Hay una tendencia dentro del movimiento
anarcoambientalista que cree que la única oportunidad de la civilización en la
tierra es regresar a modos de vida más simple, renunciar al complejo mundo
tecno-industrial y volver a modos de producción más básicos, una gran parte de
este grupo preferiría, más que asentamientos sedentarios y en poblados, que la
vida retorne al estilo de los cazadores y recolectores, grupos móviles que
dejan muy poca huella en los ecosistemas y le da a la naturaleza oportunidad de
regenerarse.
Uno de sus teóricos es el antropólogo Stanley
Diamond que en su polémico libro En la búsqueda de lo primitivo, se explaya en
toda una argumentación en contra de la “maquina” y lo que ha implicado para el
hombre y la sociedad, entre otras cosas la esclavitud al tiempo, a las rutinas,
a los horarios, en pocas palabras nos considera “sirvientes” de las máquinas
que nos rodean.
Piensa que las sociedades primitivas son sistemas
en equilibrio con la naturaleza, pero un equilibrio dinámico que expresa los
ritmos naturales y humanos, considera a la propiedad privada, al trabajo y al
dinero causas de los peores males de la civilización. Diamond se sabe dentro del marco utópico, no
para ser seguido masivamente, sino para ser explorado por individualidades que
han caído en cuenta de que el juego civilizatorio está trancado, hombres y
mujeres que en pequeños grupos vayan probando este reencuentro con la vida,
hasta convertirse en tribus, y de allí en adelante solo la imaginación cuenta.
El antropólogo Chellis Glendinning, cuando escribe
sobre esta posibilidad nos informa que en estos grupos que basan sus prácticas
sociales en convivencia con la naturaleza, todos sus miembros participan
plenamente en la sobrevivencia de la tribu, la gran mayoría son expertos o por
lo menos competentes en cada una de las actividades en las que se involucran.
Esta condición impulsa al grupo a la práctica
democrática, todos están involucrados de alguna manera en las decisiones, pero
la democracia tiene un límite natural en el tamaño del grupo, cuando la
práctica democrática se pierde es porque el grupo ha crecido demasiado, la
democracia de la que hablan estos pensadores anarquistas es la que se produce
cara a cara.
Los conflictos interpersonales son resueltos a
medida que aparecen, pueden ventilarse en público si las partes no llegan a un
arreglo y todos tienen derecho a opinar, no hay mecanismos formales de
resolución de conflictos y como cada persona está en perfectas condiciones de
sobrevivir por su cuenta si no está de acuerdo con algo o alguien dentro del
grupo, simplemente puede marcharse y encontrar otras bandas a las cuales
asimilarse.
Cuando una sociedad opera a niveles inferiores de
tecnología y está en constante movimiento, sus prioridades cambian, las tribus
nómadas prefieren encontrar un refugio que construirlo, como están en constante
movimiento necesitan ahorrar energía, por lo que es común observarlos que
tienen largos períodos de descanso, prefieren invertir tiempo en buscar una
cueva o un grupo de arboles que los cobije, a cortar leña y apilar piedras para
hacerse con una infraestructura que no les servirá de nada cuando retomen la
marcha.
Los cazadores-recolectores se valen de los recursos
que encuentran a su alrededor para resolver sus problemas, de manera inmediata
y simple, arman trampas con lo que tienen a mano, hacen un arma solamente
rompiendo una rama que les proporcione una punta que penetre, si quieren tomar
agua usan sus manos, si quieren protegerse de la lluvia usan hojas
Thomas J. Epel, quien tienen una escuela en Montana,
USA, para enseñarle a la gente las maneras de la vida primitiva observó de los
Shoshone, los indios norteamericanos que vivían en las grandes planicies del
medio oeste, que los comentarios de quienes los estudiaron eran despectivos al
llamarlos “flojos “, no tenían cultura material, se contentaban con solo
algunas toscas herramientas que cargaban consigo, todas sus pertenencias eran
lo que podían llevar a la espalda, en su continuo transito de una fuente de
comida a la otra, según Epel estos indios desarrollaron “el arte de no hacer
nada”, estas tribus apenas trabajan dos a tres horas diarias para su
subsistencia, de resto, todo el tiempo les pertenecía, estas tribus no
construían nada, en cambio todo tenía que encontrarlo.
Nos recuerda que Henry David Thoreau, cuando vivía
en su cabaña en la laguna de Walden, tenía un pisa papeles en su escritorio, lo
arrojó por la ventana al momento que descubrió que tenía que limpiarle el
polvo, esa es la verdadera actitud del que no hace nada.
Otro primitivista insigne fue el gran pintor
Cézanne, quien gustaba de una vida rustica y lejos de la sociedad, sus
“desapariciones” eran famosas, nadie conocía de su paradero por semanas y aún
pudiendo tener todas las comodidades que el dinero pudiera comprar, prefería
con mucho vagar por los campos, y a pesar de sus diferencias de opinión, su
amigo Gauguin, otro primitivista, rompió con su mundo para sumergirse en la
sensualidad de una tribu en los mares del sur.
Entender esta filosofía es difícil para quienes
vivimos inmersos en la vida urbana y dependiendo de la tecnología, quienes
hemos sido educado en una cultura perteneciente al homo faber, en continua
creación de objetos, de acumulación de cachivaches, como perennes consumidores,
se requiere un nuevo aprendizaje para poder llegar a términos este tipo de
vida.
Por supuesto, quienes se tienen por primitivistas
son considerados tecnofóbicos, ¿Cuán primitivos pretenden ser? Es la pregunta
de oro, unos aborrecen la revolución industrial y sus implicaciones, otros
señalan incluso que fue la invención de la agricultura la que alteró estos
estilos de vida más simples.
Lo que sí está claro es que se trata de un estilo
de vida no apto para las mayorías, solo imaginarse el mundo sin electricidad
representaría una hecatombe con millones de muertos, grandes números de
personas no saben proporcionarse el sustento sino por vía de los supermercados,
sus vidas sería inconcebibles sin una nevera funcionando y repleta.
Luego están las duras condiciones de una vida
nómada, sobre todo enfrentando enfermedades y los alumbramientos en las
mujeres, las expectativas de vida se verían rápidamente reducidas, el hambre,
por ejemplo, sería un riesgo presente al no encontrar fuentes de alimentos
suficientemente cercanas o abundantes, la gente en movimiento tiene un alto
grado de incidencia de accidentes y en medio de una selva o un desierto los
recursos para enfrentarlos son bastantes limitados.
Si bien es cierto que de esos estilos de vida
venimos, y que por millones de años fue la único forma de vida posible, y que
aún subsiste en algunas partes del mundo, el primitivismo está condenado a ser
una práctica extrema, un hobby, un entrenamiento para ciertas misiones, o una
experiencia para unas vacaciones, pero creo que su viabilidad para un mundo en
problemas está descartada.
Saul Godoy Gomez
saulgodoy@gmail.com
@godoy_saul
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