En lo que va del año, cerca de 52 mil menores
de edad cruzaron la frontera hacia EE.UU. de manera ilegal, con toda la
dimensión humana que ello conlleva para las familias, los menores y el propio
estado receptor.
Lo primero que debemos precisar es que no
existen los niños migrantes. Esa conceptualización es un sofisma político,
ideológico o diplomático para edulcorar la amarga realidad de una región
centroamericana donde convergen pandilleros, mafias, traficantes de personas y
oportunistas dispuestos a utilizar la sensibilidad humana ante el débil, en
este caso, los menores de edad.
Más allá de cualquier intento de
simplificación, es un problema complejo. Tampoco hay una causa, son varias
convergentes o separadas. En primer lugar intentemos definir qué se entiende
por niños migrantes no acompañados. Simplemente aquellas personas menores de
edad, que traspasan solos o en compañía de un adulto, familiar o no, la
frontera de México hacia los Estados Unidos para residenciarse allí. La de
México, porque en su casi totalidad son provenientes de los países integrantes
del llamado Triangulo del Norte; esto es, El Salvador, Honduras y Guatemala. En
el caso de El Salvador y Honduras, primero deben evadir sus respectivos puntos
fronterizos para salir ilegalmente del país, por lo que los llamados coyotes
deben utilizar los caminos verdes, atravesar el territorio guatemalteco, luego
el mexicano, hasta finalmente llegar a territorio estadounidense.
La pregunta que se plantea la humanidad es
¿cómo puede un menor realizar todo ese periplo desconocido sin apoyo de un
adulto conocedor? La respuesta se contesta por sí misma: es que no hay niños
migrantes, los niños son transportados por adultos, que cobran por este
servicio, saben evadir los puestos de migración, conocen los caminos verdes y
tienen cómplices en las otras fronteras que a su vez cobran por sus servicios.
Es como cualquier cadena comercial multinacional y más eficiente que los
tratados de libre comercio firmados por los gobiernos, sin los engorrosos
trámites burocráticos, pago de tasas e impuestos, controles sanitarios o
certificados de origen de la mercancía, que en nuestro caso esa mercancía es un
ser humano, y un humano débil ante la ley, un menor de edad.
Como muy bien señala el embajador salvadoreño
en Estados Unidos, Rubén Zamora, no hay una explicación fáctica única. Sin
embargo, podríamos en un intento de síntesis resaltar tres factores comunes:
1) la inseguridad generada por las pandillas o
maras que conviven con la ciudadanía en cantones, pueblos y ciudades,
ejerciendo cada vez más una presencia y poder de destrucción capaz de
neutralizar la acción del gobierno. 2) El desempleo, donde, por ejemplo,
en El Salvador, de 250 mil nuevos optantes para ocupar un trabajo en el
2013, solo cien mil llegaron a obtenerlo.
3) Las familias ya establecidas en los EE.UU.
que pagan entre siete y $4,500 para que sus hijos menores o familiares sean
trasladados junto a ellos, vía coyotes. A lo que hay que agregar la ausencia de
una estrategia seria y decisión política para enfrentar el crimen organizado
como un propósito nacional. Y habría que preguntarse porqué en Nicaragua, Costa
Rica, Panamá y Belice no existe una presencia contundente de pandillas organizadas
capaz de generar una diáspora, al margen de las razones económicas.
En lo que va de año, cerca de 52 mil
menores de edad cruzaron la frontera hacia los Estados Unidos de manera
ilegal, con toda la dimensión humana que ello conlleva para las familias, los
menores y el propio estado receptor; aparte, por supuesto, de las consecuencias
económicas, jurídicas, logísticas que significa alojarlos, alimentarlos,
cuidarlos, y deportarlos si fuera el caso.
De allí que el propio Vaticano ha tenido que
intervenir para llamar a la atención de los líderes involucrados de las
consecuencias morales y espirituales que significa un hecho migratorio; aún más
si se encuentran involucrados menores de edad, por aquello de: “más les
valdrían atarse una piedra al cuello y lanzarse al río, antes de escandalizar a
uno de estos pequeños”.
Acogiéndose al llamado del Papa Francisco, el
pasado 14 de julio se realizó el “Coloquio México-Santa Sede sobre migración
internacional y desarrollo” con la presencia de los ministros de Exteriores del
Triángulo Norte y el del Vaticano, el Cardenal Pietro Parolin, quien hizo un
llamado para asumir la migración de menores como una tragedia que no se
resuelve con deportaciones masivas, sino atacando sus causas, entre ellas el
desarrollo centrado en el hombre, la corrupción, el crimen organizado. Pero
como primera y urgente medida “que estos menores sean acogidos y protegidos
para salvaguardar su integridad física y psíquica”
Nos encontramos entonces frente a un hecho
cumplido que involucra a inocentes y criminales de todo tipo, desde tratantes
de blancas, órganos y niños esclavos hasta el coyote que solo cobra por
transportar una persona hasta la frontera; al legítimo esfuerzo de unos padres
de recuperar a los hijos dejados, y también al legítimo esfuerzo de buscar y
encontrar en otras fronteras una opción de vida digna que les es negada en su
país de origen.
Juan Jose Monsant Aristimuño
jjmonsant@gmail.com
@jjmonsant
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