La revista inglesa Nature probablemente la más prestigiosa del mundo a la hora
de informar sobre avances paradigmáticos en ciencia y técnica revisa
periódicamente el desempeño de los sistemas nacionales de investigación como
parte de su campaña de promoción de esas actividades.
En el caso de Venezuela,
la primera vez que ello ocurrió fue en el año 1957 cuando Nature comentó la
puesta en marcha del Instituto Venezolano de Investigaciones Neurológicas y
Cerebrales, el cual había sido fundado, un par de años antes, por Humberto
Fernández Morán y que, en el año 1959, sería transformado en el Instituto
Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) por Marcel Roche. La siguiente
oportunidad en que se examinó nuestro devenir científico fue con un agudo
reportaje del periodista Paul Dickson al término de la primera presidencia de
Carlos Andrés Pérez y así, sucesivamente, hasta el presente. Todas las
revisiones realizadas por Nature han sido positivas con excepción de las hechas
durante las presidencias del Comandante Chávez.
Se
puede decir que hasta el año 1999, el modelo venezolano de investigación
científica y desarrollo tecnológico era algo digno de ser tomado en cuenta por
los otros países. No era perfecto eso sólo ocurre en el paraíso pero era
original y estaba rindiendo buenos frutos. El éxito venezolano era evidente;
mientras que en los alrededores del año 1950 el número de nuestros investigadores
podía ser estimado en una docena, en los albores del siglo XXI, éste llegó a
ser el quehacer de unos cuantos miles, con éxitos de valor universal por sus
creaciones, invenciones, descubrimientos o innovaciones. Ese éxito no fue
azaroso sino el fruto del pensar y accionar de gentes muy singulares;
científicos profesionales que idearon un sistema de organización y trabajo que,
adaptando métodos y roles foráneos a un medio poco dado a la práctica
investigativa, funcionó. Sin duda alguna, en los últimos cuarenta años del
siglo XX y después de la educación, el logro más importante de la democracia
venezolana fue crear un aparato eficaz y efectivo de ciencia, tecnología e
innovación.
En
el año 1999, el modelo político que había servido para gobernar al país desde
el 23 de enero de 1958 pareció agotado. Se modificaron los objetivos del Estado
y la "inclusión social" y la "democracia participativa"
pasaron a ser los nuevos paradigmas. Se dio inicio, así, a la Quinta República.
La administración de Hugo Chávez Frías tomó como marco ideológico al marxismo
leninismo y operacionalmente descansó en la nomenklatura cubana. Bajo el amparo
de los clichés de "revolución bolivariana" o "socialismo del
siglo XXI", se estableció una neo-dictadura dedicada a eliminar todo aquello
que se le opusiera, tuviese algo que ver con la economía de mercado o recordara
los logros de los gobiernos anteriores.
En
la nueva Carta Magna, ciencia y tecnología pasaron a tener rango
constitucional. Un nuevo Ministerio pasó a controlar la actividad siguiendo un
modelo delineado por un personaje quien, a la postre, resultó ser de los más
funestos: Jorge Giordani. En lo operacional, se eliminaron las instancias de
consulta y se abandonó el sano criterio de la probidad para entronizar el
clientelismo, tanto en la selección de las autoridades sectoriales como en la
aprobación de las subvenciones a los proyectos de investigación. Estos últimos,
indefectiblemente enmarcados en una de las áreas estratégicas y prioritarias
definidas por un gran plan revolucionario y socialista.
Una
Ley Orgánica de Ciencia, Tecnología e Innovación (LOCTI) estableció los
mecanismos de financiamiento de la actividad mediante la recaudación del 0,5%
de los ingresos brutos de las empresas. Un "impuesto" que monta cada
año al 2,75% del Producto Interno Bruto (PIB). Inicialmente, LOCTI permitía el
uso discrecional de esos recursos por el sector privado, pero a partir de la
reforma del año 2010, esto quedó negado. Desde entonces, el sector privado está
obligado a entregar esos recursos al Estado que ha pasado ser el único ente
financiador de la ciencia, la técnica y la innovación en el país. Entre
nosotros, la ausencia de soporte de lo privado a la actividad deficiencia desde
siempre que LOCTI terminó por consagrar.
