Todas las fortalezas del
caudillismo autocrático descansan en ese universo fracturado. Todas las
debilidades de la democracia, en la carencia de un sujeto emancipado. Toda
lenidad frente a la pobreza, en un falso concepto de solidaridad con los desposeídos.
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Recibo la última encuesta de
Alfredo Keller, referida al segundo trimestre del 2014, y constato un hecho
verdaderamente asombroso, que demuestra el grave desajuste que existe entre la
vivencia de la crisis por parte de los sectores populares –los que más la
sufren– y las decisiones políticas que
están dispuestas a asumir para enfrentarla. O, en otras palabras: el inmenso
peso del falseamiento ideológico que el chavismo ha logrado inocular en la
conciencia de dichos sectores, al extremo de llevarlos a actuar políticamente y
de manera flagrante contra sus propias percepciones de la realidad, vale decir,
contra lo que ellos mismos certifican expresan sus propios intereses. Un caso
de alienación que explica el desacuerdo mayoritario en el trato cotidiano con
la realidad –inseguridad, desabastecimiento, inflación, carestía, desempleo– y
la irracional emotividad con que los sectores populares reaccionan
políticamente a esa realidad. La rechazan en el trasfondo de su conciencia y la
respaldan en su superficie. Un clásico caso de alienación, digna de la
psiquiatría social.
Esta alienación que bordea el
masoquismo en el irracional comportamiento político de las masas populares de
más bajos ingresos ya se había manifestado en una de las tantas campañas
electorales libradas por Hugo Chávez, cuando sus seguidores escanciaban a coro
y de manera desafiante contra sus propios intereses: “Con empleo o sin empleo,
yo con Chávez me resteo”. Al realizar un pormenorizado análisis de los datos
que nos entrega la importante encuesta de Alfredo Keller se puede concluir con
un dato aún más estremecedor: no existe un solo ítem consultado por la encuesta
y que se refiera a algún asunto polémico del programa de gobierno, algunos de
ellos incluso portaestandartes de ese su programa, que no sea rechazado de
manera concluyente y de manera categórica por los consultados, con un peso de
tanta diferencia que reduce el respaldo a dichas políticas a cifras incluso
inferiores a 10% de la población. Si esas opiniones se tradujesen en el ámbito
político electoral, el PSUV no alcanzaría 15% de respaldo. Y el gobierno, en
lugar de mostrar un apoyo relativo de 40%, o de 45% como se atreve a afirmar
Schemel, el encuestador del régimen, estaría bordeando el abismo.
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Veamos: 71% de los encuestados
rechaza la Ley de Precios Justos que autoriza la expropiación de los negocios
que la violen. Mientras 28% la respalda. Pero al pormenorizar el detalle, se ve
que de ese 28%, solo 12% “se restea”, con la ley, mientras 16% sigue la
corriente. Con la Ley de Alquileres sucede exactamente lo mismo, con el
agravante de que una inmensa mayoría de encuestados son inquilinos: 75% la
rechaza y 21% la aprueba. Pero la proporción entre los que se restean, 9%, y
los que la apoyan “algo”, 12%, vuelve a confirmar la ambigüedad del respaldo.
En el caso de la inamovilidad laboral, que sus redactores habrán imaginado como
un sabroso anzuelo para conquistarse a la masa trabajadora, el resultado de la
encuesta contraría todo presupuesto ideológico: 82% de la población encuestada,
que imaginamos laboral en su inmensa mayoría, rechaza la inamovilidad laboral.
Y de quienes la respaldan, solo 7% dice “mucho”, mientras 10% señala “algo”. En
pocas palabras: el buque insignia de las leyes dictadas para buscar aprobación
y respaldo para proceder a mayores es definitivamente rechazado, y de manera
casi unánime por la población venezolana. Si el elector de los estratos D, E y
F identificara ese rechazo a dichas leyes con el rechazo a sus redactores y
asumiera dicho rechazo como prerrequisito de sus inclinaciones electorales, los
representantes del gobierno no subirían de 5%. El chavismo habría perdido todo
su respaldo electoral. ¿A qué valores revolucionarios se refieren Ana Elisa
Osorio, Víctor Álvarez y Nícmer Evans cuando al criticar la suspensión de
Navarro, solidario con Jorge Giordani en su brutal crítica al gobierno de
Nicolás Maduro, se proponen la salvación de la revolución? ¿Cuál revolución
respalda esa mitad de país que a pesar de estar ahogándose en penurias continúa
apostando por el gobierno del PSUV, que tiene tanto de revolucionario como el
Guaire del Sena?
