Castro y Maduro son personajes cómicos, porque el
tiempo de ambos ha pasado y representan dos caricaturas: una del sabio
revolucionario y otra del heredero del hombre eterno.
Falso: todos saben que no
hay tal sabiduría ni Maduro heredó a Chávez. ¡Qué escándalo! Imaginar a Lenin
rodeado de sus nietos como Castro, Stalin cuidando de su salud también como
Castro, o Mao, retratado sonriendo con Nicolás Maduro, meciéndose en una silla,
vestido de forma pintoresca.
Castro
quiere vivir 100 años, pero envejece demasiado aprisa, en cambio a Raúl el
poder lo rejuvenece. Al comparar el Castro de los años 60, o 70, con el de hoy
dan ganas de llorar, mejor habría sido que lo asesinaran los marines, hubiera
sido la figura histórica del continente, el súper Bolívar cuyos errores se
habrían perdonado hasta el final de los tiempos.
Un abismo separa al Castro
revolucionario del que se hoy cuida su prestigio. Ha sido un maestro en el arte
de sobrevivir, lo demostró en el ataque al Moncada y en el desembarco del
Granma. Después de cierta edad siguió los consejos de sus médicos, dejó de
fumar, vigiló la dieta y ha adquirido la serenidad del que vive plácidamente,
con un país a sus órdenes. Ha sido obedecido durante medio siglo, sin la
angustia del gobernante democrático vigilado por una prensa abusiva y
opositores inclementes prestos a la calumnia o a la denuncia.
Ha vivido
austeramente pero sin privarse del placer de una buena comida, un buen trago,
un excelente puro, que comparte como un monarca con los visitantes ilustres, ya
no fuma como le recomendaron los médicos.
Fernando Egaña cuenta de su urbanidad
en una comida de gala, la forma en que
manejaba los cubiertos, la parsimonia con que comía en una cena para los presidentes
latinoamericanos en Porlamar, mientras el rey de España hablaba con la boca
llena. Castro usaba adecuadamente los diversos cubiertos, masticaba sin prisa,
comía como un aristócrata, acostumbrado desde siempre a recibir presidentes,
magnates, gerentes.
Nicolás Maduro, el sobreviviente heredero del patria
socialismo o muerte, admiró los tiempos que estremecieron al mundo desde la
comodidad en que vive un revolucionario en Caracas. El simulacro venezolano
concluye con Maduro, nunca hubo amenazas de invasión, el maldito imperialismo
no cumplió su deber.
Maduro es la cara visible de nada, Fidel Castro lo
recibe sonriendo porque también él es ahora lo mismo. Uno le da vida al otro,
lo convence de que es un actor en el gran juego de la revolución: pero, ¡tantos
afanes para esto! La fotografía se publica en primera página en la prensa
oficial cubana y la venezolana, no llega a los periódicos internacionales, no
interesa como en otra época; pero ellos viven su ilusión, Maduro sin
pretensiones de cambiar al mundo, Castro jugando su papel con las fichas que le
quedan.
Si Maduro aceptara perder unas elecciones
presidenciales habría que calificarlo de democrático. Y al revés, se volvería
una dictadura si no las celebrase, o permaneciese en el poder después de
perderlas. El gobierno de Maduro aspira a ser autoritario y ocultar la
represión, compra periódicos en vez de cerrarlos, no asesina oponentes, los
acalla, los desaparece de la televisión y la prensa pero no es una dictadura
personal, ni la de un partido, porque sus mentores cubanos no quieren realizar
el socialismo, sino mantener en el poder a Maduro, y hasta quisieran
racionalizar el manejo de la economía.
Ahora Maduro no sabe qué hacer con Venezuela. ¿Gira
a la derecha como le piden los economistas y aplica un plan de ajustes? ¿O gira
a la izquierda e impone el racionamiento y una verdadera dictadura? Como los
dólares no alcanzan tiene que hacer algo, por ahora ha decidido no hacer nada y
esperar por el camino todo se arregle. No nos esperan buenos tiempos.
Maduro le pide consejos a Castro, Castro se los da.
Maduro vuelve de la Habana y no dice nada.- ¿Ese fue lo que lo aconsejó Castro?
No decir nada, pero hablar mucho.
Fausto Masó
fausto.maso@gmail.com
@faustomaso
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