Sentado
a la orilla de su isla personal, de espaldas al bullicio y a la gente, mirando
el mar profundo y tan lejano, no deja de jugar con sus pies escamosos dentro
del agua tibia y medicada, acopiada en ponchera de las de antes por uno de los
enfermeros guardaespaldas que con ganas íntimas
de Mayami lo protegen como a un bebé barbudo.
Otrora
atracción de circo, ya a su edad no es más que un espejismo, objeto raro
abandonado en el rincón de su decrepitud, un radio viejo que cantó e hizo
bailar a más de uno, pero que ahora solo tartamudea baboso, en ropa deportiva,
aquellas canciones marineras de cuando Batista era el Sultán de aquel tibiri
tábara. “Cambalache” era ya un tango famoso.
Reposan
mientras tanto sobre una mesa pesada de marfil como elefante genuflexo,
convenientemente acomodada debajo de un almendrón rozagante, sostenidos del
capricho del viento por blancas piedras y gigantes moluscos, libros, revistas,
informes técnicos con propuestas que nunca se llevarán a cabo, cartas,
salutaciones, periódicos, una libreta intacta para sus notas y mensajes
cifrados que ya ni escribe por rubor, sospecha o desengaño, y unas fotos de
borrosos recuerdos y rostros ojerosos que a veces le hacen dar un suspiro
danzón cuando nadie lo mira, para que no sepan que es humano.
Una
idea está fija en su pensamiento y es la muerte que ya se le ha asomado varias
veces. Sí, la pelona, la suya, la de
él. Con su cruz de lagañas a cuestas,
hijos, traidores y demás desaparecidos, murmullan desde el olvido, y la arena cercana, móvil y
polvorosa, lo descubre en su poquedad, multiplicado en un espejo microscópico e
interminable. “Nada es para siempre, sólo lo es la revolución”, se ampara,
defiende de sí mismo y de lo que lo rodea y sigue abstraído en el mar cuya
espuma lo lleva sin querer al sonsonete inconveniente aquél de “Maringá,
Maringá”:”…que después que tú partiste todo el mundo quedó triste porque amaba
tú bondad”. ¿Se pondrá Leo Marini de moda nuevamente?
En
esas tribulaciones, después de alcabalas, requisas y permisos, se le acerca un
lleva y trae de anteojitos, calvito prematuro, con ilusiones de canciller,
embajador al menos, vestido de guayabera manga larga, creyendo ganar puntos con
un informe recién salido del horno, de su puño, letra y trasnocho, sobre las laberínticas
conversaciones de paz que en tierra de Martí llevan hoy adelante o atrás o en
neutro o en suma de todo lo contrario, el gobierno de Colombia y la guerrilla
de las FARC, ejército del pueblo para más apellidos rimbombantes.
“¿Y
qué se dice?” refunfuña mirándose los pies en tanto que el fulano miope ya le extiende la carpeta de rigor sin que el
anciano dé muestras de aceptarla; símbolos del poder. “Jefe” lo llama aunque
después recule y carraspee, y afirme “Comandante”, casi que con K. El “Mí” posesivo
al revés, entregativo pues, vendría a continuación: “la cosa está trancada,
pero poco a poco”.
“Ni
que fueran estíticos, carajo”. “Es que así son estas cosas, y ahora sí y por
fin y abierto, “Mí Comandante”, de tira y encoge, y la estrategia no es la de
ganar-ganar como dicen en Cambridge, sino de dilatar y apurar al mismo tiempo
para que parezca se está, sin estar de verdad”.
“¿Pero
cómo es esa vaina Ramoncito?”, y por primera vez lo llama por su nombre de pila igual al de su padre y
el interfecto que casi de vahído. “Ya yo le he dicho a los compañeritos de las
FARC que las condiciones están dadas para la toma del poder; sobre todo las
subjetivas. Que se olviden de montañas, de muertos, de secuestros, de barbas,
de banderas coloradas, que dejen la imitación, que a ese tiempo se lo tragó la
historia. No ven a Venezuela, a Nicaragua, Ecuador, Bolivia, a Brasil,
Argentina, Chile, Uruguay, cada quien con su tumbao, o es que están ciegos.
¡Tráiganme un vaso de agua sin veneno, que esta maldad que siento en el cuerpo
no puede ser otra cosa que muerte lenta!
