He visto a gente llorar por un libro, por un
álbum de fotos, por los obituarios en los periódicos, pero hoy por primera vez
vi a gente llorar por una libretica de 34 páginas y un cartón vinotinto con un
gran escudo de la “República Bolivariana de Venezuela” que también dice
“Pasaporte” y “Passport”. Pero no solo los vi llorar. Los vi
esperar casi cuatro horas con angustia y hasta arrecharse.
Y es que hoy finalmente, después de unos
larguísimos meses y de un proceso cavernícola, logré retirar mi pasaporte junto
a un nutrido grupo de venezolanos ansiosos.
En la espera pude confirmar que “La Salida”,
y no precisamente la de Leopoldo, es tristemente inminente. Mucha más gente de
lo que suponía se está yendo, se quiere ir y se va. La salida de muchos
efectivamente es por Maiquetía como se decía entre chistes.
En la cola que no era cola sino una masa
mortificada, se escuchaban los planes de escape de muchos y los deseos de salir
de otros. Nadie esperaba su pasaporte para un viajecito de placer en Aruba.
Todos hablaban solo de dos destinos: “la tranquilidad” y “la calidad de vida”.
Al parecer, en este país y en estos momentos,
tener el pasaporte para muchos es como ganarse el Kino, es un trofeo, un
alivio, una buena noticia, es el “adelante, estás en libertad” para cualquier
preso. Tanto así que vi lágrimas y abrazos de familias celebrando el logro. “Al
fin nos vamos” decían. ¿Exagerado? Depende de cada quien.
Escuché mi nombre. Era mi turno. Salí
premiado. No vi más nada, pero sí sentí los espaldarazos de la gente que me
felicitaba mientras caminaba hasta donde estaba un burocrático gordito de
lentes “hipster” y gorra venezolana “4F” que finalmente me entregó el
pasaporte. Lo revisé y todo estaba bien. Logré apartarme del bululú y saqué el
teléfono para hacerle una foto. Mi familia que no estaba allí para abrazarme
tenía que verlo. Era un obstáculo menos para el reencuentro con ellos. Todos
los emoticones de felicidad fueron usados.
Ya cuando me iba, aterricé en un pasticho de
sentimientos donde la alegría se cruzó con la culpa, la ‘arrechera’ y la
nostalgia. Pensé en lo absurdo de celebrar por un pasaporte en un país con
dificultades para conseguir pasajes. Pensé en los estudiantes, en las colas
para comprar comida, en el dinero que no me alcanza, en mi golpeado negocio, en
la inseguridad, en la injusticia, en los presos políticos, en “el que se cansa,
pierde”, en el cansancio y en la pérdida.
Pero sobre todo pensé en mi gente a la que
quiero tanto y aquí desea seguir o dice no tener otra opción. Pensé en ellos y
me paralicé.
Allí entendí que el día en que me toque
partir hacia “la tranquilidad” voy a necesitar mucho más que un pasaje y esta
libretica de 34 páginas y cartón vinotinto.
Antonio
Camilli
tonycamillis@gmail.com
@antoniocamilli
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