Vale
la pena, aunque pone los pelos de punta, leer el informe sobre “Extorsiones y
Secuestros por Rescate” de la empresa Hazelwood Street, dirigida por el abogado
Bruce Kaplan. Se puede consultar por medio de internet. De esos sangrientos y
millonarios negocios viven los más siniestros grupos terroristas del planeta:
los narcotraficantes, las mafias étnicas, los mareros, y todo aquel que posee
un arma de fuego, y carece de escrúpulos y de temor a una casi siempre
inexistente justicia.
Empiezo
la historia.
Digamos
que se llama Manuel. No quiero facilitar ningún dato que permita que lo agarren
y deporten de Estados Unidos. Es hondureño, tiene 24 años, esposa, y una niñita
pequeña y revoltosa. Manuel es laborioso como una hormiga. Trabaja de sol a sol
como jardinero.
Hace
pocos años, en su país natal, lo visitaron unos mareros conocidos en el barrio
por un sanguinario historial de violencia. Le dijeron que lo necesitaban en el
grupo. Manuel es alto y fuerte, y tenía una camioneta con la que trabajaba. Lo
querían para traficar con cocaína y para participar en labores de extorsión. La
invitación era inapelable. Si se negaba, lo mataban a él, o a su hijita, o a su
mujer, o mejor a los tres. El número de cadáveres nunca es un problema en ese
torturado rincón del planeta.
Manuel
pidió unos días para pensarlo. No tenía sentido acudir a la policía.
Probablemente, algunos de los uniformados eran cómplices de los pandilleros y
éstos sabrían la fuente de la denuncia. Manuel era una persona honrada y
desesperada. Incluso, era religioso. Su madre, cuando chico, le leía la Biblia
por las noches y le quedó la costumbre de rezarle a la Virgen de Suyapa. No
quería convertirse en un delincuente. Tampoco quería morir o que le mataran a
su mujer o a su hijita.
Finalmente,
vendió la camioneta, le dieron cuatro mil dólares, contactó a un coyote y se
los entregó. Después de mil peripecias, logró cruzar la frontera e instalarse
en California. Hoy sostiene a su familia con su trabajo honrado. Sueña con que
su hijita, que ya habla inglés, se convierta en una americana con todos los
derechos. Quiere que sea dentista cuando crezca. Le han dicho que los dentistas
ganan mucho dinero.
Técnicamente,
Manuel es un inmigrante ilegal. En realidad, es un escapado del terror. Hay que
distinguir entre quien emigra en busca de un destino mejor —lo cual es
perfectamente razonable—, y el que escapa de una sociedad brutal y sin ley para
que no lo maten. El matiz es trágicamente importante.
Lo
que falla en América Latina es el Estado de derecho. Falla por la cúpula cuando
los políticos y funcionarios roban impunemente. Falla cuando los legisladores
se dejan sobornar y los jueces prevarican o venden sus sentencias. Falla cuando
los mandos intermedios cobran coimas y nada se puede hacer por evitarlo. Falla
en la base cuando los pandilleros hacen y deshacen sin que nadie los detenga.
¿Qué
mensaje recibe la sociedad venezolana cuando Nicolás Maduro, Diosdado Cabello,
y todo el gobierno, dirigidos por la dictadura cubana, protegen a un general
acusado de narcotráfico y de asociarse con bandas criminales para cometer toda
clase de delitos?
El
mensaje es obvio: las leyes no sirven para nada. El discurso oficial es falso.
Lo que importa es enriquecerse a cualquier costo.
¿Por
qué los bolivianos van a respetar la ley si le han oído decir a Evo Morales que
él viola las normas y allí están los abogados para arreglarlo?
¿Qué
pensarán los brasileros de Dilma Rousseff, los argentinos de Cristina
Fernández, los uruguayos de Pepe Mujica, los ecuatorianos de Rafael Correa y
los nicas de Daniel Ortega, cuando ven a sus presidentes respaldando la
inmundicia venezolana y riéndole las gracias a un demente que habla con los
pájaros?
Piensan
que sus líderes, realmente, viven encharcados en el cinismo y la mentira.
Piensan que son más educados, pero no mejores que los asaltantes de las
favelas.
Ahí
está el origen del mal: la columna vertebral de las Repúblicas es el respeto a
la ley y la capacidad del Estado para proteger a las personas. Esto se ha
perdido en casi toda América Latina. Por eso, Manuel, desesperado, echó a andar
rumbo al norte. Cuentan que lloraba por las noches.
Carlos
Alberto Montaner
montaner.ca@gmail.com
@CarlosAMontane
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