Los enfrentamientos oficialistas
entraron en erupción. Al margen de los vaivenes entre ataques y alianzas, lo
más significativo es que el brote de estas contradicciones en las élites se está
replicando en la base social que le ha dado apoyo al proceso. Replicas, no vórtice.
La sensación de estar viviendo en
un país a pique y el golpe diario de la escasez están derritiendo la eficacia
de la polarización. La mala gestión está desvaneciendo, entre la gente de a
pié, el enfrentamiento que separaba oposición de oficialismo. Mientras tanto,
el presidente pierde un semestre guaraleando sus responsabilidades.
Prefiere armar un nuevo consenso
interno en torno a la idea de que la apertura temporal ahora es la mejor opción
para mantener el poder a largo plazo. Apuesta a un milagro que está a 60 km de
Bagdad y que haría aumentar el barril de petróleo entre 15 a 20 dólares, una
ayudita para suavizar la arruga. Pero el
verdadero salvavidas está en ejecutar el plan de ajustes que le exigen los
bancos internacionales o le recomiendan asesores como la conexión francesa
enchufada por Ramonet.
La patada a Giordani elimina un
obstáculo asociado, ideológica y simbólicamente, al modelo que hay que poner en
cuarentena. Ahora el monje será usado, por un lado, para intimidar a los
críticos y por otro, para justificar medidas económicas impopulares con los
errores del traidor de la película. Pero, ya desde antes de la salida del gran
planificador del socialismo de la escasez, existía el barullo contra Maduro y
la acusación de que echaría por la borda el proyecto del máximo y eterno
Comandante.
El fracaso de los delirios
revolucionarios no tiene fondo. Muchos, aunque no les convenga reconocerlo,
intuyen que ya no les queda sino el recurso desesperado de cambiar el modelo
para que lo fundamental siga igual: aprovecharse del usufructo del gobierno y
defender, por todos los medios posibles, la actual estructura de privilegios.
Otras salidas tienen plomo en el ala y no aseguran evitar la implosión del
régimen.
El presidente no encuentra la energía suficiente para hablarle claro al país y encabezar ante sus seguidores la defensa de una línea de rectificaciones económicas y aperturas políticas. Sus adversarios internos ya le boicotearon la iniciativa del diálogo con la oposición. Tal vez, por eso persiste en enmascarar el debate en vez de ennoblecerlo como la búsqueda de una estrategia propia para salvar el proceso.
Los errores le están explotando en
la cara a la gente y todos los chamuscados comienzan a visualizar donde
presentar su factura. La línea de contención está en torno al 30%. No es una
cifra despreciable cuando se cuenta con el poder de Estado. Pero las tendencias
más bien presagian desplazamientos.
Todos estos graves acontecimientos
están ocurriendo mientras algunos proponen que distraigamos esfuerzos en
discutir si hay que recoger firmas para lo que sea o si hay que concentrarse en
agrandar y mejorar la eficacia de la oposición. Nadie entiende porque no pueden
hacerse las dos cosas y otras más.
La solución progresista de la
crisis requiere una fuerza que no se contente con observar las contradicciones
en curso ni cultive expectativas ilusorias sobre una salida rápida. Una vía
distinta a engancharse en competir por dirigir la oposición olvidando el
desafío de trabajar por ser una alternativa de país.
Simon Garcia
simongar48@gmail.com
@garciasim
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