrépito imperio Otomano y desde tiempos de Bismarck, había tomado cuerpo.
Lo peligroso de este plan, que los teutones llamaban Drang Nach Osten (el
impulso hacia el este), era que incluía desalojar a los ingleses de su colonia
más importante, la joya de la corona, la India.
El Káiser Wilhelm II estaba preparando una Guerra Santa contra
Francia, Inglaterra y Rusia, que eran los imperios que tenían los territorios
musulmanes como colonias; para ello se valió de que el Sultán de Constantinopla
Abdul Hamid, había caído en desgracia con sus aliados, debido a la masacre de
armenios que había ejecutado en 1896, aprovechó entonces para tenderle una mano
y convertir Constantinopla en el centro de operaciones alemanas en la región.
Los espías alemanes penetraron todo el cercano y lejano Oriente
bajo la apariencia de expediciones científicas, principalmente arqueológicas y
paleontológicas, para descubrir las rutas, posibles campos de petróleo y fuertes del enemigo, así se trazaron los
primeros mapas para el ferrocarril Bagdad-Berlín, se planificó un monumental
desarrollo agrícola para Mesopotamia, pues el Káiser quería convertir lo que
hoy es Irak en la canasta de alimentos para el nuevo imperio prusiano, se envió
expediciones que llegaron hasta los Himalaya, establecieron contactos con el
Emir de Kabul, con el Shah de Persia, reclutaron y financiaron revolucionarios
musulmanes y Sikhs para fomentar sentimientos anti británicos en la India.
En Constantinopla los bancos alemanes y filiales de las más
grandes empresas abrían oficinas, la poderosa marina alemana hacía operaciones
conjuntas con la marina turca; el juego que estaba planteado era uno de
sobrevivencia para los británicos.
Estoy seguro de que Lawrence sabía todo eso. Uno de sus amigos era
el novelista John Buchan, quien escribió la famosa novela de espionaje Greenmantle (1916), en la que explicaba
a grandes trazos esta complicada situación, lo que estaba en riesgo; por ello,
por la amenaza existente, Lawrence aceptó las consecuencias.
Indudablemente, sus ideales rotos en Arabia, su fama instantánea
gracias a unas películas, sus libros, las entrevistas en los medios, sus
conferencias en el mundo, el solo hecho de tratar de reclutarse en la Fuerza
Aérea bajo un nombre falso y como un soldado común, y su exilio en una remota
base la India, sirviendo en el cuerpo de blindados, un “coctel” que terminó por
deprimirlo, fueron probablemente lo que lo lanzó a su muerte prematura en el
accidente en moto en Dorset.
Lawrence es un personaje fascinante desde todo punto de vista; aún
después de muerto, su nombre se vio involucrado en el desarrollo de los cascos
de seguridad y de las regulaciones que obligaban a su uso a todos los
motociclistas. Uno de sus médicos tratantes, el neurocirujano Hugh Cairns, se aprovechó de su popularidad para impulsar los resultados de sus
investigaciones sobre el alto índice de fatalidad que las lesiones en la cabeza
reportaban en los accidentes con motos. –
saulgodoy@gmail.com
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