Conocí a Theodore Forstmann en el club Yale
en la ciudad de Nueva York cuando, un amigo de ambos, Jude Wanninsky, ofreciera
una cena para los clientes de su empresa, Polyconomics. Compartimos la misma
mesa y sin saber de quién se trataba, inicié una larga conversación con él
desde que detectara la llamarada de sus ideas libertarias. Ya entrada la noche
me enteraba que se trataba nada menos de Teddy Forstmann, el presidente de
Forstmann, Little&Company.
Theodore Forstmann |
Forstmann, Little era en esos momentos uno de
los Bancos de Inversión más importantes del mundo y Theodore, su presidente,
billonario, libertario de hueso colorado, soltero y galán quien contara en su
expediente relaciones con la Princesa Diana, Elizabeth Hurley y la hermosa
modelo Padma Lakshmi. Durante el resto de la velada nuestra conversación se
haría más intensa y sería el inicio de una buena amistad la cual, debido a mis
seguidos viajes a Nueva York en esa época, tuve la oportunidad de seguir
cultivando.
En nuestras reuniones los temas sobre la mesa
más que financieros eran disecciones de nuestras ideas libertarias, cuando el
ya formaba parte del consejo del Cato Institute, una de las organizaciones
libertarias más prestigiadas del mundo. En cierta ocasión me comentaba el haber
recibido una solicitud del presidente de Cato para llevar a cabo una reflexión
acerca de ese maligno cáncer que afecta las economías, el empresario estatista,
y abría la conversación con la siguiente declaración:
“Posiblemente, debido a que nunca fui entrenado apropiadamente en una escuela de negocios, siempre he encontrado al capitalismo fácil de entender y tan natural como caminar o respirar. Es un modelo económico que se enfoca en el crecimiento y permite al individuo la oportunidad de usar los talentos que Dios le dio. El éxito se puede alcanzar y el fracaso tolerar: en pocas palabras, así debería funcionar el mundo.
Así que cuando Ed Crane me pidió que hablara
sobre el empresario estatista, inmediatamente dos cosas me golpearon. La
primera fue la teórica contradicción de términos ya que la mayoría de
ciudadanos comunes, equipararían la palabra empresario con capitalista, no con
estatista. La segunda es que sería difícil encontrar algo bueno que decir sobre
este particular grupo. Pero voy a iniciar con una cita de Domingo Cavallo, Ex
Ministro de Finanzas de Argentina:
"Cada Peso," dijo Cavallo "es
un contrato entre el gobierno y el poseedor del peso. Ese contrato garantiza
que cada peso -como unidad de valor por la que el poseedor ha trabajado duro
para obtenerlo- valdrá lo mismo mañana que hoy. Si el gobierno rompe este
contrato, está rompiendo la ley. El único papel del gobierno en la economía
debería ser el de garantizar la integridad de las transacciones de
mercado."
Esa era una declaración simple de un hombre
formado por sí mismo, pero revolucionaria porque su premisa de un gobierno
pasivo y limitado difiere radicalmente del papel activista que hoy día asume.
Pero estos son tiempos revolucionarios, y la
revolución verdadera es la que alcanza más allá de las políticas y el
partidismo para desafiar algunas suposiciones básicas de la forma en que opera
el mundo. El ex Vocero de la Cámara de Representantes, Newt Gingrich, ha
advertido que "Las empresas estadounidenses no pueden ganar en el mercado
si ellas admiten la derrota en la guerra de ideas." Las líneas de batalla
de esa guerra no están trazadas tanto entre conservadores y liberales, como lo
están entre dos visiones del mundo diametralmente diferentes.
La visión estatista del mundo (Forstmann)
Una visión comienza y termina con el
gobierno. Es la de una sociedad estatista en la cual el gobierno controla la
mayoría de las relaciones humanas, económicas y de otra índole. La otra visión
comienza y termina con el individuo. Es la de una sociedad civil en la cual las
personas se organizan entre ellas a través de la asociación voluntaria y el
intercambio. La sociedad estatista le promete felicidad a cambio de la mejor
parte de su libertad. La sociedad civil solamente le garantiza su libertad. La
felicidad depende de cada quien.
Quizás podamos entender el impulso estatista
a favor de los carentes de experiencia o de educación, los discapacitados, los
que no tienen libertad, la niñez y los enfermos. Pero, ¿por qué escogería el
empresario negociar su capital más precioso: la libertad?
Sería fácil descartar al empresario estatista
como un bribón o un tonto. La triste verdad es que no es ninguno de los dos.
Hay que recordar lo que Voltaire dijo una vez: "Es peligroso en lo estar
correcto cuando el gobierno está equivocado." El empresario estatista
simplemente está haciendo su trabajo. Probablemente él es solo parte de una
gran corporación. El no hizo las reglas; solo las sigue. El no pregunta por qué
el gobierno tiene todas las cartas, simplemente acepta la mano que le dieron.
Para jugar seguro, el empresario burocrático le sigue el juego.
Pero al unírsele, en vez de pelear en contra
de las fuerzas de un gran gobierno activista, él se vuelve parte del problema.
De hecho, se vuelve una parte significativa del problema al cual contribuye en
tres formas. Número uno: él es un conservador y no un creador. Número dos, es
un grupo de presión. Y número tres, él es utilizado como un argumento en contra
del capitalismo, aunque él no es un capitalista en absoluto.
El empresario estatista es conservador en el
sentido más literal de la palabra. Es un vigilante, no un tomador de riesgos.
Raramente es el propietario de su propia empresa, valora más la permanencia que
el crecimiento. En su misión de preservar, busca la protección del estado en
lugar de lo que Schumpeter llamó "el vendaval perenne de la destrucción
creativa." Puesto en forma sencilla, él quiere que el gobierno le
garantice seguridad sin riesgos, la oportunidad de sobresalir sin la
posibilidad de fracasar.
El taxista, el de la lavandería y el
peluquero no pueden operar de esta forma. Ellos no tienen departamentos de
contabilidad; no pueden darse el lujo de contratar abogados ni activistas. El
pequeño empresario está en el suelo mientras que el gran empresario está
volando a 50,000 pies sobre él y a esa altitud no se ven individuos, se ven
conjuntos. El peluquero no trata con conjuntos, trata con facturas de electricidad,
suministros y clientes. Como George Burns dijo una vez "Es muy malo que
las únicas personas que saben cómo manejar el país, estén demasiado ocupadas
manejando taxis y cortando el pelo."
Dado que la cultura corporativa es
esencialmente conservadora –la aversión al riesgo, la resistencia al cambio—
cualquiera pensaría que el empresario estatista se convertiría rápidamente en
una víctima en nuestra economía siempre cambiante. Si estuviésemos operando en
un verdadero mercado libre, así sería. Pero él se ha comprado un seguro en
contra de las eventualidades, lo cual me lleva a su segunda contribución.
Veamos.
"No es un crimen ser ignorante en economía, pues sabemos es una ciencia complicada. Pero es totalmente irresponsable expresar vociferantes y escandalosas opiniones del tema, mientras se permanece en ese estado de ignorancia". Murry Rothbard
Ricardo
Valenzuela
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@elchero
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