JESÚS ALEXIS GONZÁLEZ |
El titulo se vincula con la denominada
enfermedad holandesa o “mal holandés “extrapolada en su esencia al caso
venezolano, a la luz de lo sucedido en los Países Bajos a comienzo de los 70
con la aparición de importantes yacimientos de gas que propició una masiva
entrada de divisas y una apreciación en el tipo de cambio del florín holandés,
alterando la competitividad externa de los otros bienes y servicios
exportables.
Tal situación es similar a lo acontecido en
Venezuela, cuando el precio del petróleo saltó de un histórico US$3/b
hasta alcanzar una gran media de
US$44,43/b en el periodo 1999-2009, habida cuenta de una tendencia creciente
del promedio anual desde US$12/b en 1999,
20 en 2000, 34 en 2001, 30 en 2002, 34 en 2003, 38 en 2004, 50 en 2005,
60 en 2006, 65 en 2007, 88.74 en 2008 y 57.02 en 2009; para luego situarse
dicha media en US$93.12/b en el último quinquenio 2010-2014 ante un comportamiento
cíclico que mostró un promedio de US$72.69/b en 2010, 101.04 en 2011, 103.42 en
2012, 99.98 en 2013 y 88.47 en 2014.
Ese escenario favorable de precios,
evidentemente provocó fuerte entrada de divisas y la correspondiente
apreciación del tipo de cambio del bolívar que nos condujo a una inclinación
perversa hacia las importaciones (más del 75% del consumo nacional) en desmedro
del aparato productivo nacional, configurándose la enfermedad venezolana que
recrudece a principios de 2011 momento cuando nuestro crudo alcanza un promedio
superior a los US$100/b, induciendo una política fiscal expansiva y prociclica
que a la postre magnificó la tendencia secular hacia el déficit fiscal (25% del
PIB en 2014) que ha venido “equilibrándose” por intermedio de la emisión de
deuda y su monetización mediante la emisión de dinero inorgánico con obvio
efecto inflacionario, todo ello en un marco de reducción de las inversiones en
favor de la demanda agregada de carácter social y populista; estructura
funcional que ha venido perturbando el crecimiento económico, la competitividad
internacional de las exportaciones no petroleras y el mercado doméstico de
bienes y servicios (entre otros).
Hoy día asumimos con claridad y “sentimos”
los efectos del mal venezolano, ante la caída del precio promedio de la cesta
petrolera nacional hasta US$39,8/b al 16/01/15 (más del 60%); aun así asumimos
para 2015 una estimación optimista de
unos US$60/b (US$ 57/b es el precio de rentabilidad del esquisto de EUA), para
un nivel de gasto publico recurrente que implícitamente ubica el precio
petrolero de ejecución (PPE) cercano a los US$125/b, situación que permite
inferir un déficit fiscal 2015 superior a los US$ 56.000 millones en el
entendido que por cada 1$ de caída el país deja de percibir US$ 770 millones
netos. Es de aclarar, en lo atinente al presupuesto nacional, que esta insuficiencia debe ajustarse en un 43% en
razón al aporte del SENIAT al presupuesto de ingresos (el cual intentarán
aumentar) hasta situar la insuficiencia en US$ 32.000 millones; monto que se
irá incrementando por el impacto del crecimiento vegetativo del gasto público
(aumento salarial, nuevas inversiones, elecciones parlamentarias, etc) que muy
probablemente llevará la insuficiencia fiscal 2015 por encima de los US$ 36.000
millones; lo cual impedirá atender, entre otras acciones, los requerimientos de
divisas de la economía a los niveles de US$ 77.500 millones en 2012, 71.000
millones en 2013 y los ya reducidos 57.200 millones en 2014, materializándose
un impacto en la balanza de pagos y un desastre en el comportamiento de la
indeseable economía de puertos y por ende en el bienestar del venezolano
especialmente afectado por un desabastecimiento en escenario recesivo, en áreas
muy sensibles como alimentos, medicinas, electrodomésticos y ropa.
El 2015 refleja un profundo desequilibrio
macroeconómico, que en mucho se debe a una desorientación ideológica, donde
resaltan la escasez de divisas, la inflación, la sobrevaluación de la moneda,
la situación crítica de las reservas internacionales, el estrangulamiento del
aparato productivo, el desabastecimiento, la perdida el poder adquisitivo del
bolívar, la disminución del nivel y calidad de vida, y muchas otras .En
fin, un tipo de cambio sobrevaluado no
se resuelve con devaluaciones sistemáticas
aplicadas en un escenario inflacionario permanente que con seguridad
revertirá a una nueva situación de desequilibrio con más sobrevaluación e
inflación; o lo que es lo mismo, la acción de fondo para controlar la
enfermedad venezolana ha de sustentarse en “recetas económicas” prescritas con
recomendaciones donde prive lo técnico sobre el populismo político, con una
perfilada política económica, en conjunto con un cambio del actual modelo
económico disfuncional, una reducción del tamaño del Estado y del Gobierno
incluida una apertura hacia el sector privado (más del 80% de la población lo
desea) en un clima de confianza que impulse la credibilidad en relación a
futuras medidas gubernamentales, y así reducir la incertidumbre enemiga de la inversión
y el crecimiento económico.
Jesús
Alexis González
Jagp611@gmail.com
@jesusalexis2020
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