No se trata de reemplazar el
fallido slogan de “La Salida” por el de “La Caída”. Pero lo cierto es que el
gobierno de Venezuela sigue, aunque de modo acelerado, evidenciado ya desde el
dudoso triunfo presidencial de Maduro, un notorio proceso de descomposición
interna.
El madurismo, si es que se puede llamar así al momento de Maduro, no
es más que el declive del chavismo, o como he intentado formular en otros
artículos, “la última fase del chavismo”. Creo que bajo esa rúbrica pasará a
figurar en los libros de historia.
En ese orden, la famosa carta
del ex ministro y albacea ideológico de Chávez, Jorge Giordani, en contra de
Maduro y el grupo que lo apoya, es solo la punta de un “iceberg” cuyas
profundidades son por el momento imposibles de medir.
La crisis del chavismo -y la lucha encarnizada de fracciones que ha
desatado, por primera vez de modo público- es también la crisis del populimo
chavista.
El problema de Maduro no es
que él sea populista sino que, aunque él así lo quiera, no puede serlo.
Recordemos que bajo la égida de Chávez diferentes grupos ideológicos fueron
articulados alrededor de su carisma cumpliéndose la quintaesencia de todo
populismo, la de que no hay populismo sin líder populista. Pero Maduro es
cualquiera cosa menos un líder. Peor aún, en todo el contexto del chavismo no
hay ningún personaje en condiciones de restituir un liderazgo medianamente
unitario.
No olvidemos que el principal
oponente interno de Maduro es (o era) Diosdado Cabello, pero Cabello es el
político más detestado de su país, incluyendo en esa evaluación a no pocos
chavistas.
En cierta medida se cumplen
en Venezuela los síntomas que detectara Nicos Poulantzas cuando en los años
setenta escribió su entonces muy divulgado libro titulado “La Crisis de las
Dictaduras” (Siglo XXl, Madrid 1974), cuyo objetivo fue analizar el descenso de
las dictaduras de España, Portugal y Grecia.
Aplicando la terminología de
Poulantzas, en el caso venezolano se observan al igual que en los tiempos del
franquismo, del salazarismo y de los coroneles griegos, grietas muy profundas
en el “bloque en el poder”, grietas que para Poulantzas eran los signos del
comienzo del final. Por otra parte, esas grietas surgen como resultado de una
intensa lucha por la hegemonía ideológica al interior del bloque de dominación.
Eso no significa por supuesto que Maduro va a caer mañana. Pues si miramos
bien, en Venezuela hay por lo menos tres condiciones que no ajustan con el
análisis de Poulantzas
La primera, es que el sistema
de poder chavista es, además de militar, electoral, vale decir, el régimen se
ha dotado de una válvula de escape destinada a disminuir las tensiones en su
propia esfera.
La segunda, es que dentro del
bloque de poder chavista (o post-chavista) no hay por el momento nada parecido
a un Adolfo Suárez u otros similares, vale decir, alguien en condiciones de
hacer el enlace entre una parte del bloque de poder y sectores de la oposición
democrática. Ese rol pudo haberlo jugado Maduro cuando llegó el momento del
llamado “diálogo”. Pero el mismo se encargó de dinamitar esa salida, optando
por entregar aún más poder a los militares y aumentando la represión a niveles
a los cuales nunca llegó Chávez. Hoy la Junta Cívica Militar (Maduro) es una
Junta Militar Cívica.
La tercera condición es que
no solo el gobierno de Maduro está en crisis. La oposición también lo está.
Pero en este punto es importante anotar una diferencia.
Mientras la de la oposición
es una crisis surgida de la lucha por el liderazgo entre líderes o quienes
creen serlo, la del gobierno es una crisis programática. A la inversa, en
cuanto al programa, hay en el conjunto de la oposición consenso en torno a las
tareas que deberá enfrentar un futuro gobierno, entre otras, restauración de
las libertades cívicas, democratización del Estado, desmilitarización de la
política y, en lo económico, creación de una base para el desarrollo de una
economía social de mercado.
La crisis del poder al
interior del bloque dominante chavista se da, por el contrario, entre los
partidarios de un capitalismo de Estado con ciertos matices populistas y los
seguidores de, según Maduro, “un socialismo trasnochado”. En ese sentido no
deja de ser interesante señalar que Cuba exportó hacia Venezuela no solo un
modelo de dominación, sino también su propia crisis política interna. La de
Venezuela, en efecto, parece ser solo un reflejo de la que hoy es imposible
disimular en Cuba: una crisis que estallará con fuerza en la era “post-Castro”
(la que ya está comenzando) entre las corrientes
"estado-capitalistas" y las comunistas ortodoxas.
En cualquier caso, la lucha
al interior de la oligarquía chavista parece no estar dada por el momento entre
Maduro y Cabello. Maduro ha optado por una salida militarista (es decir, por
Cabello) Y a diferencias de lo que ocurría en el pasado reciente, cuando se
pensaba que los militares se moverían hacia donde fuera Cabello, hoy parece
ocurrir al revés. Cabello, aunque sea solo para sobrevivir, se mueve hacia
donde van los militares.
Frente a la emergencia de un gobierno militarista, con peligrosas inclinaciones, las luchas por el liderazgo al interior de la oposición, disfrazadas por una absurda discusión a favor o en contra de una Asamblea Constituyente (un evento que nadie tiene fuerzas para imponer), son, por decir lo menos, irresponsables. En un punto al menos tiene razón Capriles: “La Salida” cuando fue inoportunamente planteada, dividió a la oposición. Y ahora –se agrega aquí- cuando quizás está llegando el momento de plantearla, aunque sea electoralmente, no parece posible pues la oposición está dividida. Mejor dicho: fue dividida.
La verdad, yo pensaba
escribir sobre fútbol. Pero Venezuela no me deja en paz.
Fernando Mires
fernando.mires@uni-oldenburg.de
@FernandoMires1
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