ANTONIO JOSÉ MONAGAS |
Bajo
el marco de un país descompuesto y desorganizado, complotaron factores
políticos que enarbolaron la bandera de la fragmentación, de la atomización y
de la polarización
¿CÚAL ES LA VENEZUELA DE HOY?
La política, nunca ha dejado de calcar las
complicaciones que caracterizan al hombre en su diario deambular. Y no podría
ser distinto toda vez que la política, al fin de cuenta, es una ciencia social
que dilucida el comportamiento del ser humano en su medio más exclusivo. O sea,
en el ámbito donde socializa sus intereses y necesidades mediatas e inmediatas.
En medio de la fragua en la que se sazona la política, no es difícil observar
algunas condiciones que han devenido en problemas. Problemas éstos que
contribuyeron a que la patria de Bolívar se hubiese casi borrado entre los
resquicios de un sistema político democrático enarbolado con supremo esfuerzo,
a pesar de las rasgaduras que históricamente sus entrañas vinieron mostrando.
Así como se cuestionó el proceder rentista de
los gobiernos de la segunda mitad del siglo XX, basado en sustitución de
importaciones, igualmente se ha impugnado la praxis de un modelo socioeconómico
y sociopolítico sostenido sobre medidas coyunturales más que con base en
disposiciones estudiadas y analizadas a partir de un debido seguimiento de
realidades problemáticas. Sin embargo, la administración de un tiempo sin mayor
orden o supeditado a las contingencias de la inmediatez, determinó que el
gobierno militarista que asumió el poder en 1999, actuara de manera ofuscada a
consecuencia del afán por conservar el poder político sin más consideración que
la ambición misma.
Estos avatares por lo que ha transitado
Venezuela, no sólo durante los decenios enmarcados por la naciente democracia,
sino además con mayor incidencia por el mentado proceso revolucionario, ha sido
el reflejo craso de una crisis del Estado condensada a través del agotamiento
temprano del modelo de desarrollo seguido. Quizás, buena parte de su causa
obedeció a razones relacionadas con la precariedad a partir de la cual se
estructuró y organizó un Estado que debió haber respondido a los principios y
dictámenes establecidos por la Norma Suprema.
En medio de tan consternada situación de
crisis del Estado Venezolano, se solaparon otras crisis que igualmente
tendieron a arrastrar el país hacia direcciones indistintas lo cual devino en
un caos de todo orden. Fue tal la descomposición que comenzó a sentirse en sus
entrañas, que sus efectos alcanzaron lo más preciado de la unidad social de una
nación: la familia. En el fragor de dicha degradación, se agudizaron problemas
que se tradujeron en una crisis del tipo de acumulación y otra crisis del tipo
de dominación. Crisis éstas que incitaron trabas de toda naturaleza,
complicaciones y desórdenes de todo tenor y contenido que terminaron por
delinear el perfil de un país descompuesto y desorganizado. A pesar de los
cacareados discursos presidenciales dirigidos a hacer anuncios amarrados a un
populismo por demás retrógrado y desmañado.
Bajo el marco de ese país descompuesto y
desorganizado, complotaron factores políticos que enarbolaron la bandera de la
fragmentación, de la atomización y de la polarización. Esto permitió que se
acentuara el fenómeno de la denominada “antipolítica” de cuya percepción germinaron
prácticas políticas que tuvieron como propósito el desarreglo de la
administración pública. Particularmente, en aras de buscar excusas que
facilitaran el advenimiento de un proceso supuestamente revolucionario que sólo
sirvió para apuntalar dos arrolladoras realidades: la corrupción y la
impunidad.
Precisamente, sobre tan inicuas y aberrantes
realidades, el régimen ha pretendido seguir adelante en nombre de un socialismo
ambiguo que solamente ha incitado el mayor derroche de recursos económicos e
institucionales que jamás se haya visto. En el centro de tan abismal deterioro,
el alto gobierno insiste en mostrar la imagen de un país que ni existe, ni
funciona. Un país que se esfumó por obra de un militarismo incompetente,
apático e inhumano. He ahí un tanto la respuesta a la pregunta ¿cuál es la
Venezuela de hoy?
VENTANA DE PAPEL
¿TORCIDOS HUMANOS?
Rememorar el día en que representantes de
todos los países del globo, en sesión extraordinaria de la Organización de
Naciones Unidas, sancionan la Declaración Universal de los Derechos del Hombre,
pasó casi inadvertido. O sea, “por debajo de la mesa” como mejor se entiende.
