No es ciencia ficción, ni teatro del absurdo,
ni realismo mágico (o realismo "maléfico", para no desvirtuar el
calificativo con el que se describe la obra de Gabriel García Márquez). Nuestra
cotidianidad parece un esperpento. Somos un país donde lo inverosímil, lo
ridículo, lo inconcebible, en cualquier momento, puede hacerse realidad.
Nada
es imposible: ¡ni siquiera suponer que algún día la hija de Chávez pretenda
ostentar la banda presidencial! ¿O acaso Maduro y el fallecido presidente no
son el mejor ejemplo de que lo absurdo, en nuestro país, es posible? En materia
política, Venezuela es la Disneylandia de los mediocres con hambre de poder.
"¿A quién no le gusta el poder?"
fue la respuesta que me espetó un entrevistado que alguna vez ocupó una curul
en la Asamblea, y hoy se dedica a recorrer el país para conocer y denunciar
casos relacionados con violaciones de Derechos Humanos. No sé si fue la presión
de la pregunta o su respuesta obedeció al verdadero motor de sus acciones;
pero, es evidente que el gustico por el poder, es la motivación que impulsa las
actuaciones de muchos de los protagonistas del acontecer nacional. Negociar y
manipular, para permanecer y perpetuarse en el poder, son parte de este juego
de monopolio en el que participan gobierno y delegados de la
"supuesta" oposición.
¿Cómo creer que es honesta la intención de la
MUD, que se autoerigió como representante de los opositores, desoyendo a otros
sectores que solo quieren un país saneado, curado y librado de chavistas y
viejos esquemas políticos? ¿Cómo creer en las supuestas buenas intenciones de
Maduro y sus secuaces cuando siguen amenazando, atacando y reprimiendo a
quienes levantan su voz de protesta? Señores, nuestro país está ¡cómo nunca!
¡Destruido! Lo asolaron unos mediocres que les gusta mucho el poder, con
escasísimo intelecto, pero altísima capacidad de destrucción, desbordantes de
resentimiento, a quienes les acompaña la buena racha de un barril de petróleo a
precios nunca antes vistos. No importa que la producción petrolera haya
disminuido; no importa que las refinerías estén en el suelo y operadas por
incapaces; no importa que el valioso capital humano que hizo de nuestra
industria petrolera lo que otrora fue, esté hoy fajada derrochando talento en
las refinerías pero de Colombia, Emiratos Árabes, México o Canadá... ¡tenemos
petróleo! Y mientras haya petróleo, tendremos un petro Estado, paupérrimo y ruin; pero, dando
dádivas, reflotando misiones y transformando a los venezolanos en pordioseros.
Y me pregunto: ¿acaso no será ese uno de los objetivos del Plan de la patria?
"¿A quién no le gusta el poder?"
dijo esbozando una sonrisa mi entrevistado y su respuesta la imagino saliendo
de la boca de muchos de los que hoy se afanan por figurar como paladines del
cambio o promotores de una revolución fracasada, que se descose para mostrarnos
el verdadero rostro de estos neodictadores.
El sentimiento que me embarga, es que el
recojo de muchos venezolanos con los que hablo: estamos obstinados de los
negociadores y del afán de figuración a como dé lugar de sus protagonistas.
Cansados de parapetos de diálogos que no nos conduce a nada. Estamos
estancados, como el agua putrefacta que sólo causa beneplácito a la plaga que
se alimenta de ella. Nos está minando el hastío y el desencanto. Buscamos -con
desespero- salidas y nos chocamos de frente con el descaro y las ambiciones de
a quienes sólo les importa sus bolsillos y sus cuentas personales. No es
necesario cavar mucho para hallar la raíz de nuestros males: una manada
hambrienta de poder, resentida y azuzada por Fidel. Mientras lucho contra la
desesperanza y la sensación de que llegamos a un callejón sin salida, sigo
apostando a las torpezas de Maduro quien, solito, se las arregla -y muy bien-
para ponerle fecha de expiración a su mandato. Recurro a los valiosos
comentarios de insignes personalidades de nuestro país quienes me recuerdan que
la historia ha estado llena de incapaces que no han sido eternos. No lo logró
ni Chávez, quien pensó que gobernaría hasta el dos mil siempre.
Cuando esbozo tesis de esta naturaleza,
muchos lectores me reclaman que hasta cuándo voy a seguir con la criticadera.
Deseo como nadie, o como muchos, que por fin esté surgiendo una nueva clase
política que, de manera genuina y auténtica, aspire dirigir los destinos de
nuestro país, rompiendo los consabidos viejos esquemas, de slogan lamentables
como el "quítate tú pa ponerme yo". Pero, lamentablemente, las ansias
de poder siempre han estado por encima de cualquier servicio público
desinteresado.
¿Qué nos queda a los venezolanos? Invoco nuestra dignidad, descrita por Goethe de manera extraordinaria: "la dignidad no puede describirse; pero, su rostro es fresco y redondo como la luna llena, sus mejillas rosadas se abren paso como una flor bajo el turbante, notándose, además, su elegancia hasta en los menores pliegues de su traje".
José
Domingo Blanco (Mingo)
mingo.blanco@gmail.com
@mingo_1
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