El país que soñó con la Vino Tinto compensa su ausencia poniendo el corazón
en otros equipos, principalmente suramericanos. El mundial de futbol ocupa la
atención cotidiana de millones de venezolanos que sienten un alivio frente a
los problemas y amenazas creados por pésimos gobernantes.
El espectáculo que uno disfruta viendo jugar a los mejores del mundo
pone en evidencia las cercanías y lejanías entre la gente, el deporte y la política,
tema que ha interesado a estudiosos sociales, novelistas o figuras como el
mismo papa Francisco. Hay mayor número de aficionados al deporte que a la
política, porque el triunfo deportivo da estatus, mientras el triunfo político
genera poder, es decir, capacidad para imponerse anulando la voluntad y
pareceres de otros. El deporte es más propicio para elevar valores humanos,
aunque igual que la política también es susceptible de producir fanatismo, una
falla humana que ciega la reflexión.
Quienes temen a la movilización popular, los que se proponen institucionalizar la criminalización de las disidencias y las protestas apuntan a ganar un tiempo que los lleve hasta las vacaciones escolares. El dato puede parecer irrelevante, pero el cierre temporal de los centros de estudio es un desahogo que puede ayudar al gobierno. No es casual que todos los que han experimentado el papel de un detalle para ganar o perder, hayan añadido a su constitución genética el reflejo instintivo de aprovechar al máximo la menor ventaja. Un reflejo que funciona tanto en las competencias deportivas como en las luchas por el poder.
No tienen entera razón, sin embargo, quienes afirman que nada se va a
mover mientras el país mantenga los ojos en el mundial. Muchas cosas siguen
moviéndose, unas imperceptibles y otras precipitadamente, en la sociedad y
entre los protagonistas de la puja entre cambiar o seguir con los males y
dificultades de vida que se nos multiplican.
En un país cada vez más maltrecho, el gobierno comienza a recibir las
facturas de sus fracasos. Ya es palpable la pérdida de su capacidad para crear
expectativas positivas, particularmente entre la población joven que más bien
siente en carne propia como se le cierran posibilidades de realización. El
enganche ideológico que fraguó Chávez no está funcionando ni siquiera entre la
militancia del PSUV como lo revelan los sorpresivos llamados a la lealtad. El
tratamiento de las denuncias recientes ha oficializado la impunidad y admitido
la corrupción como mecanismo de sustentación del régimen. Y lo más grave ha
sido la consagración definitiva de la supremacía del interés revolucionario sobre la Constitución
Nacional.
Por su parte, la oposición tampoco está jugando bien. No está actuando
unida. No está orientando el descontento social ni tomando decisiones oportunas
sobre los temas que lo exigen. La competencia por el liderazgo está
perjudicando a los dos competidores y obstruyendo la necesidad de que la
oposición sea percibida como alternativa. Urge una recomposición que debería
ser encabezada por un liderazgo colectivo, más que por una figura
individual.
Tenemos derecho a divertirnos, a gritar y emocionarnos con un gol. No
importa la industria detrás del juego, ni el presupuesto de 520 millones de
euros del Real Madrid o lo que le pagan a un jugador por el contrato con una
marca comercial. Entretenerse no es hacerse indiferente. Todavía tenemos
pendiente el partido para ganar otro país.
Simon
Garcia
simongar48@gmail.com
@garciasim
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