MANUEL MALAVER |
Pero el improvisado Maduro se la buscó, de
torpe que resultó como político, de su incredulidad de que un 30 por ciento de
venezolanos lo siga considerando presidente, y de que muchos, muchos más, crean
que alguna vez fue autobusero.
Es, situado en esta tesitura, la perfecta
imagen de la confusión, del títere que sin saber absolutamente qué hacer, pues
concluyó haciendo lo que pretendían quienes estaban interesado en presentarlo
como la peor opción para la sucesión.
La causa por la cual se ha querido incriminar
a María Corina Machado, y que Maduro patrocina, auspicia y financia -convencido
de que por algún lado podría detener la goleada-, nos ofrece el itinerario
preciso de todo lo que no hay que hacer si se pretende de alguna manera hacer
deslucir a una campo volante decididamente incontrolable.
Primero, sus denunciadores, o denunciantes,
son dos burócratas enchufados que, por tales, no le hubieran merecido confianza
ni a un juez de la Uganda de Idi Amín; segundo, la denuncia se basa en unos
correos electrónicos que -todos sabemos- son documentos cuya naturaleza es
sospechosa de forjamiento en cualquiera instancia judicial seria; y tercero,
dado que ya autoridades del derecho y jurisconsultos de la justicia madurista
de la talla de Pedro Carreño y Diosdado Cabello opinaron diciendo que la
“imputada” es “una delincuente”, pues ya sabemos que le espera en la Fiscalía
de Luisa Ortega y del tribunal que designe para enjuiciarla.
Es un show de factura cubana que se repite
día a día, mes a mes y año a año, sin que sus intérpretes se tomen el cuidado
de cambiarle puntos o comas y con un resultado predecible que jamás escapa a la
tortura kafkiana de hacer el juicio interminable y, cuando termina –si es que
termina- es para condenar al enjuiciado sin pruebas y con penas que no figuran
en ninguna ley.
Leopoldo López es la prueba viviente de todo
cuanto puede hacer el sicariato judicial madurista para reprimir por delitos de
conciencia, y sin importarle a qué extremos puede llegar las aberraciones de
una justicia que perpetúa las cámaras de tortura del totalitarismo tradicional.
En otras palabras que, si de lo que se trata
es de demostrar que no cometió delito alguno, que no está siendo juzgada por
jueces imparciales y que en absoluto se le sigue el debido proceso, pues ya
María Corina volvió a dejar a Maduro y a su justicia sicaria en evidencia,
explicando, de paso, porque es tan contundente cuando señala que el hijo de
Chávez y nieto de Fidel, es “un dictador”.
Conocemos que en el “extraño mundo” de los
bienpensantes –y aun de sectores opositores- el sustantivo luce subido de tono
y que se preferiría matizarlo con insinuaciones vegetarianas como
“autoritario”, “seudodemócrata”, o “socialista radical”.
También, que se argumenta a favor del barniz,
de que aún no tenemos juicios sumarios, paredones de fusilamientos, cárceles a
la cubana o persecuciones que fuercen al exilio o la clandestinidad.
Pero cuando caemos en la certeza de que, la
libertad de expresión ha quedado reducida a unos pocos semanarios y aun a
muchos menos diarios nacionales; cuando sentimos que la última televisora
independiente fue “Globovisión”, y que, de igual manera, se pretende ahogar las
emisoras que todavía pueden llamarse libres, comprendemos qué quiere decir
María Corina cuando habla del “dictador y su dictadura”.
Tampoco
hay derecho al trabajo en Venezuela, puesto que la más grande fuente de empleo,
la administración pública, está vetada a los trabajadores opositores, ni
derecho a la vida, ya que, no se diferencia entre el hampa común y los cuerpos
de civiles armados que operan para el gobierno, ni derecho a la salud, a la
alimentación, a la educación, al transporte, al deporte, al entretenimiento,
que tan profunda y extensa es la devastación económica que el modelo socialista
que patrocina Maduro ha hundido al país sin pausas ni rectificación.
Pero, por si no se recuerda: este mismo año
fueron asesinados en las calles de Venezuela 43 estudiantes por ejercer el
derecho a manifestar, 400 resultaron heridos y 1000 entre detenidos, torturados
y enjuiciados.
Hay 100 venezolanos que purgan condenas por
delitos de conciencia como Leopoldo López, el general Baduel y su hijo Raúl
Emilio, entre tantos, y otros cientos, y hasta miles, que son controlados y
vigilados por organismos de seguridad para convertirlos en presas de los
calabozos y los tribunales en cuanto el régimen lo juzgue necesario.
En definitiva, que toda una dictadura como
las de antes y las de siempre, pero aggiornata, actualizada, y con todas las
cirugías y refrescamientos prescribibles para aparentar que se reprime, tortura
y asesina por mandato constitucional y de acuerdo a unas leyes “sobrevenidas”
para judicializarlos.
En otras palabras: que la perfecta trampa
cazabobos para quienes tienen propensión a someterse, para quienes prefieren la
ficción a lo real, la superficie al fondo, la oscuridad al amanecer, la mentira
a la verdad.
Barajos, escarceos, postergaciones, dudas en
las que no puede caer una goleadora como María Carina que comprende que la
política, como el futbol, también se desovilla entre reglas de juego y que
ganar, al margen de lo que piense la opinión pública, la comunidad
internacional, y quienes te acompañan en el equipo, es, sencillamente, irse
preparando para abandonar el terreno de juego entre abucheos y la expulsión
definitiva de cualquier deporte.
Es el regreso a la soledad, a la nada, el
vacío, a la anonimia de donde jamás debió salir Maduro.
Pero el punto al cual, la valentía, la
honestidad, y el talante democrático de una mujer venezolana lo empujarán, como
que su ímpetu, su furia es incontenible.
¡Viva María!
Manuel
Malaver
manuhalm912@cantv.net
@MMalaverM
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