En
la implementación del modelo centralizado y vertical para la actividad no
sólo se mantuvieron las deficiencias del esquema operacional que se trataba de
sustituir y que era desconcentrado y horizontal, sino que se agravaron las
existentes y se añadieron nuevas tachas. Falsear la actividad o desvirtuar sus
protagonistas es una de esas nuevas faltas. Por ejemplo, comprar un satélite de
telecomunicaciones a China, ahora se considera hacer ciencia y ésta no la hacen
los investigadores en laboratorios sino unos `cultores’ desde una comuna.
Estas
tergiversaciones conceptuales son parte de una política dirigida a descalificar
a la academia y menospreciar el mérito profesional. Por ejemplo, durante un Aló
Presidente, Chávez arremetió contra el IVIC y sus investigadores, acusándolos
de estar de espaldas al pueblo y desprovistos de sensibilidad social por
investigar cosas inútiles. Los llamó "Ciro Pera Loca" personaje de
las tiras cómicas famoso por sus descabellados descubrimientos y los invitó a
subir a los barrios y hacer ciencia "útil".
A
finales del año 2002 se desató una crisis de gobernabilidad política que, en el
primer trimestre del año 2003, terminó centrándose en PDVSA. Para acabar con la
huelga nacional y retomar el control de las operaciones de la estatal petrolera,
Chávez despidió a unos 18 mil de sus empleados en medio de un show televisivo.
La nueva dirigencia de PDVSA ¬azuzados por Bernard Mommer¬ aprovechó la crisis
para deshacerse de tres cuartos de la fuerza de investigación y desarrollo del
Centro de Investigación y Desarrollo Tecnológico (INTEVEP), quienes habían
logrado inventar en los últimos 20 años del Siglo XX a la Orimulsion®, un
desarrollo tecnológico que alcanzó dentro del imaginario popular el status de
ícono de la capacidad nacional en ciencia y tecnología.
Orimulsion®
había tenido profundas repercusiones nacionales e internacionales, en tanto que
permitió tomar conciencia de nuestras capacidades y potenciales en ciencia y
tecnología; creó una nueva fuente energética de valor comercial con base en un
crudo que no tenía posibilidad de ser comercializado en su estado natural;
generó un nuevo paradigma tecnológico al abrir las compuertas a nuevas
posibilidades de transformación de crudos pesados y extrapesados y posicionó al
país como el de mayor reservas de hidrocarburos del globo. Aunque Orimulsión
inicialmente fue alabada por Chávez como un gran logro de nuestra inventiva,
cuando se percató de que se trataba de un éxito de la malhadada Cuarta
República, cambió de opinión y la mandó al descanso eterno. Como resultado a cerca
de mil Ph.D. y Mg.Sc. del INTEVEP les fue prohibido el ingreso a sus
laboratorios y, casi todos ellos, se vieron forzados a emigrar para poner sus
carreras profesionales a buen resguardo. Así se desmanteló esa institución que
desde entonces no ha aportado mucho al conocimiento siendo ahora otra comisaría
más del Partido Socialista de Venezuela.
En
el empeño de Chávez por ideologizar al país, y dentro del esquema de la
superación del revocatorio presidencial del año 2004, apareció la Misión
Ciencia, la cual fue presentada al público como una instancia oficial dedicada
a identificar el talento y la inventiva del venezolano, impedir la fuga de
cerebros e incentivar a la investigación local. En realidad, la Misión Ciencia
era una operación política diseñada para cumplir tres propósitos macabros:
ideologizar al personal del sector, satanizar el método científico y santificar
la proposición postmodernista promovida por Rigoberto Lanz, una propuesta sui
generis si nos atenemos a la definición de Mario Bunge.
