Así los evocó el ex preso
político Andes Isazi, al salir de un hospital donde estaba ingresado Manuel
Villanueva, autor de la Montaña, el
himno de los presos políticos cubanos,
compuesto para recordar a los miles de compañeros muertos ante el paredón de fusilamiento, o en combates, contra las fuerzas represivas de la
dictadura.
Isazi y Kemel Jamis viajaron casi
cincuenta años atrás en el tiempo. Visitaron los edificios del Reclusorio
Nacional para Varones de Isla de Pinos, lugar de reclusión de miles de hombres
que enfrentaron el totalitarismo.
Presidio, el Embere Mayor, así le
decían los presos comunes, fue
construido por el general Gerardo
Machado y Morales. Cuentan que durante la inauguración un alto funcionario del gobierno
comentó que el reclusorio era demasiado
grande para la población penal de Cuba y que Machado, respondió, “no te preocupes, vendrá un loco y le quedara
chiquito”.
El gobernante fue profético. El
castrismo empeñado en convertir a toda Cuba
en una cárcel, construyó numerosos presidios, e Isla de Pinos no fue una excepción.
Cuando las circulares se
abarrotaron, las celdas diseñadas para una persona, la mayoría albergaban tres,
el régimen decidió construir campos de concentración.
En Isla de Pinos se construyeron
entre otros campos La Reforma y Santa Bárbara. Hubo periodos en la década del
60, en el que la población penal del reclusorio superó la cantidad de seis mil
quinientos prisioneros políticos.
Aquellos “muchachos”, amigos de los tiempos en los que Isazi
amenizaba las noches de presidio entonando canciones que acercaban al hogar, no
les fue difícil recordar a sus camaradas que hoy cuentan más de setenta años
Cierto que algunos partieron para
encontrarse con la tierra en que nacieron,otros con problemas de salud siguen
bregando para vencer los años y terceros continúan en su afán de honrar los
ideales que los condujeron a la cárcel, pero todos siempre evocan con orgullo y
satisfacción,el haber cumplido con el deber y su estadía en prisión.
Caminaron por aquellas
circulares. Ascendieron hasta el sexto piso. Tocaron con sus manos las rejas y
escucharon los inolvidables gritos de “cubre” y el no menos siempre presente,
“llegó la boba”, un agua con macarrones, harina con parásitos y la
“tricontinental”, un caldo que ni Sherlock Holmes hubiera descubierto cuales
eran sus componentes.
En sus oídos resonó el llamado a “Requisa” y sus cuerpos se
estremecieron al asociarlos con los
golpes de bayonetas y el acoso de los sicarios.
En su andar rememoraron la
dinamita. Los años que durmieron sobre miles de libras de explosivos que la dictadura
había situado en los sótanos de las circulares con el fin de hacerla detonar,
si se producía una situación que no pudieran controlar.
Ambos se sintieron una vez más
junto a Ernesto Díaz Madruga, como si aún viviera, y no hubiera sido asesinado
por el jefe del orden interior del presidio. Recordaron como Enrique Ruano
junto a otros compañeros fue testigo del crimen, y de la entereza con la que Madruga enfrentó la
muerte.
Anduvieron hasta los pabellones
de castigo y fueron una vez más testigos mudos de la agonía de un compañero
querido y respetado, Roberto López
Chávez, quien con solo 25 años de edad, protagonizó una huelga de hambre de 70
días, durante la cual recibió golpes y maltratos y nunca asistencia médica.
Un tema de conversación fue el
Plan de Trabajo Forzado Camilo Cienfuegos. Recordaron las decenas de camiones
sin barandas en los que eran apiñados cientos de presos. Las curvas cerradas,
los accidentes. Las 12 y 14 horas diarias de trabajo esclavo.
Los esbirros con bayonetas para
clavarlas en los cuerpos indefensos de los reclusos y las muchas veces, a
sabiendas que perderían la contienda,
presos como Ramiro “Manino” Gómez
Barrueco y Francisco "Paco" Talavera se enfrentaban a militares de la
vesania de Sotuyo, el “Indio”, Campeón o Brazo de Oro, llamado así por las
brutales golpizas que propinaba.
Forzoso fue pensar en Alfredo
Izaguirre, un notable periodista encarcelado que fue el primero en plantarle al
plan de trabajo. Le siguieron muchos, entre ellos Adolfo Rivero Caro e Israel
Abreu.
También recordaron los intensos
estudios, las discusiones políticas, las reuniones para organizar la
resistencia, las conferencias y el esfuerzo de conservar las creencias
religiosas, una labor de extrema dedicación en la que el padre Loredo y
Angelito de Fana junto a otros marcaron la pauta.
En el momento de la despedida se
dijeron que sus obligaciones con Cuba no habían terminado, que anhelaban que en
la patria común imperara la libertad y el derecho, que las penas padecidas no
les habían amargado, que no sentían odio, pero que si era necesaria la justicia
para que los errores del pasado no fueran a repetirse.
Pedro Corzo
pedroc1943@msn.com
@PedroCorzo43
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