La Cultura es lo que queda
después que ha desaparecido todo, decía André Malraux ante la Europa devastada
del final de la segunda guerra y con ella se hará la reconstrucción. No podemos
desconocer la situación anárquica de nuestro entorno, especialmente al vivir la
caída de la renta petrolera eje de nuestros ingresos, de la merma de la
productividad para la subsistencia, el deterioro progresivo de los servicios e
instituciones que protegen la vida ciudadana, de la represión y el miedo como
control social que lleva a una profunda desconfianza en el presente y el futuro
colectivo, para preguntarnos ¿en dónde
estamos y como refundar lo que somos y queremos ser?
Hoy 12 de febrero estamos aun en
plena impunidad de la muerte de Bassil Da Costa y de allí un rosario de
violaciones, torturas, detenciones que abren un nuevo capítulo con la detallada
realidad “cinco sótanos contra el sol” reseñada por Leonardo Padrón, la cual
debería sacudirnos como sociedad. Y sin embargo, la respuesta a ello ha sido
una resolución autorizando el uso de armas incluso letales para enfrentar el
supuesto “desorden público” de la anarquía normativa que nos circunda. Ya la
violencia delincuencial ha alcanzado tales niveles rutinarios que llevamos
estadísticas semanales de las perdidas humanas, pero nos olvidamos de los
rostros y tragedias familiares y colectivas que ello significa.
Tal vez algo más profundo que la
agresividad ante las carencias y las necesidades, es como se ha llegado y que nos dice: que una
discusión por un simple choque termine en un doble homicidio como sucedió
recientemente en Las Mayas. Un auto Toyota choca contra una moto. Se llega a un
arreglo de Bs. 1000 por el rayón
ocasionado y el motorizado se retira. Pero en pocos minutos regresa acompañado
de cuatro hombres, quienes se bajan y disparan matando a los ocupantes del
Toyota, porque consideraron que había que imponerse como los agredidos. Lo que
se resolvió conversando, acaba en tragedia.
Es la pérdida progresiva de
civilidad, la ruptura del tejido social. El desdibujamiento de las normas de
convivencia nos lleva a la jungla. Por ello no es de extrañar que tanto la
inseguridad como la anarquía de las autoridades nos encierra en toque de queda.
Y es aquí que lo que está desapareciendo
es nuestra capacidad de convivir los problemas y la vida diaria. Incluso
aquella realidad de “evitar conflictos” o de la “sociabilidad” para ayudarnos o
disfrutar unos con otros, que llevó a construir comunidades e identidades de
redes familiares se debilita.
La destrucción económica no es
nada ante la pérdida de la convivencia. Refundar es valorar la construcción de
alternativas. En Europa pasó por la solidaridad, en nosotros en fortalecer la
vida civil para generar los liderazgos
éticos del futuro. Es lo ciudadano y sus exigencias de denunciar y movilizar
hacia el respeto mutuo. Nada fácil cuando hay que sobrevivir… es el espacio de
la juventud.
Mercedes Pulido
mercedes.pulido@gmail.com
@mercedespulidob
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