Desde siempre, la historia de la humanidad se
ha caracterizado por conflictos entre los pueblos de la tierra. Tal parece que
se trata de un síndrome cuasi inevitable que surge a partir de diferencias provenientes
de ambiciones, costumbres y condiciones de vida en los territorios ocupados por
unos y pretendidos por otros; rivalidades de gobernantes o sed insaciable de
conquistas y de guerras.
Mucho se ha escrito y se sigue escribiendo
sobre este tema. En su grande y fundamental obra, “Estudio de la
Historia”, Arnold J. Toynbee, dedicó
numerosas páginas no tanto con el propósito de estudiar y explicar las guerras,
sino más bien de presentar por qué ocurre que unos pueblos prosperan y otros no
puedan hacerlo. De sus múltiples investigaciones que, prácticamente incluyen la
historia de casi todas las naciones de este planeta, este autor demuestra que,
en la inmensa mayoría de los casos, de las poblaciones que ocuparon tierras
áridas, con graves inconvenientes y obstáculos para vivir en ellas, surgieron
pueblos, y después naciones, que alcanzaron altos niveles de desarrollo y
prosperidad, mientras que aquellas que se instalaron en tierras fértiles, con
espacios muy amplios para producir bienes agrícolas y disfrutar de climas
benignos, se mantuvieron por largos tiempos en condiciones de atraso que,
muchas, no han logrado superar, aún en los tiempos presentes.
El propio autor, Toynbee, meditando sobre
este tema, escribe: “Hemos encontrado ahora, quizá, la verdad de que la
facilidad es enemiga de la civilización.” Y prosigue: ¿Podemos dar un paso más
allá? ¿Podemos decir que el estímulo para la civilización se desarrolle
positivamente, de un modo más vigoroso, es en proporción a la dificultad del
contorno?
Dejemos ahora de lado a nuestro autor.
Cuando encuentro en la calle y converso, de
manera fortuita o accidental, con
personas no conocidas, o entre personas amigas en reuniones de cualquier tipo,
surge rápidamente el tema sobre la situación presente que vivimos todos los
venezolanos en nuestro país pero este es un “fenómeno” no sólo de los tiempos
actuales, sino que lo he experimentado en toda esta vida ya larga que, gracias
a Dios, he vivido. Se trata del inevitable tema de una crítica que se funda en
el pesimismo: ahora --como en el pasado reciente y en el más anterior-- es el
señalar como imposibilidad que Venezuela pueda superar sus crisis, ahora del
presente, pero que también lo oí repetir en el cercano pasado y en el más
remoto: “esto no tiene remedio”; “esto no tiene compón”; “el país se hunde”;
“no hay gente valiosa”; “todo está perdido”; etc. etc.
Ante tal pesimismo, simplemente prefiero
adoptar el callar a menos que se me interpele directamente. Pero, sin embargo,
reconozco que ese pesimismo demoledor de toda esperanza tiene, en el fondo, su
razón de ser: el desconocimiento de la Historia.
Muchas veces cuando me asaltan
con semejantes interpelaciones, me viene a la mente y respondo: ¿Cuánto tiempo
tiene este país con existencia autónoma, así como el resto de las naciones
latinoamericanas?
La pregunta desconcierta un poco a los cultivadores del
pesimismo, paréntesis que aprovecho para recordarles que sólo poco más de dos
siglos tenemos como Nación libre e independiente, para inmediatamente
preguntar: ¿Cuánto tiempo necesitaron las ciudades medievales que comenzaron a
surgir después de la caída del Imperio Romano, hasta que se constituyeron como
Naciones libres e independientes? Y, ante el silencio derivado del sorpresivo
desconcierto, les digo: ¡Once siglos y más! (excepto Inglaterra)…
El pesimista, balbucea, habla entrecortado y dice: bueno, pero es que
el venezolano… ¿El venezolano qué? le corto
y pregunto: ¿acaso tú no eres venezolano? Soy venezolano como tú y como tantos
que hemos nacido aquí, o han venido de otras tierras y se han establecido y
radicado en este suelo.
Venezuela fue engendrada el 19 de abril de
1810 y nació como Nación el 5 de julio de 1811, hace dos siglos y tres años.
Ese tiempo es nada si se compara con el que tomó la parte más desarrollada de
Europa para que naciera, en ese continente, el primer Estado Nación que fue
Francia. Fue en la década final del siglo XV, en su tercer viaje y en 1498
cuando, desde la nave llamada Santa María, Cristóbal Colón y sus acompañantes
descubrieron pasando entre las bocas del Orinoco y el Golfo de Paria, parte de
la costa oriental de lo que, después, fue llamada y es hoy Venezuela.
Una vez descubierta esta tierra, la Corona
española envío a ella a los conquistadores que confrontaron la resistencia que
les presentó la diversidad de poblaciones indígenas, luego fueron sojuzgadas al
mismo tiempo que los conquistadores recorrían todo el territorio y fundaron
ciudades como bases de sus asentamientos. Fue sólo hacia la cuarta década del
siglo XVI (1540), cuando la conquista española logró asentarse definitivamente
en el territorio, después venezolano, que habían descubierto y ocupado. Se
habían establecido ya las llamadas “Encomiendas” para cultivar las tierras bajo
la autoridad de los designados como encomenderos, y se habían comprado
africanos vendidos por los traficantes, pues los indígenas no servían para
cultivar las fértiles tierras.
