El ex presidente de Colombia Ernesto Samper
Pizano (1994-1998), no ha cesado en su afán de zafarse de los plomos que lo
persiguen. Me refiero tanto a los que lleva aún dentro de sí, después de aquél
atentado en el aeropuerto “El
Dorado” de Bogotá, lo que lo aproxima a
cierta narrativa típica del realismo mágico,
así como a los que carga en su conciencia, si así fuera, con aquello del
Proceso 8.000 del que salió igualmente con vida más no ileso por las
acusaciones de haber consentido el ingreso de dineros del narcotráfico en su
campaña electoral. En ese contexto, el de los bastiones del pasado, acaba de
ser nombrado Secretario General de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur).
Pero ha sido en todo caso una rehabilitación
non sancta, inducida digamos y por tanto
postiza, en la medida en que es producto de negociaciones arregladas con
petróleo venezolano y aunque es verdad que el Presidente Santos lo ha
respaldado públicamente, no deja de llamar la atención además la referencia
expresa a Cuba, en su discurso desde Miraflores al asumir el cargo,
definiéndola y defendiéndola como un “hermano mayor”, con lo cual puedo inferir
que, en acto fallido de genero gramatical, se refería al “Big brother”
orwelliano, ¿Fidel en este caso?, de la novela “1984”, por el carácter arcano y
omnipresente de tan taimado personaje que se nombra pero que nunca realmente
aparece en escena y que desde lo inmarcesible dicta órdenes así como el
comandante eterno de esta Tierra de Gracia.
Habló Samper en la misma alocución de sus
planes de acción, “objetivos misionales” los llamó, y los concretó en tres
asuntos: el tema social, el económico, y el político, refiriéndose
específicamente a su preocupación por la inseguridad ciudadana. En tal sentido
apostaría lo que no tengo a que la verdadera
prioridad para la que se le tiene
en mente y para el que ha sido nombrado por sus mecenas es, casi que con
exclusividad, el de la paz en Colombia, con lo cual se colombianizaría y
desnaturalizaría la agenda de Unasur. Pero, qué es una raya más para un tigre.
A tales fines Samper es un peso frágil y
pesado a la vez, dúctil digamos, y no solo por las referencias humoristas o
irónicas que se hacen en relación al “elefante” que él dice no haber visto, a
pesar de estar frente a sus narices, y que no es más
que aquél paquidermo de los dineros turbios, provenientes del
narcotráfico, que trajeron como consecuencia que los Estados Unidos
descertificaran a Colombia en materia de lucha contra las drogas y le suspendieran
la visa al Presidente, sino porque también posee un curriculum en lides
políticas, que no necesariamente prontuario, tan abultado e hiper quinético
como su necesidad de reconocimiento público.
Me llamaron la atención y dieron pena ajena
las tantas loas frente a Maduro quien administraba aplausos, sonrisas y
silencios como el jefe que le da el visto bueno a un fulano que solicita
empleo; a Chávez, “Comandante y Presidente”; a Maduro, “tengo la mayor
confianza en que el país está en muy buenas manos, Presidente”; a Alí
Rodríguez, “la fuerza tranquila de Venezuela en medio de las peores
tempestades”; la alabanza acrítica acompañada de lambones gestos “a las 19
elecciones ganadas”.
Más no
debería sorprendernos este izquierdismo complaciente de Samper, quien nunca
estuvo lejos de Fidel en quien confiaba y confía como intermediario e
interlocutor válido entre guerrilla y gobierno. Y Fidel y ahora Raúl, que son
viejos y zamarros desde que nacieron, le tienden la mano al caído, que no es
sino para darse oxígeno a sí mismos y seguir flotando, sin apuros por concretar
la paz en Colombia ya que estarían perdiendo un jugoso botín de guerra, el mar
de la felicidad.
Por lo que vemos, la política exterior de
Colombia desde López Michelsen a esta parte, con sus bemoles en la partitura,
ha estado mucho más vinculada a Cuba de lo que muchos pensábamos era una
relación casi que unívoca con los Estados Unidos. El Samper de hoy resucitado
es producto de ese inestable pero pragmático andamiaje de intereses y componendas
que priman tantas veces sobre los pajonales edulcorados y proclamados a
través de la casquivana retórica documental de las cancillerías.
Nos hubiese gustado, ilusos, un discurso más
emancipado, menos de funcionario público enjaulado en proteger las haciendas de
los mayores accionistas; un discurso de Estado y no de parcelas políticas,
porque la oposición aquí o allá es también ciudadanía y nos persiguen; porque
la libertad de expresión es de todos y de cada quien, y la asfixian; porque el
diálogo y la paz son valores sin
fronteras y derechos humanos irrenunciables e
irrespetados en todos los confines de Unasur cuya capital, supongo, no es La
Habana.
Pero a pesar de todo qué decir: ¡Suerte Señor
Samper y ojalá en una de esas se les descarrile a favor de la democracia y de
la libertad! No tengo porque esperar menos de Usted, no sería justo.
Leandro Area Pereira
leandro.area@gmail.com
@leandroarea
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