La muerte de Pedro León Zapata es un abuso,
dirían los españoles, con ese gráfico vocablo que es un sinónimo de
ensañamiento: “un recochineo”. No por la edad que tuviese, 85 años, con su
capacidad creativa y su humor, es si acaso una prolongada adolescencia.
Es un
abuso, porque Pedro León es un icono de la Venezuela decente, sensible, humana,
un ser humano cálido, lo conocí siendo yo apenas un muy joven aprendiz de
poeta, un grupo de escritores y artistas inventamos hacer un semanario
humorístico: Rubenangel Hurtado, Carlos Gottberg, Régulo Pérez, Zapata y algún otro maestro itinerante, yo
tenía apenas 23 años y Pedro León era un mozo de 36, lo denominamos “El
Infarto”, nunca, no obstante el peso intelectual y artístico del equipo, me
hicieron sentir, “como cucaracha en baile de gallinas” mi minoridad era
respetada y estimulada, sin embargo no sacamos muchos números, “La Cadena”
impuso, con el salvaje capitalismo de las pedradas a nuestros pregoneros, un
semanario similar. Pero gozamos un puyero, además del gobierno, víctima
propiciatoria de toda empresa humorística, la farándula, la directiva del
INCIBA, los empresarios, ni siquiera mi papá se escapó de la mamadera de gallo,
le sacamos un versito con motivo de la visita de la exuberante Jeanne Mansfield
a Caracas…
Su caricatura cotidiana en El Nacional era,
junto a la mancheta de Miguel Otero Silva, el editorial del diario de opinión
más importante del país. Todos los mandatarios y jerarcas de Venezuela recibían
con mayor o menor humor los pinchazos de su ingenio y de su genio.
Rómulo
Betancourt era un gran admirador suyo, y los zapatazos que le dedicó no fueron
siempre tersos, recuerdo en especial la versión de la propaganda del impactante
documental “Aguas azules, muerte blanca” donde el escualo aparecía con una pipa
en la boca y lo subtitulaba “el gran tiburón blanco, su ferocidad es
indetenible y su voracidad insaciable” y ninguno se puso bravo con él, había
que ser bien infeliz y bien pendejo para increparlo como lo hizo el héroe del
museo militar.
Lo declaro un abuso, y que el Señor me
perdone la irreverencia, porque sus conciudadanos nos sentiremos incompletos
sin el zapatazo que siempre marcó derroteros y sed de justicia, porque la
humanidad de Pedro León, su simple respiración en este nada metafórico valle de
lágrimas, era una contra eficacísima del descreimiento y el desencuentro en que
estamos sumidos los venezolanos.
Para Mara nuestro mejor afecto y solidaridad.
Hasta luego Pedro León Zapata, como diría Juan Vicente Gómez, a quien tanto
retrató: ¡Ah rigor!
Alfredo
Coronil Hartmann
acoronil2@gmail.com
@Alfredo43
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