Hace catorce años, octubre de 2000, Hugo
Chávez en cadena insulta al director de este diario, Miguel Henrique Otero, y
se dirige a Pedro León Zapata: “¿Cuánto te paga El Nacional para que hagas esas
caricaturas?”. Era su furia contra la de ese día donde apareció un sable
diciendo: “A mí, la sociedad civil me gusta firme y a discreción”. Zapata lo
desnudó desde el principio, pues era y sería por siempre un dictador.
Al
acusarlo de tarifado sin cerebro, ejecutor de órdenes a cambio de dinero, el
comandante se delató. Su raíz mental y la de sus alumnos radica en la compra de
conciencias. No conciben ni permiten que existan los insobornables: personas,
países, pueblos, sistemas de gobierno, cuyo basamento es la libertad espiritual
que se manifiesta en la de pensamiento, expresión y acción. Eso no estaba en la
naturaleza resentida del soldado con bajo nivel de instrucción elemental,
mediana formación castrense, rendimiento mediocre en la cantina del cuartel y,
muy al fondo, graves carencias emocionales en su biografía familiar.
El resto es historia hasta hoy. No pueden
sorprender los despidos de Rayma y Weil. Es demasiado larga la lista mundial de
talentosos creadores perseguidos, presos, asesinados, a lo largo en la Unión
Soviética de ayer y la actual que llaman Rusia y en todo el mapamundi regido
por autócratas y tiranos, cuya psicopatía les impide disfrutar el placer de la
crítica con risa porque jamás la han ejercido en momentos de reflexión ya que
no piensan, solo dan órdenes. ¿Cuántas fotos existen de Mao, Hitler, Stalin,
Bin Laden riendo con ganas? En la vida diaria, sin uniformes militares, abunda
este ejemplar incapaz de perdonar al prójimo, familia o buen amigo que por
generosa protección les señala algún error. De inmediato le brota el fascista
ordinario que rehúye la discusión civilizada y reacciona enfermizo con un: “No,
la equivocación es tuya y no podemos seguir siendo panas porque pensamos
diferente”.
El humorismo es delictivo y temible para los cobardes cuya valentía radica en el poder de las armas blancas y de guerra, pero entran en peligroso pánico cuando presienten que esa libre creatividad deja al descubierto su verdadera persona, miedosa, primitiva, criminal, acomplejada por infinitas sinrazones, impedida de intercambiar ideas, gustos, conceptos, emociones y sentimientos. Tienen su legión de cómplices que se hacen los locos y justifican esa conducta con el trajinado: “No soy político”, “no me interesa la asquerosa política”. Cuando quieren escapar o luchar, ya es tarde.
Pero aún es posible soltar carcajadas y
sonreír leyendo los Sonetos y aquellos de Andrés Barrios (Libros del Fuego,
2014), un venezolano, entrañable, músico integral, clarinetista de alta
calidad, nadie lo supera en su interpretación de “El Musiquito”, bello,
melódico poema de Aldemaro Romero. Alegre juglar, improvisador de ingenio
criollo, es un bromista constante dentro y fuera del escenario como uno del
trío músicomediante “Los Hermanos Naturales”. Actor, dibujante, pintor original
como su hermano Jesús Barrios. Su capacidad para divertir desde estos versos
retrata su humilde condición de transeúnte que conoce a fondo la calle, su
gente y secreciones de las más íntimas que cubren las aceras. Agudo cronista
urbano que camina mucho, ve, oye, huele y toca mugre pero sabe hacerlo por
entre el estiércol sin contaminarse.
Es precisamente la bendita función del
humorismo. Vive y sobrevive a pesar de los sucios gendarmes que odian a quienes
saben otorgar el enorme poder sanador de la risa. A veces el humorista tiene
que bajar su volumen, pero sigue prendido y premonitorio. Siempre muy cerquita
de la verdad.
Alicia Freilich
alifrei@hotmail.com
@aliciafreilich
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