ALFREDO CORONIL HARTMANN |
El día 19 de
diciembre, el joven politólogo Roberto Gilles Redondo, me dirigió una Carta
Abierta, que, casi con un mes de retraso, hoy alcanzo a responder. En absoluto
debe asumirse esa inusual tardanza de mi parte a desinterés u ocupaciones
estacionales o familiares, la verdad es que la obligatoria y repetida lectura
de de su texto, me confirmaba en la necesidad de pesar y sopesar mi respuesta.
La misiva está cargada de elementos, cuya profundidad y solidez me obligaba a
ponderar cada vocablo, porque, sin él proponérselo ni menos arrogárselo, sus
palabras adquirían para mí el carácter de un diálogo entre dos generaciones, en
un momento dramáticamente inédito de la Historia de Venezuela. Todo ello
enmarcado en ya más de un mes de trastornos de salud más o menos complicados,
de los cuales aún no salgo totalmente.
Debo comenzar por
agradecerte muy sinceramente, tus generosos conceptos sobre mi persona y
trayectoria, mucho me alegra que un joven de tu formación y seriedad
intelectual, logre percibir que no siempre en medio de cambiantes
circunstancias, por sentido de obligación y respeto por uno mismo, por el país,
por los valores, hubo quienes asumimos una actitud crítica, aunque pienso hoy
en día, no suficientemente proactiva, para enfrentar el huracán que se venía
formando.
Lo que no hicimos o
no fuimos capaces de hacer, carece por completo de importancia, lo que la tiene
y sobremanera, es lo que seamos capaces de hacer ahora, no mañana, ni pasado
mañana. Tú subtitulas tu Carta Abierta como “El deber moral de la solución” y
añades que “Para los venezolanos de hoy no debería existir otro tema”. El punto
de partida de cualquier acción exitosa es el conocimiento de la realidad, lo
contrario sería convertir el destino colectivo en un alea, en un juego de azar.
Los venezolanos auténticos, quienes sentimos este país en la sangre y en los
huesos tenemos necesidad, necesidad inaplazable, de tener conciencia de ello,
no es el momento de torneos oratorios ni juegos florales, dejemos a los
histriones en el teatro, a los declaradores de oficio en sus primeras o últimas
planas, menos vocación mediática y más afán de trabajo, de obra tangible, de
encuentro con el pueblo. Desde hace varios años, he venido repitiendo, con
insistencia machacona, que hace ya tiempo perdimos la democracia, el estado de
Derecho, y ahora estamos perdiendo la República misma, su territorio, sus
riquezas, su soberanía, en resumidas cuentas su Alma, su voluntad de
existencia, de permanencia, de vocación de futuro.
Venezuela ha sido un
país que ha costado mucha sangre, lágrimas y sufrimiento hacer, no nacimos como
la Venus de Botticelli ya adulta, esplendida, formada. La epopeya de la
Independencia arrastro 2/3 de la población del país, todo el resto del siglo
XIX fue de luchas fratricidas, la “Guerra Larga” o Guerra Federal fueron cinco
años más de matanzas, destrucción y saqueos, para terminar dejando algunos
beneficios marginales, no buscados por la camarilla gobernante, en el campo
social ya atípicamente permeable de este país.
Hasta que el general Juan Vicente Gómez
derrotó en Ciudad Bolívar al general Nicolás Rolando, en 1903, Venezuela no
había conocido la paz interna, esta duró casi cien años, hasta el cierre del
siglo XX, cuando empezamos a transitar esta sedicente “revolución bonita”
empeñada en retrotraernos, a contra pelo de la Historia, a los umbrales de la
Guerra Federal.
No creo que hayamos
“perdido la Patria”, aún no, estamos sí en vías de perderla. De todos nosotros,
especialmente de la juventud, pero sin eximirnos los “viejos”, depende que no
sea así. La Patria es un concepto de plenitud, en el que todo cabe, la
Historia, los anhelos cotidianos y ancestrales, la cultura, las milenarias
enseñanzas de la vida. Me permito hacer aquí un inciso, los Libertadores
cometieron un grave error, que parece repetirse en cada grupo de poder, me
refiero al afán de una sedicente “primogenitura”, todo EMPIEZA con ellos, no es
cierto nuestra Historia no es de 200 años, no hay que confundir independencia
política con esencia nacional, nuestra Historia arranca de la península
ibérica, ese campo de batalla y de mezclas constantes de razas, de culturas y
de pueblos, nuestros indígenas carecían de una cultura propia que pudiese haber
añadido elementos sustantivos, ni siquiera los timoto-cuicas rama muy
secundaria de los chibchas de Colombia.