Yo
se los dije: “Fidel, el Ché, Sandino, Gaitán, el cura Camilo Torres, Tiro Fijo,
todos esos son muertos, menos yo que ya casi, y hay que terminarlos de
enterrar. La revolución de hoy es por las buenas y con salivita. Poder
electoral, encuestas, diálogo, marketing, todo ese cachivachero burgués ahora
está a nuestro favor y hay que explotarlo, para que quede claro.
Yo
se los afirme, ¿se dice así?, por la mitad del medio del centro en el Aula
Magna de la Universidad Central de Venezuela, en 1999 con Chávez ya de
presidente electo y constitucional, que la revolución de ahora no necesita ni
de sangre ni de héroes, es, debe ser, una revolución tan civilizada como la de
los Estados Unidos y así no nos metemos con el imperialismo. ¿Para qué buscarse
enemistades? ¿Para hacernos fuertes, eternos? Mírame yo. Ayer no es hoy.
Dije
pues en Caracas: “Les voy a decir algo más, ustedes no pueden hacer lo que
hicimos en 1959. Ustedes tendrán que tener mucha más paciencia que nosotros y
me estoy refiriendo a aquella parte de la población que esté deseosa de cambios
sociales y económicos radicales inmediatos en el país. Si la revolución cubana
hubiese triunfado en un momento como este, no habría podido sostenerse”. “¿Te lo
explico mejor, Ramón?”
O
es que no saben estos tarados que la guerra fría terminó y hay que aprovechar
antes que vuelva a empezar, porque lo de Putin va por esos caminos.
Ahorita,
hoy, ya, la pobreza está de nuestro lado, la falta de educación, el imperio del
“bobismo”, que es como ponerse en cuatro patas a favor del que venga con unos
periquitos embusteros a criticar la democracia que ya se bajó los pantalones,
se corrompió hasta los tuétanos; anda balsera. ¡Qué clase dominante ni qué ocho
cuartos! Esa entelequia no existe; burguesía, lucha de clases, élites,
empiriocriticismo; palabrejas de diccionarios democráticos y marxistas que ya
no sirven ni para limpiarse el rabo de apolillados que andan, los libros digo.
Todo ese chiste del subdesarrollo, de las élites en América Latina, no me
jodan, salieron corriendo a comprarse baratijas por el mundo.
Aprovechemos
que la niña está sola, sin dictaduras a lo clásico, sin militares golpistas por
ahora, con crisis inmensa de partidos políticos, con lumpen como arroz. No hay
necesidad de invadirla, ni expropiarla, no es negocio. No tiene quien la cuide,
ni quien la llore. Eso que tú llamas las
élite en el cartapacio ese que me trajiste y que no voy a leer como imaginas,
se chuparon todo lo que pudieron. Y se fueron pal carajo a vivir bien, a jugar
golfito, sin mosquitos, sin militares, sin pueblo, sin estiércol que los vaya
persiguiendo a donde vayan. No se exiliaron, se esfumaron más bien. Este mundo
frondoso, diluviano, corrompido de tanta podredumbre y caribe además les quedó
grande, de otra talla, en sus endulzados saberes europeos. A tus élites les dio
el alzhéimer tropical, ya no se acuerdan de esto o nunca lo tuvieron en mente
como destino, como tumba. Le huyeron a la mortandad de peces en la orilla, a
las aguas negras, al dengue, a los carajitos con los mocos afuera, a la
chikungunya africana, ¡qué vaina!, al mierdero que somos. ¡Viva la democracia,
camarada!
Así,
sin enemigos y con eso que ustedes siguen llamando las condiciones objetivas,
como que si no hubiera pasado nada en cien años, ¡qué montaña ni qué montaña!,
elecciones carajo, modernos por fin, actuales, democráticos mi sangre. La era
está pariendo un corazón pero de votos, carajito.
Dile a los compañeritos de las FARC que yo lo
que les mando a decir es que le digan que “sí” a todo. Mañana serán gobierno y
mandarán al Estado al mismísimo sacramento del carajo; ya haremos entonces las cosas a nuestra
manera. ¿No y que somos caribes? Seámoslo pues, que quiero verlo en vida. Y ese
mandado es rápido, que para ayer es tarde.
Muévete
que me estoy muriendo del cansancio de oírme y de esperar que te vayas.
Acuérdate de la embajada, aunque con esos lentes que tienes te pareces más bien
a un tercer secretario. Anda y caliéntame el agua de la ponchera que esto se
está poniendo frío y gánate unos puntos con la historia. Saludos por allá”.
Leandro
Area Pereira
leandro.area@gmail.com
@leandroarea
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