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martes, 26 de agosto de 2014

FELIPE GUERRERO, EDGAR ROA: EL TROVADOR DEL EVANGELIO

El poeta al construir el verso escribió: «¿Cuántas noches vagando por mil caminos sin fin?. ¿Cuántas noches callando…Cuánto te quise decir?». 

Luego la excelencia musical llevó al pentagrama el poema y los acordes melódicos hicieron posible que el tema «Vivo Cantando»  fuese seleccionado como la canción triunfadora del prestigioso Festival de Eurovisión en el año mil novecientos sesenta y nueve.

Ese mismo año  Nelsón Hernández, un cantante tachirense en armoniosa competencia con cuatrocientos participantes interpretó la canción ganadora del Primer Festival Venezolano de la Canción Mensaje con el tema «Los No Nacidos», una extraordinaria composición musical creada con la pluma y el ingenio de Edgar Roa.

En estos días de agosto cuando se juntan la devoción al Cristo de La Grita y la añoranza por los tiempos idos, visité al músico, al poeta y al quijote para mostrar el eterno deseo de volver a oir esa canción cargada de melodía y de mensaje. «¡Cuánto añoro volver a oír esa canción!», le dije y al momento Edgar Roa, le hizo un guiño a la nostalgia y  me  respondió: «Tranquilo, tranquilo, que en cualquier momento aparezco y te traigo un Long Play grabado con esa melodía».

Y… quien lo creyera, el domingo por la tarde, intempestivamente como eran todas sus visitas, me entregó el Long Play de la esperanza en donde no parecen baladas tristes, sino melodías para entretejer los sueños.

El domingo nos apartamos de todo compromiso para reunirnos a escuchar los ritmos de la esperanza. El acetato no era el formato de la nostalgia, sino la melodía de la resurrección.

Esta tarde del domingo, Edgar volvió a afinar su viejo acordeón que le ha acompañado desde siempre y se fue a la patria de la eterna primavera para alegrar con su música todas las veredas del cielo.

Los amigos de Edgar lo despedimos con un arcoíris de rosas y aprovechamos para encomendarle la misión de llevarle a María la que habita en una posada de la Nazareth del cielo,  un ramillete de rosas y pompones que hicimos con las flores tomadas en la ruta que une a El Cobre con Cordero, ese colorido ramal de  flores y de frío del Páramo El Zumbador.  En los senderos de la patria de la eterna primavera a Edgar lo recibieron los bienaventurados y no faltaron los acordeones para alegrar el festejo.

Desde entonces, cuando el alma se me inflama de nostalgia, tomo el Long Play de la esperanza que me entregó Edgar y comienzo a entretejer sueños. El tiempo pasa, el acetato está gastado y rayado, el sonido es defectuoso pero, entre los miles de discos, ese es mi  mayor tesoro. ¡Qué inmerecido privilegio el haber compartido con Edgar Roa la misma causa, el de transitar por las mismas trochas y haber podido llamarlo hermano, amigo, compañero!

¡Qué difícil ese desafío de imitarlo, el de acercarnos a la talla de su comportamiento de varón justo, recto, amigo fiel, compañero leal, venezolano de la piel hasta la médula!

Hombre de despertares, de luces de colores para nunca repetir la sombra. Hombre de lucha incansable y enhebrado tono de humildad. Edgar, tomando las  palabras del poeta nos dice: «Si muero y les dejo aquí por un rato, no hagan como otros, que con dolor desgarrador, mantienen largas vigilias cerca de las cenizas silenciosas y lloran… Por amor a mí, vuelvan otra vez a la vida y a la sonrisa, alienten su corazón y con mano temblorosa, hagan algo para consolar a otros corazones. Terminen esas tareas queridas e inacabadas mías. Quizás, yo pueda, a través de eso, consolarlos».  Edgar, el eterno cantante, le dio carta de nacionalidad Tachirense al acordeón al colocarlo al lado del cuatro y lo convirtió en símbolo de sencillez cristiana al lado de la cruz.

Edgar Roa ya transita con su acordeón por los caminos del cielo y sigue siendo el mejor TROVADOR DEL EVANGELIO con lo cual evita que  la adolorida nostalgia nos arrugue el sentimiento.

Escribe: Profesor Felipe Guerrero


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