La
democracia, por decirlo de alguna manera, es una fórmula filosófica parida por
civiles, que propugna la elevación al nivel de ciudadano de todos los seres
humanos, incluidos los militares. De allí que en la organización de la sociedad moderna, iniciada en tiempos remotos
por pensadores políticos de alto vuelo, se le asignara al sector castrense
espacio en el alto gobierno, incorporándolo a los programas para el desarrollo
integral de los países, así como en los de la defensa del Estado de Derecho y
sus instituciones, de la integridad territorial y del honor de la patria.
La
democracia implica debate, confrontación de ideas y pareceres tanto de forma
como de fondo. Ese primerísimo soporte de la democracia es incompatible con el
quehacer y conducta militares, mundo en el cual imperan -exigencias de cuerpo armado- la voz de mando
y, en consecuencia, “superior que manda, subalterno que obedece”. Luego
entonces no es permisible que al cuartel penetre la militancia partidista. Se
contrapone a la doctrina del militar activo y a la de la institucionalidad
democrática.
Sin
embargo, a pesar del natural recelo que genera la presencia y argumentación de
quienes detentan las armas, la democracia se las ingenió para crear un espacio
y superar el escoyo. La incorporación al Consejo de Ministros de un
representante de la fuerza militar, espacio en el cual puede rebatir y proponer,
es muestra fehaciente de que se la tiene y considera entre los soportes
fundamentales de la paz y estabilidad republicana.
Pero
el estamento militar todavía no se consideró dignificado. Su objetivo ha sido
ser juez y parte. Venezuela no podido superar el destino que El Libertador le
asignara: “Venezuela es un cuartel”. Y como para que no hubiera escapatoria
estableció el fuero militar en las instancias jurisdiccionales, además de
facultarlo para arbitrar en las crisis políticas. Y en esas andamos.
Muchos
y en vano han sido los intentos por colocar al oficial militar en el lugar que
constitucionalmente le corresponde. Los fusiles y las bayonetas continúan
siendo el argumento de mayor peso cuando de lograr sus propósitos se trata. La
militarización de la sociedad es el objetivo. Alcanzarlo mediante la
utilización del voto ciudadano,
“armamento” invaluable del sistema democrático, es la táctica potenciada con la
prédica del igualitarismo zamorano, fundamento ideológico del comunismo
fracasado, maquillado con la denominación tramposa de “Socialismo del Siglo
XXI”.
Hoy
como en tiempos de las dictaduras del Siglo XX, la del general Juan Vicente
Gómez, así como la de la Junta Militar (1948-1950) tenemos un Presidente que en
realidad no lo es. Un cinturón de acero integrado por militares venezolanos y
cubanos, activos o retirados, lo controla y copa los cargos públicos del
estamento civil. Lo dejan hacer promesas de bienestar y seguridad que no se
materializan, así como ordenar medidas económicas “sopladas” por
desactualizados asesores, que día a día nos hunden más en el tremedal del
endeudamiento masivo y la inflación generada por la caída de la producción
agrícola e industrial, inducida por los arrebatos colectivistas de Chávez. Pero
hasta allí, porque cuando intenta, balbuciente,
alguna apertura más allá de los límites prefijados, le esgrimen
argumentos solo superables por políticos con sólida formación intelectual y
fuerza moral propias de estadistas. Así que el Presidente, igual que José Gil
Fortoul, Juan Bautista Pérez y Germán Suarez Flamerich, hace el papel de veleta
o cero a la izquierda. Pérez Jiménez y Chávez fueron directos. Asumieron su
vaina. Utilizaron civiles tan serviles como los mencionados, sólo al frente de
ministerios, incluyendo el de la alcoba.
De
allí que la transición tenga que darse con “socialpesuvistas” incluidos, única
garantía de paz. Pero de la interminable lista de entuertos por enderezar tiene
que ocupar lugar preponderante la revisión de la Doctrina Militar venezolana.
Sin complejos ni retaliaciones. El Presidente, ilegítimo y todo lo que de él
pueda decirse, está en la obligación de sortear los peligros que se interpongan
en la reconquista del decoro presidencial y de los modos civilizados de la
política. Y si lo del decoro no fuere suficiente debe tener presente el consejo
que Charles Maurice Talleyrand diera a Napoleón: “Las bayonetas sirven para
muchas cosas, menos para sentarse sobre ellas”.
German Gil Rico
gergilrico@yahoo.com
@gergilrico
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