Tienes toda la razón
al sostener que, antes de Hugo Chávez, ya veníamos viviendo un proceso de
desmantelamiento de nuestra democracia, debemos tener, en todo momento claro
que Chávez no fue causa sino consecuencia. Lo que ocurrió fue que, en lugar de
buscar el remedio, se agudizó con empeño la enfermedad. El Estado venezolano ya
se había hecho inviable, un hidro-cefálico condenado a muerte. Para 1998 la
magnitud del poder constitucional del presidente de la República lo hacía
responsable de algo así como el 90 % de las instituciones de la Administración
Pública. Semejante cúmulo de atribuciones y obligaciones son inmanejables,
ingerenciables. El proceso de descentralización aun estaba en sus pininos y aún
así lucia prometedor. Pero la “nueva” República requería aun mas centralización
y hemos visto y padecido la incesante acumulación de absurdas, cuando no
atrabiliarias facultades, en beneficio de hombres de tan mediana formación y
capacidad como Chávez y Maduro y unos gabinetes ministeriales dignos de la
corte de los milagros, que pintara magistralmente en sus obras el poeta
François Villon.
No tenemos tiempo, es
verdad, de escribir Historia, pero es el tiempo de hacerla. Sin conocer las
hondas raíces, el trabajo podría terminar siendo superficial y además breve.
Chávez y Maduro son accidentes, graves por el daño inferido al cuerpo social,
pero accidentes, no pueden repetirse, tienes razón al evocar al cuervo de Edgar
Allan Poe “nunca más, nunca más”.
Comparto tu angustia
por la ausencia de un liderazgo opositor, no solo capaz de orientar, tampoco de
transitar la difícil senda de una indispensable transición. Hay momentos en los
cuales me pregunto si la actitud colaboracionista que exhiben, es cómo piensa la mayoría fruto de ambiciones
pecuniarias y falta de coraje o si obedece a otro tipo de miedo, el miedo a no
saber qué hacer con un país que se deshace, abiertas las costuras y las iras.
La MUD plausible iniciativa de crear un aparato electoral de oposición, devino
en un hibrido, sin posibilidad de futuro al pretender constituirse en un
supra-partido político, para todos los gustos. A mi juicio, su momento y
circunstancia histórica periclitaron.
De las alternativas
que señalas –fuera de la MUD- voy a referirme, por primera vez públicamente, a
una que reviste características de obsesión sicopática entre algunos, muy
queridos amigos míos, como Luis Manuel Aguana y en un grado algo menor de
vehemencia Oswaldo Alvarez Paz. Me refiero, desde luego, a “La Constituyente”
que no es y nunca ha sido una fórmula mágica para el cambio. Una nueva
estructura constitucional, un nuevo Estatuto Político, es indispensable para
enmarcar el nuevo Estado, inclusivo, democrático, abierto, puerta ancha al
futuro, pero primero hay que producir el cambio. Ese futuro requiere ser
enmarcado con gran seriedad, por las mejores mentes constitucionales del país,
no puede ser un show arrabalero que devenga en un torneo de demagogia y gracias
para la galería.
A raíz del 18 de octubre de 1945, la Junta
Revolucionaria de Gobierno, designó un estelar equipo de juristas y políticos
para redactar el proyecto de la nueva Constitución, es importante señalar que
en el escogido grupo no había sino un militante de AD (cierto que valía por
muchos) el Dr.Andrés Eloy Blanco. Una vez elaborado, convoco la Asamblea
Nacional Constituyente para sancionarla, este segundo paso ya no es necesario,
la Constitución de 1999 incorpora la figura de los Referenda, la sanción del
soberano no requiere ya correr el riesgo de la asamblea tumultuaria y
superficial, las vedetes frustradas pueden quedarse en casa, Venezuela esta
sedienta de seriedad y sindéresis.
Yo, al fin y al cabo
el solitario voto de un septuagenario no va a cambiar nada, no estoy dispuesto
a votar, no creo en ello, no voto. Me acojo a la expresión de Fermín Toro: “mi
cuerpo lo podrán llevar, pero Fermín Toro no se prostituye”
Comparto contigo la
convicción de que la presión popular, en su marco referencial constitucional,
es la única salida realista. Para ello hay que eliminar los pretendidos
“intermediarios” que en lugar de canalizar la fuerza mayoritaria del pueblo
hacia una verdadera salida de la crisis, lo que hacen es mercadear como
hetairas de puerto los anhelos populares en beneficios para sí mismos.
Sobre el Consejo de
la Resistencia, en la Francia de la lucha clandestina contra el invasor alemán
y contra los franceses colaboracionistas, es necesario hacer algunas reflexiones.
En primer lugar, el vocablo “resistencia” evoca necesariamente el de
clandestinidad, estamos conversando a través de un medio más que permeable,
quizá el G-2 lea antes que tu esta respuesta, pero en todo caso ¿existe, hoy
por hoy, un movimiento clandestino capaz de articular un Consejo Nacional de la
Resistencia?, yo no lo sé. No se me escapa que quedan muchos aspectos
pendientes y sobre todo mi deseo de conocerte personalmente y poder
transmitirte “a beneficio de inventario” vivencias y análisis y sobre todo
conocer los tuyos.
Recibe un cordial abrazo de un venezolano tan
angustiado como tu
Alfredo Coronil Hartmann
acoronil2@gmail.com
@Alfredo43
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