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martes, 27 de enero de 2015

CLAUDIO FERMÍN, FALSAS CELEBRACIONES DEL 23 DE ENERO

Comenzando el año 1958 la protesta contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez fue general. Los muertos, los desterrados y los presos los habían puesto Acción Democrática y el Partido Comunista de Venezuela a lo largo de diez años. Pero el país, a fuerza de golpes y frustraciones había tomado conciencia de la gravedad del asunto. Otros partidos se sumaron a presionar y reclamar por la Democracia. Y al final, los políticos ya no estaban solos en esa lucha.
La Nación toda alzó su voz y se movilizó contra los intentos continuistas de los violadores de los Derechos Humanos. Los estudiantes fueron a la calle. Los militares se alzaron. El Colegio de Ingenieros, la Asociación de Periodistas, la Iglesia, las federaciones obreras y los empresarios, se unieron en un solo hombre para derrocar al dictador. El 23 de enero Pérez Jiménez huía, echado por un pueblo que lo repudiaba.
Quedaba así depuesto un régimen que mantuvo campos de concentración, que reprimió inclementemente al pueblo, que hizo de la tortura su marca de identidad, que asesinó dirigentes sindicales, agrarios y políticos que reclamaban democracia. Que instauró un sistema sanguinario.
Son falsos los torturadores de hoy, los encubridores y promotores de asesinos de estudiantes y de manifestantes quienes marchan por las calles celebrando el 23 de enero.
Esa jornada de 1958 fue contra verdugos como ellos.
La chispa final fue la convocatoria de un plebiscito que tuvo lugar el 15 de diciembre de 1957. Una vulgar maniobra de Pérez Jiménez para reelegirse. Eliminó de un plumazo las elecciones que debían efectuarse para esa fecha y se declaró ganador. Sobre esa trampa electoral que repetía violaciones a la Constitución, usurpación de funciones, alteración de resultados y engaños a los electores, como había ocurrido en 1952, el dictador blindaba su poder.
Son falsos también quienes hoy elogian el 23 de enero de 1958 y no son más que delincuentes electorales, tracaleros que amañan registros de electores, hacen del voto asistido un mecanismo de coerción, otorgan miles de miles de cédulas de identidad a extranjeros para disponer de un electorado cautivo, dirigido y controlado por el partido de gobierno. Es un engaño que quienes han hecho de la trampa en las elecciones su código de viveza y mantienen un sistema institucionalizado de ventajismo en el Consejo Nacional Electoral pretendan mostrarse como admiradores de una fecha cuyo origen es la protesta contra un fraude electoral.
La rosca militar depuesta no se quedó tranquila en 1958. Estaban perdiendo el poder. Se levantaron, con el general Jesús María Castro León a la cabeza, contra la Junta de Gobierno presidida por Wolfgang Larrazábal reclamando la eliminación de Acción Democrática y del Partido Comunista. Exigían instaurar la censura previa y un gobierno tutelado por las Fuerzas Armadas. En fin, querían el regreso a la dictadura.
Después, instalado el gobierno electo por el pueblo, se alzaron Castro León y Moncada Vidal en la frontera con Colombia. Ese mismo año terroristas internacionales atentaron contra la vida del presidente Betancourt. Se sublevó Edito Ramírez desde la Academia Militar en febrero de 1961 y el 25 de junio de ese año grupos militares se alzaron en Barcelona. Todos empeñados en desconocer la voluntad del pueblo.
Año luctuoso el de 1962. Causaron más de 500 muertos y 1000 heridos en los alzamientos dirigidos por Molina Villegas, Vegas Castejón y Fleming Mendoza en Carúpano y por Ponte Rodríguez, Medina Silva y Víctor Hugo Morales en Puerto Cabello. Insistían en otro modelo de dictadura militar, reconstruir el oscuro mundo de privilegios a su favor, asociados con intereses extranjeros.
Es de farsantes que los personajes más conspicuos del militarismo que desgobierna a Venezuela desde hace dieciséis años estén al frente de los actos de celebración del 23 de enero. Ese fue un movimiento que construyó un gran frente democrático para impedir el regreso del militarismo, de gente como ellos.
El espíritu unitario que sirvió para derrocar la dictadura fue el hilo que cosió las costuras de partidos políticos antes enfrentados y los unió en defensa de la Democracia. Betancourt logró algo inédito: los perdedores gobernarían junto al ganador de las elecciones de 1958 y los demócratas se unirían para recuperar el país. Eso fue el Pacto de Puntofijo: un compromiso colectivo por hacer respetar los resultados electorales, por gobernar conjuntamente alrededor de un programa previamente acordado.
Empresarios y trabajadores fueron llamados por el gobierno para integrar directivas de empresas del Estado y de institutos públicos. Se dio inicio a la cultura de la tripartita. Fue un gobierno de inclusión.
También por eso es una grosera simulación que el militarismo de hoy, sectario y arbitrario, excluyente y promotor del odio entre trabajadores y empresarios, ande pavoneándose por las calles celebrando el 23 de enero, cuando esa jornada de 1958 fue una de amplitud, de cooperación y de fraternidad, no de discriminación y de exclusión como “la lista de Tascón”, los cierres de empresas, las invasiones y expropiaciones selectivas, la promoción del odio social y del partido único en desmedro del legítimo derecho a la participación política de todos los venezolanos.
El 23 de enero de 1958 fue una jornada de la democracia contra el militarismo. Fue el triunfo de la amplitud de los partidos políticos, en transparente muestra de civilismo, contra el espíritu sectario de quienes hacían de dueños del poder. Fue un momento de ejemplar convivencia y solidaridad entre empresarios y obreros para acordarse en estrategias y acciones de crecimiento de la economía. Fue el inicio del consenso como método en la toma de decisiones públicas.
El 23 de enero estuvo sustentado en premisas filosóficas y éticas diametralmente opuestas a las que han servido de fundamento a los gobiernos de Chávez y Maduro. Por más que intenten falsificar la historia y hacer política a punta de propaganda y lavado de cerebros, lucen como intrusos en una celebración que siempre será una bandera contra el militarismo, la corrupción, la violación de los derechos humanos y el espíritu sectario en la política.

Claudio Fermin
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