Como
si todo lo anterior no bastara para destrozar a un sistema tan frágil y
complejo como el de ciencia, tecnología e innovación, desde el año 2007 Chávez
enfiló sus baterías contra las universidades públicas que defendían la
autonomía como pilar fundamental de su función. Para doblegarlas, recurrió a su
acoso financiero. La conexión entre la actividad científica tecnológica y el
financiamiento a la educación superior radica en que el 80% de toda la
investigación del país se hace en las grandes universidades autónomas. No se
puede hacer ciencia o innovar en laboratorios con instrumentos vetustos y
reactivos vencidos, con profesores y estudiantes pesimamente remunerados o con
bibliotecas desactualizadas y desinformadas por desconexión de la red de redes.
En
ese contexto histórico es que la revista Nature pasó a revisar nuestra
capacidad en ciencia y técnica Comienza por observar que los pobladores de la
América del Sur aunque representan el 6% de la población global sólo producen
el 4% de la ciencia en el mundo. No obstante, durante la última década, se ha
multiplicado en promedio por un factor de tres la producción regional de
artículos científicos publicados en revistas especializadas y sujetos a
revisión por pares. Mientras que Brasil quintuplicó su producción, Colombia y
Chile la triplicaron y Argentina la duplicó, Venezuela la redujo a la mitad,
siendo el único país de la región cuya producción ha declinado.
Específicamente, la bajamos en un 29% en los últimos cuatro años.
Sobre
las patentes de desarrollo tecnológico o innovación, Nature destaca que
mientras sociedades avanzadas como los Estados Unidos de América producen unas
730 patentes por cada millón de habitantes, en nuestra región Chile se lleva el
palmarés con unas 14 patentes por millón de habitantes. Lo sigue Argentina (con
9), Uruguay (con 7), Brasil (con 5), Colombia (con 3), Perú (con 1) y Paraguay
(con 0,5). Venezuela no figura en ese cuadro (algo esperable cuando ni la
instancia oficial nacional ¬el SAPI¬ las concede).
Refiriéndose
a los patrones de colaboración en ciencia y técnica Nature hace notar que
países como Brasil, Argentina y Chile son líderes en ello. Venezuela apenas se
menciona por establecer tímidos vínculos de colaboración con las comunidades
científicas regionales menos representativas. Hasta pequeños actores como Perú
se les reconoce que se han esforzado en establecer lazos con grandes centros
del saber.
Nature
también analiza los esfuerzos de algunos países de la región para re-capturar
el talento que perdieron en las últimas décadas del siglo pasado acudiendo a
imaginativos e interesantes programas de incentivos dirigidos a reclamar el
regreso de sus investigadores. Aunque Venezuela no es mencionada explícitamente
es bien sabido que nuestro gobierno no le disgusta (cuando no lo promueve) la
salida de sus cuadros profesionales yendo, así, en contracorriente con el resto
de los países de la región.
La
ciencia y la técnica en la región siguen siendo financiadas primordialmente por
los dineros públicos, en contraste con Europa, Asia o Norte América donde el
sector privado es quien más aporta financiamiento a la investigación. Mientras
que un país como USA invierte en ciencia y técnica el 2,8% de su PIB, en los
países de nuestra región oscila alrededor del 0,5% del PIB pero con dos
notables excepciones: en un extremo Brasil que llevó su inversión al 1,5% de su
PIB y en el otro Venezuela cuyo caso es obviado. Muy probablemente debido a que
con el desempeño mostrado por nuestra ciencia y tecnología es imposible que el
porcentaje que reclama el Gobierno Nacional para esa actividad ¬2,75% de su
PIB¬ sea verdad.
Cuando
a los protagonistas de una actividad se les coarta la libertad de pensamiento,
el financiamiento es escaso, inoportuno o filtrado para favorecer a ineptos
camaradas y perjudicar a quienes poseen méritos pero que no son afectos en lo
político-ideológico, no es mucho lo que se puede esperar de ese sistema. Siendo
eso así, no causa sorpresa que para Nature las "estrellas" de la
actividad científica regional son, en primer lugar Chile en los dominios de la
astrofísica; Brasil desde su polo académico de Sao Paulo en salud y
agricultura; Colombia en agrociencias y Argentina en biología molecular. En
esta oportunidad, Venezuela salió estrellada.
Jaime Requena
requena.j@gmail.com
@jaimerequena
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