Debo confesar que desde hace
tiempo había pensado en escribir este artículo pero no lo hacía por cierto
sentimiento de pena pues se mete con
nuestras intimidades.
Durante la Colonia es de suponer el surgimiento de la ambición de parte
de la dirigencia política, económica y nobiliaria en lo que sería Venezuela.
Todos querían reproducir la forma de vivir de la península y nadie quería venir
a pelar bolas sino, por el contrario, a hacerse rico y rápido.
También aparece la supervivencia como estilo de vida de los grupos de
menor jerarquía que llegan de España y de los muchos que se desarrollan con la
paulatina mezcla de razas cuyo objetivo
era crear un sistema que les permitiese algún bienestar económico y beneficio
social.
Seguramente, con sus variantes, pasaron siglos dando forma y fuerza a lo
que sería la marca de fábrica de nuestra forma de entender la vida.
El proceso de independencia le agregaría pimienta a la marca de fábrica.
La supervivencia fue animada por el paredón de fusilamiento y nuestros
supuestos héroes son la sumatoria de la astucia para salvar el pellejo. La
ambición pasa a ser una dificultad especial para satisfacerla. Con el tiempo
los vistosos uniformes militares, las medallas y los títulos rápidamente
ganados solucionan en parte el asunto. Pero la parte importante son los botines
de guerra. Gracias a este truco nivelador y a los nombramientos de los nuevos
gobiernos locales reproducen la ambición como en la colonia.
Hasta nuestros días la repetición del régimen de supervivencia y
satisfacción de la ambición ha sido una constante. Ahora llegamos a una
Venezuela que explica lo que pasa.
Van mis disculpas a los muchos patriotas dispuestos a la lucha por
ideales pero son los pies sobre la tierra los que nos hablan.
Los miles de puestos burocráticos existentes permiten disfrutar del
poder y de enriquecerse con facilidad y bastante impunidad si se hace con algo
de prudencia. Muchos contratistas y suplidores privados nacionales participan
en el festín y las importaciones son el mejor mecanismo para satisfacer la
ambición
Dos millones y medio de empleados públicos, millones de beneficiarios de
misiones de todo tipo y un inmenso grupo político reciben lo necesario para
sobrevivir. No será mucho pero peor es nada.
La vuelta a nuestra costumbre colonial florece. Por ello la permanencia de un régimen absurdo. Salir de esto pasa por solucionar su simpleza.
Eugenio
Montoro
montoroe@yahoo.es
@yugemoto67
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