Cuando lo conquistadores descubrieron que
engaños las historias sobre mitos como el inexistente “Dorado”, el inmenso lago
de Parima o la ciudad ideal de Manoa, abandonaron las aventuras y establecieron
las primeras disposiciones legales que facilitaran el aprovechamiento del
territorio con la fundación de asentamientos productivos y fundaron ciudades,
algunas de las cuales desaparecieron pero otras se consolidaron hasta el
presente. Las bases de ese desarrollo productivo fueron la Composición, que
garantizaba la tenencia de la tierra; las Mercedes otorgadas por la Corona y
las concesiones de la Corona para “adelantados”, señores de feudos en todo el
espacio territorial que definieron un modelo de dominación y posterior
Caudillismo que sólo termino cuando otro, Juan Vicente Gómez, se libró de
aquellos “pares” y fundó el Estado Moderno venezolano.
Después, como lo escribió Juan Liscano, la
Corona se interesó sólo de metales preciosos como oro y plata: “Más bien impuso
monopolios e impuestos” Contra esa larga dependencia reaccionó la aristocracia
criolla: “las presiones radicales y jacobinas de la Sociedad lograron la
ruptura total con la Madre Patria, sin darse cuenta del inmenso resentimiento
del pueblo llano, el pequeño comercio, los esclavos, los pardos, contra
precisamente esa aristocracia privilegiada.”
Si bien la Corona dejó una importante
legislación que recogió Don Tulio Chiossone en su importantísima obra
“Formación Jurídica de Venezuela en la Colonia y la República” y que contiene
la legislación ordenada por Carlos II en 1680, recogida en la “Recopilación de
las Leyes de los Reinos de Indias”, Venezuela fue abandonada por España al
punto que no tuvo una Real Audiencia en su territorio, hasta que ya muy tarde,
cuando después creada la Capitania General de Venezuela, en 1777, fue
establecida aquí una Real Audiencia, siendo hasta entonces dependiente de las
de Bogotá o Santo Domingo.
Pero la conflictividad había surgido en
Venezuela desde el temprano siglo XVI cuando se inició una violenta crisis
social que derivó de la exclusión, especialmente los africanos y también los
indígenas, que se sublevaban por las pésimas condiciones de vida a las que
estaban sometidos. El más resaltante fue el del llamado Negro Miguel, quien en
1552 escapó de las minas de Buria, en el hoy Estado Lara, se auto-designó Rey,
Reina su mujer y Principe un hijo. Atacó a Barquisimeto asesinando varias
personas, pero en 1555 fue dominado y muerto por Diego de Losada. Luego fueron
muchas la sublevaciones, entre otras, 30 esclavos negros propiedad del Mariscal
Castellanos en el Zulia y atacó desde Maracaibo hasta Rio Hacha y también a
Coro. En 1581 lo apresó Francisco de Cáceres. Esas sublevaciones se repitieron
sin cesar en diferentes sitios, como la de fines del siglo XVI hasta 1603 que
cubrió Margarita y Cumaná. En 1730, Andrés López del Rosario (Andreosote) desde
Yagua en el hoy Yaracuy, extendió sus acciones a Coro, Puerto Cabello, Barinas,
Barquisimeto y Carora. Como eran tiempos de la muy mal querida “Compañía
Guipúzcoana, muchos que la adversaban le respaldaron y apoyaron.
Por asaltos de los llamados “cimarrones” que
eran los esclavos fugados cubrían gran parte del territorio nacional. Se
refugiaban en las llamadas “cumbes” de las montañas, a veces con indígenas, y
allí realizaban sus ritos y asaltaban a todo aquel, hombres y mujeres, que
pasaban por los caminos.
Tengo la convicción de que la mayor causa de
esta conflictividad tan profunda y continua, hasta el presente, tiene su origen
principal en el hecho de que este país se inició sobre la base de una Sociedad
Estamental, es decir, en las que sus miembros se organizaron en estamentos que
separaban a los diversos sectores sociales que la constituían: 1º Los blancos
españoles; 2º los blancos criollos; 3º Los sesterones, mestizos con 5 orígenes
blancos y 1 indio o africano; 4º Los quinterones, mestizos con cuatro orígenes
blancos y 2 indios o africanos; 6º Los cuarterones, mestizos con 3 orígenes
blancos y 3 indios o africanos; 7º Los tercerones, mestizos con 2 orígenes
blancos y 4 indios o africanos; 8º los segundones, mestizos con 1 origen blanco
y 5 indios o africanos; 9º Los indígenas puros o mezclados con negros y 10º los
negros puros.
Estos estamentos o
compartimientos eran incomunicables entre ellos. Esas separaciones constituían
conflictos entre los grupos porque los de un nivel aspiraban alcanzar los
niveles y beneficios del grupo inmediatamente anterior, pero se los negaban al
grupo inmediatamente inferior. Como ejemplo, los blancos criollos pretendían
tener los privilegios de los españoles, pero le negaban a los tercerones el que
obtuvieran alguno de los suyos y, así sucesivamente.
Esa Venezuela nació pues como una sociedad
estamental, origen principal –pero no único- de su invertebración. De allí
nació también la conflictividad y la negación continua del pasado, males que
aún no hemos logrado superar, pese a las buenas intenciones de algunos pocos
mandatarios y gobiernos que ha tenido este país, bendita tierra de gracia.
Pedro
Paúl Bello
ppaulbello@gmail.com
@PedroPaulBello
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