IVAN OLAIZOLA D’ALESSANDRO, |
RN. María Corina, Salas, Arria, Tarre,
Burelli y el 80% de los venezolanos estamos imputados.
Antes de que se madurara la revolución había
un teniente coronel felón, hoy difunto supremo y eterno, que mandaba (obligaba
a hacer cosas dando órdenes), pero en realidad no creo que gobernara (dirigir,
regir o administrar mediante la creación y aplicación efectiva de leyes).
Realmente creemos que así fue. Venezuela a partir de 1999 se convirtió en un
gran cuartel.
El jefe del Estado dejó de ser ciudadano
presidente para ser “mi comandante”. Y no fue un simple cambio de nombre, fue
en realidad un cambio de conceptos. Se echaba a un lado el tratamiento
civilista constitucional para dar paso a un tratamiento militarista.
Un hombre mandaba y el resto obedecía.
“Entendido mi comandante”.
Así se fue construyendo un nuevo lenguaje a
usar en todos los órdenes de la actividad nacional. Batalla, guerra,
revolución, combate, batallones, estados mayores, amigos, enemigos. La jerga
militar se puso en práctica.
Esto trajo como consecuencia que el país se
convirtió en un campo de batalla. Unos obedeciendo ciegamente a su comandante y
otros haciéndole la guerra, o tratando de hacérsela.
Y el resultado fue trece años de escaramuzas,
de ataques y contra ataques. 13 años perdidos que hundieron al país. 13 años
que destruyeron lo construido durante los 40 años de democracia civil. Y se fue
al otro mundo el comandante y su última orden, que no proclama, fue “me ponen
en la silla a Nicolás, mi más obediente y disciplinado soldado de la
revolución”. Y allí comenzó otra etapa de la república o de lo que queda de
ella.
El elegido ni manda ni gobierna. Ganó unas
cuestionadas elecciones y según sus propios copartidarios haciendo uso grosero
de los recursos del Estado, bueno en esto copió al difunto.
No manda porque no tiene mando, no lo puede
tener porque para mandar hay que, además de tener ese don de mando, tener
alguien que le obedezca. Y este no es precisamente el caso. Y de gobernar ni se
diga.
Para gobernar hay que saber hacerlo, estar
preparado para ello, conocer las cosas fundamentales de una nación, saber
distinguir entre lo que se debe hacer y lo que no se debe. Tomar decisiones.
Consultar, asesorarse, buscar a los mejores. Es decir saber dirigir, saber
administrar la cosa pública. Y de eso este señor no tiene ni idea.
En menos de dos años ha profundizado el
deterioro del país. Ha cometido más disparates, errores, torpezas que su
predecesor en trece años, que es decir bastante. Nadie le para. En su partido
hay otros jefes, otros caciques. Se burlan de lo que dice, propone u ordena. Le
hacen una cara por delante y otro por detrás. Sus peroratas televisivas, más
abundantes y fastidiosa que el del otro, pero estas inodoras, insaboras e
incoloras, nadie las ve ni oye.
En su gobierno cada quien anda por la libre
hacen, o más bien no hacen, lo que les viene en ganas. Ni él ni sus
colaboradores, que de suyo no son tales, tienen idea de cómo se dirige un país.
Los uniformados que le deben obediencia al
poder civil, tienen su propio gobierno. Le dicen “mi comandante en jefe”,
“Chávez vive”, “socialistas y chavistas”, pero hasta allí. En los cuarteles
mandan ellos y nadie más. Cobran y se dan el vuelto.
Así que la ingobernabilidad está en su máxima
expresión. Anarquía total. Nadie manda. Nadie gobierna, nadie obedece. País al
garete.
Hasta cuando se podrá aguantar esto. Se oyen
apuestas.
Iván Olaizola D’Alessandro
Iolaizola@hotmail.com
@iolaizola1
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