Una amplia mayoría que se identifica con el gobierno
está indignada con sus jefes y el modelo pro cubano. Sin embargo, pareciera que
no se les podría pedir que renieguen del socialismo. ¿A cambio de cuál visión
deberían cambiar sus ideas?
En una época en la que el sistema capitalista está
cuestionado de punta a punta, no es razonable solicitarles que dejen sus
creencias y respalden las del mercado desregulado o la idea de bienestar
americana. Una sociedad que exhibe 50 millones de pobres y unos indicadores de
inequidad superiores a los de Irán. Para no recordar que Estados Unidos es más
desigual que cualquier país de Europa. Por lo mismo, tampoco se podría esperar
que los indignados del Polo Patriótico simpaticen con una dirigencia que cada
vez que puede muestra fotografías de sus encuentros con George W. Bush o con
los representantes de la derecha belicista de Latinoamérica. La conquista del
pueblo socialista se producirá a través del mayor respeto a sus creencias,
valores y prejuicios, no mediante postulados capitalistas o razonamientos
económicos.
La desilusión se apodera de la militancia
oficialista. Sin embargo, corresponde identificar los conectores que pueden
reorientar esos sentimientos. En especial, importa definir el discurso dentro
del cual sus frustraciones se transforman en resortes emocionales para el
cambio. Pues, de lo contrario, su decepción moral afianzará al gobierno y la
actuación autoritaria de quienes lo administran. Por ejemplo, parece un error
decirles a los desencantados socialistas que se pasen a las filas de alguno de
los partidos que integran la MUD. Confundir el discurso de unidad cívica con el
de la militancia partidista perjudica el deshielo que se está produciendo tanto
en el oficialismo como en la oposición. Hay prédicas que desincentivan la
disposición que pudieran tener muchos socialistas para reencontrarse con sus
oponentes. Por cierto, la unidad popular es un requisito irremplazable para
concretar el cambio de gobierno de manera constitucional y pacífica.
Es ingenuo continuar pensando que la permanencia de
Nicolás Maduro en el poder está supeditada a las maniobras que algunos realicen
para mantenerse en la jefatura de la MUD o del PSUV. Su continuidad tampoco
está asociada a los militares corruptos que dicen tener el control del Estado.
La sustitución del gobierno depende de la despolarización. En el entendido de
que “despolarizar” significa conciliar un ideario que reunifique las fuerzas
que pueden activar la transición. Los acontecimientos sugieren que existen más
coincidencias que discrepancias entre los venezolanos. Pero falta transformar
esa proximidad en cohesión. De hecho, el mensaje del fracaso de Nicolás Maduro
es insuficiente para acelerar la reconciliación. La reunificación la convoca un
proyecto de país, no la opinión que sólo recrea el descalabro oficial.
Se necesita acordar un marco que cuanto antes
viabilice el apretón de manos entre los oficialistas indignados y los
opositores demócratas. Pareciera que ese marco de creencias no podría ser otro
que el socialismo.
La redefinición del socialismo en sus fundamentos democráticos es el eslabón que falta para empujar el país hacia una definitiva transición. En ese modelo se pueden reconciliar la igualdad y la libertad. Es suficiente observar el rediseño de algunas naciones de Latinoamérica y de casi toda Europa para aceptarlo. Por lo demás, el socialismo nada tiene que ver con la despiadada dictadura de los hermanos Castro o con el comunismo mercantilista de China. Al contrario, reinterpretado en su expresión más contemporánea, el socialismo democrático promueve postulados liberales como el desarrollo competitivo de los países y una vida llena de igual confort para ciudadanos dignos y libres.
Alexis Alzuro
@aaalzuru
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