Lograr
la normalidad del país no es dar un salto adelante, ni mucho menos regresar al
pasado, es alcanzar una situación con muchos problemas por resolver, pero sin
la zozobra, ni la crispación y la confrontación estéril, sin las colas para
cualquier trámite. Es entrar a una etapa de sosiego. Sería como restaurar algo
dañado y darle vida transitoria.
Conquistar
la normalidad del país después de tanto atraso, de la destrucción de la
economía nacional, de tanto atropello, burla, manipulación, mentira, de una
justicia bizarra, de un Estado monopólico y mafioso y de tanto antivalor
andando por estas calles; es como cuando llega la luz, el agua, pasa el camión
del aseo, consigues la comida que buscas sin hacer colas, o cuando te atracan y
no pierdes tu vida, que la gente siente un respiro. Eso describe lo mal que
estamos.
Ahora
bien, ¿se trata sólo de conseguir la normalidad? o ¿dar un salto como nación y
adentrarnos de verdad al siglo XXI? Es obvio que el objetivo es lograr el
desarrollo pleno, pero alcanzarlo pasa por normalizar la vida institucional del
país. Es decir, reconstruir la democracia y la convivencia ciudadana, cumplir
la Constitución y las leyes, recuperar el aparato productivo, el sistema
eléctrico nacional, PDVSA y la CVG, llevar la inflación a un dígito, servicios
públicos que funcionen y mejorar la seguridad ciudadana.
Logrado
esto, se pasará a un estadio superior sin los problemas estructurales de larga
data en el país. Será un cambio profundo, con una economía diversificada,
desarrollada, que se asiente en una vasta producción de bienes y servicios, dejar
atrás la dependencia del petróleo y de las importaciones. Asimismo,
democratizar el Estado y la sociedad, sin la hegemonía del primero; un Estado
que extirpe las causas de la pobreza, que administre justicia, que respete los
DDHH y la autonomía de los ciudadanos y sus organizaciones; que ataque la
corrupción, las trampas y la impunidad; que entre todos construyamos un sistema
educativo, de salud y servicios públicos de calidad; donde no se excluya por
disentir; donde el trabajo sea un valor supremo y lograr empleo no sea un
sorteo.
Llegar
allá no es imposible, de seguro habrán obstáculos, porque la política no es
lineal, tampoco los deseos están por sobre la realidad, ni los procesos se dan
por etapas ni mecánicamente. Se impone la sensatez, el sentido común y un gran
acuerdo entre las bases populares, hoy polarizadas y divididas sin razón
alguna, para dar inicio a una transición, que no será decretada ni impuesta
artificialmente. Ella surgirá en forma natural por vías pacíficas, democráticas
y constitucionales. No será por acuerdos burocráticos entre factores políticos
opuestos, ni una tercera vía. La unidad superior es la única vía para el
cambio. Un buen ejemplo es el de los sidoristas, los estudiantes y el pueblo
guayanés, que sin mucha alharaca y al calor de las luchas iniciaron un
acercamiento valioso. La crisis une a los descontentos de todos los colores.
Golfredo
Davila
golfredodavila@yahoo.es
@golfredodavila
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