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jueves, 18 de septiembre de 2014

GUSTAVO TOVAR-ARROYO, LOS PALADINES DEL NAUFRAGIO

En orden de culpables, frente a un hipotético juicio histórico, el autor material y principal responsable de la ruina venezolana en el amanecer del siglo XXI es Hugo Chávez; en segundo lugar está el malandraje que lo acompañó en su proeza destructiva, con su amado heredero Nicolás Maduro a la cabeza; y por último, como cómplices indiscutibles, está esa generación de políticos venezolanos que nacieron entre la década de los cuarenta y los cincuenta -especialmente estos últimos como contemporáneos al militar golpista- que por incapacidad, ineptitud y conformismo no supo enfrentar con el rigor urgido los males que se avecinaban (su maestro fue Rafael Caldera).

Como buenos timoratos que son -claro, ellos frente al espejo se sienten dioses del Olimpo- siempre fueron de la estúpida idea de que en política “las cosas caen por su propio peso”; argumento que a todas luces es incierto, falacia que hoy pagamos muy caro.

Se equivocaron y su errático juicio, pero sobre todo su carencia de liderazgo, llevó al país a la deriva en la que nos encontramos.

Sin explicación alguna, después de fracaso tras fracaso político, se convirtieron en los “líderes” de la MUD, son los paladines de su naufragio.

La generación derrotada

Esa generación cómplice del ascenso de Chávez, fue derrotada, barrida y convertida en polvo cósmico por el barinés.

A muchos no les quedó otro remedio que dedicarse a la pobretología (rama del espiritismo sociológico que se propone hacer de la pobreza un laberinto sin salida), a la docencia (¿qué enseñarán?), a la asesoría electorera (nunca ganaron una elección, pero ellos sí saben de procesos electorales) y, los menos, a la actuación (fruncen el ceño, fijan la mirada en el vacío y cavilan desde sus artículos de opinión sobre la sexualidad de las piedras).

Más que políticos o analistas son pontífices.

No detuvieron el ascenso de Chávez, no lograron vencerlo en ninguna contienda política, son la generación derrotada, sin embargo, su obstinado endiosamiento los lleva a creer que tienen una solución “objetiva” para salir de la escandalosa crisis que nos aqueja y que en cierta medida ellos mismos causaron por su ineptitud.

No tienen idea de lo que dicen, ni la tendrán. Son los derrotados de la historia y lo seguirán siendo. Fueron ellos quienes hundieron el barco democrático en Venezuela dándole el timón a Chávez.

Por su pésimo consejo e ineficiente acción política el chavismo se consolidó en el poder. Si quieres que las cosas sigan igual: síguelos. Si deseas una salida histórica para la ruina: mándalos para el carajo.

Tú sabrás…

El peñero encallado de la MUD

No oculto mi afecto por muchos de esos paladines de la deriva venezolana. Me emborracho con ellos, antagonizo, debato pendejadas, canto, declamo poesía, pero hasta ahí. Cuando se trata de hacer política o intercambiar ideas, de movilizar a la sociedad y a su juventud, de reivindicar derechos y de luchar por transformar a Venezuela, de erradicar este festín de muerte y corrupción que nos ha traído el chavismo, ni los escucho ni los sigo, son una calamidad.

Como generación, me resultan una curiosidad humana por su insensibilidad, desapego y liviandad. Nada les importa, solo mirarse frente al espejo y solaparse entre ellos mismos.

En estos días, cuando en un errático pronunciamiento público -otro más-, un miembro de la generación perdida señalaba a otro de la misma generación como nuevo capitán del peñero encallado y destartalado de la MUD y los vi celebrar, aplaudir, encomiarse y felicitarse entre sí, ni me molesté, ni me ofendí ni me indigné como mucha gente lo hizo, sentí compasión, muchísima compasión por ellos (y por Venezuela).

Son como borrachitos de playa que, en su ebriedad, juegan frenéticamente a ser los insignes -pero temibles- piratas del peñero encallado y destartalado de la MUD, que para su despecho se hunde en plena orilla de la nación.

No son chistosos ni siquiera patéticos, son trágicos. Se levantan sobre la proa de la embarcación destartalada y hundida, alzan su brazo izquierdo muy alto apuntando al firmamento, inflan su pecho para arrostrar el horizonte, gritan, levantan consignas memorables, fingen batallas inauditas, sin que el encallado peñero se mueva un ápice.

Ahí permanecen estériles, fantasiosos, inamovibles en la orilla de su propia nadería. Pese al trágico espectáculo nosotros tenemos que seguir.

Nuestro destino es la libertad.

Los estudiantes

Los únicos que fueron capaces de derrotar a Chávez en todos los escenarios (político, electoral, social, cultural, etc.), los que probablemente llevaron a la tumba al sátrapa embalsamado, fueron los estudiantes.

Para ellos la política es un hecho humano, causado por hombres y mujeres, no por molinos de viento ni por generación espontánea. La sueñan, la participan, la debaten y la luchan para transformarla y enaltecerla. Hacen política día a día, no frente al espejo ni en mesas de diálogo, sino en las calles.

A ellos son los que debemos escuchar y seguir, ellos sí han sabido colocar al chavismo contra las cuerdas, clavarle un rodillazo en los testículos, doblegarlo y derrotarlo.

A diferencia de los paladines del naufragio quienes jamás dieron crédito al sátrapa y siempre fueron de la errada opinión de que caería por su propio peso, “solo hay que darle tiempo para que se derrumbe” y que en la actualidad dicen lo mismo sobre Maduro: “Caerá solo, la crisis lo derribará”, los estudiantes han decidido enfrentar en todos los escenarios la dictadura para liberarse. Solo ellos saben cómo hacerlo y podrán lograrlo, ojalá no escuchen ni sigan a los perennes derrotados. Sería fatal.

No se les ve montándose sobre peñeros destartalados, no tienen tiempo. La cruda realidad les atañe. Nuestro futuro depende de su éxito. Apoyémoslos, podría ser el evento final.

¿Qué harás?

Gustavo Tovar Arroyo
elmichoacano@hotmail.com
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