Venezuela ha tenido
y tiene la fortuna de contar con una historia natural que debe ser una de las
más completas del planeta. Y esto, gracias a los temerarios aventureros que
desde el inicio de nuestra historia, tuvieron la curiosidad, así como la
paciencia, para registrar sus hallazgos mientras se adentraban en nuestros
inhóspitos parajes; con un amor y asombro de niños recogieron en sus trabajos
una descripción única de nuestra naturaleza, algunas tan fantásticas que
parecían producto de alucinaciones.
A través de los
siglos y del esfuerzo de estos expedicionarios, extranjeros y nacionales,
contamos hoy con un buen mapa de nuestra biodiversidad, una de las más
complejas del mundo.
Desde los
Cronistas de Indias, que apenas tuvieron palabras para describir los que sus
ojos veían, pasando por los científicos más renombrados de las cortes europeas;
coleccionistas, encargados de los jardines reales, expedicionarios con un fino
olfato por los descubrimientos, académicos, hasta llegar a lo más granado de la
investigación natural del siglo XX en zoología, botánica, ecología y geografía,
nuestro país siempre ha sido considerado como una de las metas más codiciadas
por la ciencia.
En palabras del
escritor inglés Sir Arthtur Connan Doyle, Venezuela representaba para los
naturalistas "un mundo perdido", la última frontera salvaje.
La historia
natural de Venezuela está llena de héroes y villanos, de hazañas
extraordinarias y tragedias inconmensurables. Nombres como el padre Gumilla, el
primero en identificar al zancudo "patas blancas" en sus increíbles
expediciones al Orinoco en pleno siglo XVI, o la de Peter Loefling, botánico
del Rey Fernando VI, ayudante del sabio Linneo, quien en 1753 llega a Venezuela
en busca de las siembras de la canela y muere dos años después, solo, consumido
por la fiebre amarilla a las orillas del Caroní.
Humboldt y
Bomplant con sus periplos fantásticos por el hinterland venezolano, y que entre las muchas cosas que hicieron,
fue soportar el escepticismo de la sociedad europea de su tiempo, cuando
tuvieron que negar una y otra vez, a pesar de insistencia de la prensa
amarillista, la existencia del "hombre peludo del bosque" que se
decía, vivía en los llanos de Cojedes, cerca de San Carlos, el primer Big Foot
o Yetti de que se tenga conocimiento, un rumor que se hiso famoso y “afiebró” a
más de uno.
Fue notable, por
ejemplo, que los académicos de ciencias europeos presenciaran en París,
asombrados, las descargas del espécimen de anguila eléctrica que Bomplant les
llevó desde la Orinoquia, un animal que creían parte de afiebradas pesadillas,
el trabajo de estos académicos-exploradores inspiraron al mismo Charles Darwin,
quien no desaprovechó la oportunidad para conocer la fantástica América del Sur
a bordo del navío Beaggle, y desde el cual confirmó sus teorías que
cambiaron nuestra manera de vernos.
Alfred Russel
Wallace, Richard Spence, Depons, Laraysse, los hermanos Schomburgk fueron parte
de una pléyade de científicos que vinieron a nuestro país y lo hicieron suyo,
llegando a lugares que ningún hombre occidental había visitado, unos se fueron,
otros se quedaron, pero sus obras permanecen.
De los que
sembraron raíces en Venezuela tenemos a luminarias como Agustín Codazzi, Adolfo
Ernst, Henry Pittier, J. Steyermark, Croizat-Challey, A. Braun y otros muchos,
científicos de una larga y fructífera carrera que hicieron sus vidas entre
nosotros.
De los
venezolanos hay que destacar como excelsos naturalistas a Andrés Bello, José
María Vargas, Juan Manuel Cajigal, José María Benítez, Lino Revenga, Gerónimo
Blanco, Arístides Rojas, Manuel Vicente Díaz, Vicente Marcano y otros tantos
que se escapan de mi memoria, muchos de ellos financiando sus expediciones y
estudios de su propio peculio.
En 1929 un grupo
de estos naturalistas entre los que se encontraban Ricardo Zuloaga, Francisco
Tamayo y Enrique Tejera entre otros reputados exploradores, fundaron La
Sociedad Venezolana de Ciencias Naturales que celebró su 80 aniversario el
pasado año 2010, una de las instituciones con más carácter y obra en pro de la
naturaleza en nuestro país, sostiene bibliotecas especializadas, estaciones
experimentales y reúne en su seno a otras asociaciones como la de espeleología,
ecología, geología, orquideología.
Hay toda una
generación de grandes naturalistas del siglo XX, algunos como William y Kathy
Phelps, Arnaldo Gabaldón, el padre Ginés, Francisco Carrillo Batalla y Charles
Brewer Carías en una larga lista, son ejemplo del esfuerzo de empresarios y
exploradores que le apostaron a la curiosidad y al espíritu científico que debe
animar a quienes queremos comprender mejor a Venezuela.
El espíritu
naturalista de los venezolanos está vivo y en este momento hay una nueva
generación de jóvenes recorriendo el país, detrás de los animales en las selvas,
salvando al caimán del Orinoco, recolectando muestras de plantas en los Andes,
fotografiando aves en el Delta, cuidando del botuto en las plácidas
profundidades del archipiélago de Los Roques o explorando la geografía profunda
de nuestro país en busca de Gaia, el planeta vivo.
Y es que a pesar
de las terribles condiciones económicas que vive el país y del control por
parte del gobierno nacional a estas iniciativas, han florecido una serie de
nuevas instituciones y fundaciones, la mayoría con un alto perfil científico
que, conjuntamente con las más tradicionales y de corte académico, han logrado
trabajos reconocidos nacionalmente y en el extranjero, con aportes
fundamentales en la conservación y conocimiento de nuestra riqueza natural,
tanto más en nuestros aciagos tiempos de una crisis ambiental globalizada, a
todos ellos, a los que hicieron historia, a quienes la están haciendo hoy, y
que en algún momento sabremos sus nombres y contribuciones, este pequeño
tributo. –
Saul Godoy Gomez
saulgodoy@gmail.com
@godoy_saul
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