Las
derechas suelen ser más fáciles de reconocer al menos en Europa, donde no
existe la actitud vergonzante de ciertos partidos políticos en América Latina
Los
españoles utilizan el plural para referirse a las posturas políticas de
izquierda y derecha, lo que viene al pelo para esta nota. Antes la gente era de
una u otra corriente, ahora hay que hablar de izquierdas para poder englobar a
un heterodoxo conjunto de así autodenominados, quienes asumen las más
asombrosas identificaciones y solidaridades. Las derechas suelen ser más
fáciles de reconocer al menos en Europa. Allá no existe la actitud vergonzante
de ciertos partidos políticos en América Latina que se defienden con pasión
cuando los acusan de ser derechistas. Ninguno, aunque lo parezca, quiere serlo.
Y si lo es no quiere parecerlo.
Hace
unos días un amigo me envió por correo electrónico el célebre Yo Acuso de Emile
Zola. Releí no solo los alegatos que el escritor escribió y publicó en defensa
del Capitán Alfred Dreyfus, un oficial judío acusado de traición a su patria
francesa, sino también la historia de la tormenta política que vivió Francia a
raíz del juicio amañado y la injusta condena al joven militar. Fue un hecho que
conmocionó a la sociedad francesa durante doce años, desde 1894 a 1906. Aparece
entonces la expresión despectiva “los intelectuales”(izquierdistas) que
emplearon los antidreyfusards (Barrès, Drumont, León Daudet, Pierre Loti, Jules
Verne...) contra los dreyfusards (Emile Zolá, Gide, Proust, Péguy, Mirbeau,
Anatole France, Jarry, Claude Monet...).
Los
antidreyfus eran de extrema derecha sin que les temblara el pulso y los
defensores de la inocencia del capitán eran definitivamente socialistas y de
izquierda aún con riesgo de sus vidas. La extrema derecha de entonces era
ultranacionalista y chauvinista, con el antisemitismo como la fobia más protuberante.
La izquierda, incluida la extrema, defendía con vehemencia los principios
básicos de la democracia y los tan vapuleados postulados de la revolución
francesa: libertad, igualdad y fraternidad.
Las
definiciones continuaron muy claras con la aparición en escena del fascismo de
Benito Mussolini y del nazismo de Adolfo Hitler. Los militantes de izquierda
confrontaron ambos regímenes con sus ideologías y luchas. Muchos -no todos-
abrazaron el comunismo soviético que parecía la contrapartida al nazifascismo.
Pero cuando cayó la máscara siniestra del estalinismo, la mayoría de partidos y
personas de izquierda se decidieron por el socialismo democrático y por la
defensa genuina de los derechos humanos.
¿Es esto lo que ocurre hoy? ¿Qué significa en estos días ser de izquierdas? Comencemos por algo aberrante: Hugo Chávez Frías. Desde los inicios de su gobierno se autocalificó como izquierdista, se identificó con la revolución cubana y se convirtió en hijo putativo de Fidel Castro. Pero al mismo tiempo tuvo como asesor a Norberto Ceresole, un fascista argentino que le metió en la cabeza la trilogía caudillo, ejército, pueblo por la que padecemos hasta el día de hoy. Aunque el pueblo siempre estuvo ausente y ahora también el caudillo.
En
el año 2000 Chávez visitó a Sadam Hussein, una especie de leproso en el
contexto internacional. Le entregó la espada del Libertador a los sangrientos
tiranos Robert Mugabe de Zimbabue y Muamar Gadafi de Libia y se hizo afectísimo
de Alexander Lukashenko, el eterno dictador de Bielorrusia. Pero la tapa del
frasco fue su fraterna relación con Mahmud Ahmadinejad, el fundamentalista
iraní, quien venía cada dos por tres a visitar a su “hermano” Chávez y
viceversa. Esas relaciones contra natura no fueron óbice para que partidos y
figuras de Izquierdas en distintos países, consideraran a Chávez un camarada,
un líder o mejor aún, un héroe.
¿Cuál
fue el imán que atrajo tantas admiraciones hacia el dictador militar de
Venezuela? Su antinorteamericanismo. Anti imperialismo no sería lo adecuado
porque nos entregó en manos del imperialismo ultracapitalista chino al que
Venezuela le debe hasta el modo de andar. Y es que en eso se han convertido las
izquierdas, lo único que las define y las une es el odio hacia los Estados
Unidos de Norte América. De esa manera se puede ser de izquierdas y ser aliado
y admirador de las FARC, de un Stalin posmo como Vladimir Putin, del dictador
sirio Bashar al-Asad, quien por el empeño de mantenerse en el poder ha
provocado más de 200 mil muertes en su país, y de cualquier déspota genocida o
fanático religioso que se proclame antinorteamericano.
Tratándose
de Chávez cualquier desatino o exabrupto era natural y hasta lógico, pero uno
esperaba que otros mandatarios de Sur América, hasta ahora respetuosos de la
democracia, tuviesen una conducta coherente con sus orígenes. Por ejemplo ante
conflictos internacionales como el que actualmente se desarrolla entre el
ejército de Israel y el movimiento terrorista Hamás. No son el estado judío y
Estados Unidos los únicos que califican a Hamás como terrorista, lo han hecho
la Unión Europea, Canadá y Australia. Human Rights Watch y Amnistía
Internacional han acusado a Hamás de crímenes contra la humanidad. Pero más
allá de esos señalamientos, se sabe que Hamás tiene en su carta fundacional la
destrucción de Israel y es además un movimiento fundamentalista islámico que
discrimina y oprime a las mujeres, envenena con odio la mente de los niños y
persigue la obligatoriedad universal de abrazar el Islam como religión. ¿Puede
entenderse que tres presidentas mujeres como Cristina Kirchner, Dilma Rousseff
y Michelle Bachelet condenen a Israel en su lucha contra el fanatismo
terrorista de Hamás? ¿Tiene sentido que un socialista genuino como José Mujica,
presidente de Uruguay, embista contra Israel -la única, democracia del Medio
Oriente- para apoyar a un grupo fanático y violador de los derechos humanos
como es Hamás? De Evo Morales mejor ni hablar pero ¿Ollanta Humala tenía
también que plegarse a la moda de lo que ahora parece políticamente correcto
que es condenar a Israel?
Por
suerte para los venezolanos, cuyo gobierno ha promovido marchas y
manifestaciones anti israelíes y cuyos medios de comunicación han desatado una
campaña abiertamente antijudía, la población se ha mantenido ajena a esas
incitaciones al odio. Las demostraciones públicas se han alimentado de la
burocracia, ni la comunidad árabe que es numerosa, se ha dado por aludida. Y es
que la hipocresía de Maduro y compañía hiere la vista de todos. Están
acongojados por la muerte de niños y civiles palestinos cuando en Venezuela
solo en los primeros siete meses de 2014, han sido asesinados más de 50 niños.
En las protestas estudiantiles que comenzaron el 12 de febrero de este año
fueron asesinados por los cuerpos de seguridad, 48 civiles y la delincuencia
común, apenas en el mes de julio que acaba de terminar, segó la vida de 378
personas. En 2013, 123.000 venezolanos murieron de manera violenta y Venezuela
no es un país en guerra. La compasión selectiva no es exclusividad del gobierno
de Maduro, es una moda izquierdosa. Pero mirar la paja en el ojo ajeno si es
una manera de esquivar la viga en el propio. Es el reino del revés.
Paulina
Gamus
gamus.paulina@gmail.com
@Paugamus
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