Lo ha dicho la Conferencia Episcopal. Y lo dice, debo decirlo, contando
entre los suyos a quien el propio régimen –Cabello y Maduro– tanto como la
oposición variopinta le han dado una cordial bienvenida, como observador de un
diálogo nacional sin destino, el nuncio apostólico de su santidad.
¿Qué dicen los purpurados de nuestra Iglesia Católica, único factor de
identidad cultural que nos queda –no solo religiosa, pues la mayoría profesa su
credo– una vez como han sido prostituidos hasta los símbolos patrios y nuestra
modesta historia civil?
Bajo la orientación del papa Francisco, contenida en la Exhortación
Apostólica Evangelium Gaudium –síntesis de su pensamiento–, el episcopado
“lejos de cualquier interés personal o ideología política”, sin las palabras
“de un enemigo ni la de un opositor” hace el diagnóstico crudo de nuestra
enfermedad como país. Destaca “la violencia, inseguridad y criminalidad
crecientes”, que afecta a los afectos y desafectos al gobierno. Suman 196.465
los venezolanos asesinados bajo el socialismo del siglo XXI, hasta 2013.
Observan preocupados, estos pastores, el drama del desabastecimiento, el
alza del costo de la vida unido a las devaluaciones de la moneda, y la
aplicación de controles excesivos a la actividad productiva; luego de que los
actuales gobernantes reciben y dilapidan, hasta 2013, la cifra satelital de
1.248.894 millones de dólares, y habiendo desmantelado el Fondo de
Estabilización Macroeconómica que nace en 1998, para el ahorro. Hoy la caja
está vacía.
La pérdida de las esperanzas, las colas para obtener el sustento y el
abandono del país, según la CEV, son la marca de la cotidianidad, tanto como
(1) la pretensión por el gobierno de imponer un modelo político totalitario y
un sistema educativo fuertemente ideologizado; (2) la criminalización de las
protestas; (3) la politización del Poder Judicial; (4) los presos políticos y
jóvenes encarcelados por protestar; (5) la corrupción en todas las esferas del
Estado.
Al paso, la deuda pública interna y externa, al término de 2012, suma 275,3
millardos de dólares; pero, entre tanto, otro país petrolero como nosotros,
Noruega, ahorra para sus tiempos de vacas flacas 600.000 millones de dólares. Y
nuestra inflación sobrepasa 1.200%, como cifra acumulada desde 1999.
El contexto de todo lo anterior es asimismo ominoso. Si no es causa o
efecto de la sintomatología descrita, su transversalidad impide o condiciona
las soluciones. De allí que el episcopado destaque los elementos que son ejes
del diagnóstico de Venezuela: (a) el militarismo dominante y totalizante del
poder, (b) las mutaciones constitucionales a manos de jueces supremos que le
hacen decir a la Constitución lo que no dice, y (c) la anomia política, la
división entre los actores del gobierno y de la oposición, por “apetencias e
intereses particulares”.
¿Qué hacer?
Según el papa, para que cambie el actual estado de cosas –pérdida de la
memoria histórica y la identidad con el terruño, fragmentación social y
ausencia de proyectos en común, en fin, “caída de las certezas”– corresponde a
los responsables de orientar y dirigir los cambios necesarios “hablar con
verdad, decir la verdad”.
El diálogo demanda, en todo caso, hacerlo cada uno consigo mismo y con los
próximos, para luego procurar un diálogo creíble puertas afuera y con los
otros. Ha de contar con políticos auténticos y rejerarquizar la política:
restableciendo el significado real de las palabras, mirando nuestras raíces
constitutivas, abandonando los refugios partidarios o las cavernas de la
localidad para trascender hacia lo que funda en la diversidad. Dejar de lado
“el sincretismo conciliador” o la “cultura de collage” –lo dice Bergoglio–
entendiendo que la pluriformidad debe asentarse –para ser real y duradera– en
“la unidad de los valores”.
¿Cuál es la ruta?
“Refundar los vínculos sociales”, revitalizar la urdimbre de nuestra
sociedad apelando a la “ética de la solidaridad”, tanto como buscar la unidad
del pueblo en “la memoria de sus raíces”, obviando importar programas de
supervivencia, es lo pertinente, sugiere el papa antes de serlo, en la nación
por construir (2005). Ello requiere de coraje y realismo.
Un pueblo sin coraje es “fácilmente dominable” afirma, y un pueblo que no
es capaz de analizar y asumir la realidad se fragmenta, y es cuando “los
intereses particulares priman sobre el… bien común”.
Trabajar con la realidad, entendiendo los límites de los procesos, sin aislarlos
de la conciencia moral ni a esta de estos, pero sin negarnos a la utopía en su
más estricto sentido: “Lo que vemos… no es todo lo que hay” y de allí la
esperanza, nos aconseja el jesuita Jorge Mario Bergoglio.
Asdrubal Aguiar
S.
correoaustral@gmail.com
@asdrubalaguiar
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