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jueves, 3 de julio de 2014

JOSÉ RAFAEL AVENDAÑO TIMAURY, MILITARES Y/O MILICOS

Los artículos 328 y 330 de la Constitución Nacional son lo suficientemente claros, aunque ya existen novedosas interpretaciones de su contenido que vulneran la voluntad de los constituyentes y del referéndum aprobatorio de millones de venezolanos. Siete magistrados de la Sala Constitucional del TSJ torcieron caprichosamente el espíritu, razón y propósito del texto.
 
No es mi intención hacer un análisis forense del bodrio ni de los desafueros cometidos por quienes, en principio, deberían ser los garantes de que las normas constitucionales se apliquen correctamente. Será en otra ocasión donde se hagan valer los argumentos jurídicos para desvirtuar el contenido de la sentencia 651.
 
La dicotomía entre militares y milicos siempre ha existido en Venezuela y han quedado asentados en innumerables hechos. Páez fue un militar pundonoroso que reivindicó y apoyó al presidente José María Vargas cuando un milico, Pedro Carujo, intentó el primer Golpe de Estado contra un Presidente civil. En la dictadura gomecista y perezjimenista hubo militares y milicos. Así que no es nada nuevo bajo el sol que en este régimen, más de tres lustros, que padecemos existan militares y milicos.
 
Debo confesar que el término milico lo oí y entendí por primera vez en mi pasantía por Chile en época de dictadura y terror. La dirigencia política y el pueblo en general se referían despectivamente como milicos a aquellos que sustentaron a la oprobiosa dictadura. Aparentemente existía la noción de que el aparato militar en su totalidad apoyaba a la Junta de Gobierno presidida por Pinochet. Esta noción fue debidamente desvirtuada cuando las grandes mayorías del pueblo chileno propinaron al dictador una contundente victoria electoral y retomaron de nuevo el cauce de la civilidad republicana con ayuda de militares.
 
Mutatis mutando, en nuestro país tenemos un híbrido milico-civil que nos desgobierna desde hace muchos años y pretende continuar esta práctica nefasta de manera indefinida. Por ahora hemos tenido un presidente milico y uno civil pero no civilista. Los que nos gobiernan no están descubriendo la pólvora, al decir del defenestrado Giordani, que es necesario "con urgencia de una mayor y profunda articulación del sector militar" para la sustentación definitiva del gobierno. Cuando comienza el descontento popular inocultable, recurren al hecho histórico repetitivo de sostener al gobierno mediante el uso indiscriminado y disuasivo de la fuerza bruta.
 
En los años 1956 y 1957 yo era un niño medianamente avispado que tenía clara la noción del poder que significaba una gorra militar, como una especie de "patente de corso", colocada estratégicamente en la parte de atrás de los vehículos. Esa actitud simbólica representaba una ostentación grosera del poderío milico que regía los destinos de la nación. Jamás olvidaré los meses de noviembre y diciembre de 1957 cuando se hizo público, por parte de los estudiantes de la UCV y de algunos Liceos de Caracas, manifestaciones de protesta reprimidas violentamente pero sin alcanzar ningún muerto. De febrero a la fecha, llevamos 43 asesinados y más de ciento cincuenta detenidos. El 15 de diciembre se efectuó un plebiscito, con un CNE como el actual, cuyo resultado fue, según el "árbitro electoral", un apoyo multitudinario al dictador. Diez y seis días después, el primero de enero de 1958 vimos surcar sobre el cielo trasnochado y enratonado de Caracas a una cuadrilla de la Fuerza Aérea ametrallando y bombardeando el Palacio de Miraflores y la sede de la Seguridad Nacional, especie de Sebin de la época. Esa misma noche vimos al dictador desencajado hablando de traidores. Una vez más se hizo ostensible la diferencia entre militares y milicos. La madrugada del 23 de enero escuchamos y vimos al avión presidencial trasladando a milicos en su desvergonzada huida y constatamos la furia popular desbordada sitiando con los militares la sede de la policía política. En el ínterin, quedaron muchos milicos rezagados pero la sindéresis y el espíritu militar se impusieron contra esas intenciones arteras.
 
Este año 2014, nuevamente la dicotomía está plena y dramáticamente planteada. Esta vez cimentada por esa extraña manera de apuntalamiento jurídico otorgada por siete abogados con poder ilimitado para revestir con mantos de dudosa legitimidad y legalidad los desafueros cometidos como hechos cumplidos desde hace varios lustros.
 
Claussewitz definió la guerra como "un acto de violencia cuyo objetivo es forzar al adversario a ejecutar  nuestra voluntad". No quisiera entender la sentencia 651 como una premisa y confabulación fríamente calculada tendente a establecer la conducta siempre deseada ante el sentimiento incontrolable del hombre de "ejercer el poder y satisfacer sus ambiciones". Muchos tratadistas consideran esta definición como un fenómeno social que irrumpe en forma violenta en procesos de flujo y reflujo.

José Rafael Avendaño Timaury
cheye@cantv.net
@cheyejr

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