Salvo escasas conmemoraciones que salvaron el día. Sobre todo, cuando el
régimen poco se ha interesado en explayarse de cara a pronunciarse alrededor de
la aplicación u omisión de la correspondiente normativa. De hecho, no cabe duda
alguna en torno a realidades que dan cuenta de severas violaciones de Derechos
Humanos por acción del alto gobierno. Aunque también, el problema se presenta
por omisión del mismo Ejecutivo Nacional.
La historia política de los pueblos del
mundo, habla por los 66 años desde que fue firmado tan importante convención
considerada como ley republicana de los países firmantes. Y aunque los actuales
gobernantes venezolanos se desgañoten vociferando sobre el significado de los
DDHH para el mundo libre, su gestión luce realmente contradictoria por cuanto
en el susodicho ámbito se tienen más dudas que garantías. Según un reportaje de
El Nacional, en su edición del miércoles 10-D, “en nuestro país se violan 28 de
los 30 artículos de los DDHH”. Quizás en alguna medida, tan grosera situación
apalancó la decisión que tomó el gobierno norteamericano en el sentido de
sancionar funcionarios venezolanos que han vulnerado DDHH, además de estar
acusados de hechos de corrupción.
Mientras tanto, países con sentido de la
democracia, cualquier caso de vulneración de estos derechos incitan gruesas
protestas y hasta causan peligrosas sacudidas a sus gobiernos. Sin embargo, en
Venezuela son encubiertos o disfrazados por algún problema coyuntural. Ello,
con el aval de los votos mayoritarios de la fracción oficialista de la Asamblea
Nacional en confabulación con instancias judiciales nacionales.
Esta situación revela la oscuridad que política
y socialmente padece el país sin que haya expresa disposición del alto gobierno
por atenderla, revisarla y controlarla para así evitar o minimizar los
problemas que en dicha materia se tienen o se producen. Puede estar ahí la
respuesta de porqué el régimen sigue impidiendo la presencia de comisionados
internacionales que buscan indagar sobre casos de trasgresión de DDHH. Muchos
de los cuales se suscitan ante la mirada indolente del gobierno nacional. De un
gobierno que por favorecer intereses político-partidistas propios, ha dejado de
fortalecer instituciones relacionadas con los DDHH.
Y es que en medio de tan grotescas
realidades, no existe un Poder Judicial independiente, así como una Fiscalía
autónoma o una Defensoría del Pueblo que cumpla a cabalidad con sus funciones.
O es que acaso, lejos de reivindicarse los Derechos Humanos, habrá que hablar
de ¿Torcidos Humanos?
POBRES UNIVERSIDADES PARA POBRES
Al populismo militarista actual, le ha dado
por relegar el concepto de “universidad”. Ahora, con la idea de impulsar el
hostigante proselitismo político, al régimen le ha parecido conveniente
convertir cuanto establecimiento educativo pueda en las llamadas “universidades
territoriales”
Estas entelequias, tristemente no son otra
cosa que la manifiesta malversación no sólo de recursos que no van a producir
dividendos académicos debido a que con ello asfixian lo que realmente define
una ¡Universidad”: la investigación. También, de la abierta estafa y
manipulación de emociones de jóvenes que sin saber que van a dilapidar sus
mejores tiempos concurriendo a estos inmensos “liceos” con rimbombantes
nombres, se atreven a creer que lo que pueden aprender será garantía suficiente
para servirle al objetivo de transformar a Venezuela en potencia referencia
para el mundo desarrollado.
¡Piadosa mentira! Además, alienada de lado y
lado. Bajo la excusa de la Misión Alma Mater, se ha estado vulgarizando a la
educación superior deformando su concepción y sentido mediante creaciones
educacionales dedicadas sólo a desarrollar la docencia y ofrecer un título como
un fin en si mismo que no necesariamente apuntará a brindarle insumos al
estudiante para su progreso personal.
Para soportar tan contrariada decisión, el
régimen busca contraer el devenir a las universidades que hacen investigación
académica por vía presupuestaria. Así se tienen realidades sustentadas en una
investigación relegada, una extensión asfixiada, una autonomía cercada para
entonces fijar el populismo con lo cual solamente se alcanza a crear pobres
universidades para pobres.
“La imagen de un país descompuesto, sostenido
en el tiempo, evidencia no sólo la incapacidad de sus gobernantes. También la
desvergüenza de sus gobernados. Y hasta la fragilidad de su futuro”. AJMonagas
Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
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