Venezuela
está muy lejos de ser una sociedad de mujeres que caminan como zombis
El
presidente de una de las encuestadoras oficiosas, declaró que Venezuela es una
mujer desorientada que necesita un hombre fuerte, consistente, con la carga
subliminal de esta palabra en el contexto. La afirmación da mucha risa, no solo
por ser un prejuicio decimonónico, sino por ver a alguien lanzarse
voluntariamente para que lo despedacen las fieras, hacerse el harakiri sin que
se lo pidan.
La
posición sicológica de entrega es hacer sentir padrote al poderoso. En algunas
especies los machos débiles en la manada levantan la colita ante el macho alfa
como prueba de sumisión.
Cualquier
estudio histórico, social o actuarial de Venezuela o el planeta, revela una
vieja verdad siempre sabida y siempre ocultada, pero de persistente develación:
las mujeres suelen ser más duras, decididas e implacables que los varones en
las decisiones y responsabilidades. Que no lo sepan quienes estudian la opinión
pública es inexcusable. Durante 500 años el mundo se ha estremecido ante el El
príncipe de Maquiavelo.
Y
resulta que los personajes históricos que más se asemejan a este complejo
arquetipo son precisamente mujeres. Cleopatra, Isabel de Castilla, Isabel I de
Inglaterra, y Cristina de Suecia, tan maquiavélica ella que escribió
escandalizadas críticas a la obra, pero era su manual de cabecera para
gobernar.
El
marxismo explica la historia como una secuencia interminable de explotación y
rebelión e introduce al pensamiento social el odio, no como hipótesis, sino
como metodología: la lucha de clases. Pero la verdadera clase dominada ha sido
el sexo femenino, fustigado durante cuarenta mil años en el principio más
primario y brutal: superioridad física y violencia doméstica. Posiblemente el
señor encuestador tanto tiempo sumergido entre retortas y humaredas en su
laboratorio de alquimia electoral, perdió contacto con ellas y no se enteró que
a pesar de todo eso, las mujeres se impusieron.
Entra
por los ojos
Venezuela
está muy lejos de ser una sociedad de mujeres que caminan como zombis, cegadas,
con las extremidades abiertas, y todo el mundo sabe que la mayoría de los
hogares son matriarcales.
Precisamente
la inocencia interrumpida y el abandono a su suerte las hace deslomarse desde
niñas con cargas mayores que los varones, para dar de comer a sus hijos.
Como
notable diferencia, no faltan al trabajo y no incumplen los horarios. Pero los
prejuicios suenan hasta en las mejores familias.
El
vecino Aristóteles, que no se caracterizó por valorarlas positivamente, decía
que el enamoramiento era producto de una infección. La hembra deja a su paso
una mínimas gotitas de sangre, que entran por los ojos del varón, siguen por
sus venas y van hasta el hegemonikón, ubicado en el miocardio. A partir de allí
se riega la peste al resto del cuerpo y el sujeto es caso perdido.
A
los médicos de la antigüedad como Galeno, y mil años más tarde Averroes, les
alarmaba la entrada por los ojos del fantasma femenino.
Por
eso en la Edad Media se les consideró dotadas de muchas artes oscuras por las
que merecían destruirlas, un peligro para las instituciones, entre otras porque
se acostaban nada menos que con el maligno y contaban con su poder.
El
enamoramiento se consideraba una enfermedad, llamada hereo, causada por ellas
mediante hechicería. Los síntomas de los enfermos eran "omisión del
sueño... la comida. Todo el cuerpo se debilita... inestabilidad emotiva, pulso
desordenado y manía por deambular... si (los pacientes) no se tratan, se
convierten en unos maniáticos y mueren". La etapa final del tratamiento
era restregarle al enfermo en la cara un trapo con menstruación y hacerlo
gritar "¡ella es una maldición de la naturaleza!".
Peor
que la Gestapo
Según
comprobó el Alto Mando Aliado en la II guerra, las mujeres cumplían las tareas
clandestinas prácticamente sin ausencias, y frecuentemente morían en las salas
de tortura antes de delatar, a diferencia de los agentes varones mucho más
liberales al respecto.
Dos
mujeres Lily Sergeyev y Josefina de la Fuente participaron en el comando
secreto de la operación doble cruz, dirigida por Juan Pujol (Garbo), cuyo fin
era la bicoca de infiltrar la Gestapo y engañar al alto mando alemán sobre el
desembarco a Normandía.
La
australiana Nancy Wake, líder clandestina de cientos de agentes de la
resistencia francesa y responsable de la muerte de muchísimos nazis, declaró
que lo único que lamentaba de ese período "es no haber matado más",
como uno de los bastardos sin gloria. La conocían como "el ratón
blanco" por su capacidad para escabullirse. Nada de "ni con el pétalo
de una rosa" de la cursilería.
Peor
si una idea tan pueril y parroquial como eso de las desorientadas se usa de
metáfora sobre el país. Lo dijo Goebbels con insistencia y antes que él lo
defendieron sicólogos sociales y sociólogos autoritarios. Las masas son hembras
y cuando gritan es que están en celo. Hace años se hizo un estudio para
averiguar cómo los venezolanos que representaban al país, cómo lo describirían,
con qué imagen lo asociaban y una mayoría dijo verlo como una mujer morena de
pelo negro lacio, atractiva pero grave, en los treinta años. Pero en ninguna
parte de aquel trabajo, realizado con mucha seriedad por un equipo
multidisciplinario, se decía de una mujer morena desorientada por falta de un
padrote.
Carlos
Raul Hernandez
carlosraulhernandez@gmail.com
@carlosraulher
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