Es
una gran ironía que la ola democratizadora en América Latina haya generado un
efecto auto-censurador en el discurso de quienes, durante décadas, alzaron la
voz con valentía en contra de las dictaduras que marcaron con plomo la región.
Una
vez que los Gobiernos latinoamericanos empezaron a ser el resultado de
elecciones democráticas, una vez que la tortura, las desapariciones, los
asesinatos masivos dejaron de abofetear la dignidad de millones de seres
humanos, surgió en el medio internacional un nuevo estándar retórico. Como ya
no se puede llamar dictadura a ningún Gobierno en la región, con excepción de
Cuba, es "políticamente incorrecto" ser demasiado agresivo en el
ataque al comportamiento de ciertos líderes con tendencias indiscutiblemente
autoritarias.
Nos
hemos sumido en un nivel de crítica tenue y respetuosa. En atención a la
soberanía de los países, y, sobre todo, en atención al hecho de que las propias
poblaciones son las que eligen perpetuar estos regímenes, nos eluden las
palabras apropiadas para condenar categóricamente el comportamiento de
gobernantes como Nicolás Maduro.
Sacudir
los buenos modales. Es hora de sacudir los buenos modales. En Venezuela se
están cometiendo violaciones a los derechos humanos y no importa si Maduro se
cree líder electo libremente, y no importa si las encuestas reafirman su
popularidad, y no importa si algunas de sus políticas sociales supuestamente
buscan aliviar la pobreza, y no importa si carecemos de mecanismos efectivos
para que la comunidad internacional intervenga: A fin de cuentas, quien suprime
a la oposición es un enemigo de la democracia.
No
planeo atemperar la acusación. Maduro está persiguiendo a sus opositores con
una maquinaria institucional cómplice y corrupta. Su proceder en contra de
Leopoldo López, María Corina Machado, varios alcaldes de la oposición e
innumerables estudiantes que se han lanzado a las calles para protestar contra
el régimen, es un atropello a todo lo que inspira la Carta de las Naciones
Unidas, la Carta Democrática de la Organización de Estados Americanos y, en
general, el ordenamiento internacional de los derechos humanos.
Dirán
que es poco lo que podemos hacer. Dirán que aquello tiene asomos de proceso
judicial y es difícil demostrar la total arbitrariedad de las investigaciones.
Dirán que hay que ser cuidadosos de no equiparar el Gobierno venezolano a otros
regímenes mucho más brutales. Me tiene sin cuidado. En las palabras de Willian
Faulkner: "Creo que el hombre no solo perdurará, sino que prevalecerá.
Creo que es inmortal no por ser la única criatura que tiene voz inextinguible,
sino porque tiene un alma, un espíritu capaz de compasión, de sacrificio y de
perseverancia".
Valores
de la humanidad. No basta tener una voz. Solo sirve si la usamos para defender
los más caros valores de la humanidad. Me sumo al coro que pide la liberación
de Leopoldo López. Me uno al coro que pide el fin del proceso contra María
Corina Machado. Me sumo al coro que condena este circo alucinador, donde la
locura se hace pasar por inventiva, y la intransigencia por patriotismo.
Lo
más probable es que el gobierno de Maduro ignore mis palabras. Con suerte, me
endilgará el caché de ser agente de la CIA.
Lo
que no puede ignorar es una verdadera avalancha de censura internacional. Lo
que no puede ignorar es la sumatoria de miles y miles de voces en cientos de
países, articulando la condena que hasta ahora no ha adquirido la contundencia
que merece.
'Libérenlos'.
El único comportamiento que un demócrata puede aceptar de parte de Maduro es el
cese de toda hostilidad contra los opositores. En ninguna democracia del mundo
existen presos políticos. "Libérenlos. Libérenlos. Libérenlos." Eso
es lo único que es políticamente correcto decir, porque es lo único que es
humanamente correcto exigir.
Oscar
Arias Sánchez
Premio
Nobel de la Paz
ExPresidente
de Costa Rica
@oariascr
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