ENRIQUE MELÉNDEZ |
¿La
cola incita a la compra? El otro día una señora, que pasaba por la cola que se
forma todos los días en un Micro de la cadena de Mercal, que tiene el gobierno
en La Candelaria (Caracas), encuentra allí una amiga, y le pregunta:
-¿Esta
cola es para comprar qué?
-Yo
no sé. Pero lo que estén vendiendo, lo compro.
Si
hoy están vendiendo aceite de maíz, se compra aceite de maíz; si es harina de
maíz, se compra harina de maíz. En ese sentido, se ha configurado la figura del
profesional de la cola. El tipo que se cala varias horas frente a un
supermercado; va a su casa con cuatro paquetes de harina de maíz; regresa, saca
otros cuatro paquetes, y así sucesivamente, y paquetes que, luego, en su puesto
de buhonero, los pondrá al triple, y que es el que considera el economista
Francisco Faraco, que se siente feliz con la escasez, porque le saca partida;
de modo que, si bien las colas para unos son un tormento; para otros
constituyen una bendición de Dios.
Porque,
si usted que busca pañales, que están en el rango de los treinta productos, que
están desaparecidos del mercado, consigue un paquete a 200 bolos; enseguida los
paga; aunque se tenga que sacrificar la compra de otra cosa, que también hace
falta en casa, o la salida de la pareja un viernes en la noche; que es por
donde comienza a “enmierdársele”, perdón por el galicismo, la vida a uno:
limitaciones tras limitaciones, que te van condenando a vivir encerrado, sin diversiones
algunas; porque, por lo demás, no es sólo con respecto a los pañales que usted
está dispuesto a pagar ocho veces el precio, que marca lo estipulado en forma
oficial; sino también por la harina de maíz y por el aceite de maíz y por el
champú: más de treinta productos están desaparecidos del mercado, y la gente
paga oro por ellos.
Es
decir, el mercado negro se forma, porque hay la necesidad, y como reza el lugar
común, la necesidad tiene cara de hambre. He allí lo que los economistas
conocen como una distorsión, y que no fecunda en aquellos países, donde la
racionalidad política está por encima de las ambiciones personalistas, como en
nuestro caso; brillando por su ausencia eso que se conoce como la
responsabilidad política, cuando se tiene mando; de modo que se mantiene el
equilibrio de las variables macroeconómicas; algo que se vivió en los ya
lejanos años de antes de la llegada de los bárbaros al poder; los famosos
“ángeles de la rebelión”, como se les conoció, cuando aún no habían mostrado sus
látigos, como diría Enrique Heine, a propósito de una premonición muy preclara
de lo que iba a ser el comunismo, ante este pobre y desventurado país.
No
razón dice el dicho que el que mucho abarca, poco aprieta. Esto lo digo por la
política económica de este gobierno basada en los controles, y, en ese sentido
se genera una dialéctica entre el control y el descontrol, es decir, todo
control tiene un límite, más allá del cual comienza la opacidad, donde, como
diría el Libertador, no prospera sino el vicio y las malas costumbres (no
olvidemos a Giordani chillando porque una mafia cambiaria se había birlado 25
mil millones de dólares a través de empresas de maletín), y el problema aquí es
que quien se aprovecha de esta zona que queda sin control no hace sino medrar;
esto es, vivir a expensas de algo que es, completamente, improductivo.
Medra
el representante de una de esas empresas de maletín, que dice Giordani, con las
divisas, que le salen por el Cencoex, antiguo Cadivi, y del que medra también
un cierto entorno, que le diligencia las asignaciones, correspondientes a las
mismas; como medra el tipejo que hace la cola frente a un supermercado por el
ama de casa, que está ocupada, y que no tiene tiempo para estar allí; incluso,
esto va más allá en el género de nuestra picaresca: hay el sujeto que se
compone con el personal de determinado supermercado que le hace la segunda, en
el sentido de que le avisa cuando un camión llegó cargado de harina de maíz,
para que se venga, y por esa segunda le da una recompensa de unos quinientos
bolos, que se los reparte con la cajera; pues en componenda, además, con ella
le han permitido sacar algunos paquetes demás, y hablo, en especial, de la
harina de maíz; porque también por aquí hay toda una cadena de microempresas, a
nivel de todo el país, que vive del producto que le saca a la misma: arepas,
empanadas; lo que Chávez llamó alguna vez, entre sus planes demagógicos, “La
Ruta de la Empanada”; es decir, la industria de la harina de maíz, y
microempresas que tienen que estar muy pendiente de la circulación y
distribución de lo que para ellos sería su insumo, y así con la necesidad de
esta gente dicho personal aprovecha para complementar la miseria de sueldo, que
le pagan en el supermercado, en unas condiciones de altísimo costo de la vida,
y de modo que este se ha convertido en un sistema de subsistencia, que se ha
enquistado en la microeconomía, y que es muy difícil de extirpar, y lo cual es
algo que ahora, desafortunadamente, pretende el gobierno.
Pues
todo este parasitismo se ha enquistado como un cáncer que corroe a nuestra
sociedad, y que resulta muy difícil de extirpar, porque no hay voluntad. El
gobierno se ha venido a dar cuenta de esta situación, pero ya es demasiado
tarde; esa forma de subsistencia, como hacía ver va a ser muy difícil de
desmantelar. ¿Por qué Maduro no se atrevió a adoptar el famoso plan de ajuste
económico que anunció, y para lo cual incluso condicionó a la opinión:
macrodevaluación, aumento de la gasolina? Porque lo primero que tendría que
hacer sería deslastrarse de los cubanos; que son los primeros medradores de
este país, y la causa de su falta de autoridad moral para encarar el resto de
distorsiones de este tipo, como los que estamos viendo, repito, a nivel de
nuestra microeconomía.
Enrique
Melendez O.
melendezo.enrique@yahoo.com
@emelendezo
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