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Para entrarle al significado
de una revolución socialista, ¿cuáles debían ser las medidas propiamente
revolucionarias de un gobierno comprometido a salvarla, si alguna vez hubiera
existido? Desde luego: terminar con la propiedad privada e imponer la
estatización de todos los llamados medios de producción privados. ¿Qué
importancia le atribuyen los encuestados a la empresa privada? Pues, asómbrense
los ideólogos del bolchevismo vernáculo: 87% le atribuye la mayor importancia,
mientras que 13% se la desconoce. Pero la desproporción entre “revolucionarios
y contrarrevolucionarios” es aún más dramática si se atiende a la calidad de la
aprobación o del rechazo: mientras 65% de ese 87% de los encuestados considera
que la empresa privada es de la mayor importancia, solo 3% de la población que
la rechaza se la niega absolutamente. Lo que nos hace recordar la famosa
barrera del 3% histórico con que el marxismo-leninismo fue recompensado en
todos los procesos electorales presidenciales librados en Venezuela hasta la
elección de diciembre de 1998. Así se nieguen a reconocerlo: solo 3% de la
población venezolana parece dispuesta a respaldar la radicalización del proceso
y seguir las protestas de Giordani. En rigor, al elector chavista, tras catorce
años de intento, la revolución bolivariana le importa un rábano.
Que a pesar de 14 años de
subsidios, becas, estatización, monopolio mediático, persecuciones, cárcel y
una infinidad de iniquidades sociales y políticas el pueblo venezolano siga
apostando por la propiedad privada, el libre mercado y todos los datos
estructurales del capitalismo lo dice todo: el venezolano es estructural,
medular, esencialmente anticomunista.
Si es así, y la encuesta no
deja lugar a dudas, ¿por qué a la hora de entrar en las definiciones políticas
ese mismo pueblo actúa en contra de esas sus más profundas convicciones? Una
primera respuesta, así sea aproximativa, es que se deja arrastrar por la
inclemente propaganda de las políticas castrocomunistas con las que se les
bombardea a diario y durante todo el día desde los bastiones del imperio
mediático del régimen. Suficientemente coloreada con la reiteración ad nauseam
de la imagen santificadora del caudillo único, extrema y absoluta razón de la
supervivencia de la devastadora catástrofe con que se golpea sus estómagos.
Frente a lo cual el necesario
y resaltante correlato, que explica la insólita obnubilación de la oposición
oficialista formulable de manera interrogativa: ¿por qué la oposición que
privilegia precisamente a esos sectores –me refiero a la MUD y muy en
particular a Henrique Capriles– no hace mención de ese hiato escandaloso en
convicción, percepción y comportamiento electoral de la masa electoral chavista
e insiste en fundar sus ofertas con políticas que profundizan ese hiato y
blindan aún más la evidente alienación del elector? ¿Estamos ante un flagrante
caso del absurdo venezolano que habla de dos mochos rascándose?
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Marx fue el primer pensador
en comprender en toda su inmensa magnitud el significado antropológico
filosófico del fenómeno de la alienación inducida por la mercancía y el modo de
producción capitalista que la había generado. En la base de su descubrimiento,
la constatación de que al asalariarse y perder todos los vínculos que lo ataban
a la forma de producción artesanal, el trabajador se convierte en una cosa, una
mercancía, cuya única diferenciación específica es ser la única mercancía que
produce mercancías y cuyo valor radica en que genera valor. Con el agravante de
que el valor que genera con su trabajo le es expropiado, mientras se le deja la
estricta e indispensable cantidad de valor necesaria para sobrevenir a su
subsistencia.
Sin que sea esa la causa de
la alienación de que hablamos, al no existir en Venezuela ni un capitalismo
industrial clásico ni su estructura de clases, y la masa de respaldo
revolucionario no viva del trabajo que produce –limpiar autopistas y atiborrar
nóminas de empresas estatales– sino de la manutención que le asegura el Estado
que lo ha rebajado a algo menos que lumpen proletariado –el concepto es válido
en tanto subraya el hiato, la quiebra existencial entre los verdaderos
intereses del elector y la cosmovisión que la acompaña, lo que podríamos denominar
su concepción del mundo, por menesterosa e indigente que ella sea, y su
comportamiento político–.
¿Cuáles son las razones para el comportamiento
alienado del elector manipulado por el régimen? En primer lugar: la compra de
su voluntad política mediante el mencionado subsidio. Desencajado del proceso
productivo, ni obrero ni artesano, pasa a convertirse en siervo de quienes
detentan el poder del Estado y con ello el control de las fuentes primarias del
salario siendo el Estado el primer empleador de la república. Viendo ese su
universo consolidado, a su vez, por los resentimientos sociales, los odios
intergrupales, el atado de emociones que, sobre la base de una estructura
familiar y grupal fracturada, da por origen al venezolano acaudillado.
Todas las fortalezas del
caudillismo autocrático descansan en ese universo fracturado. Todas las
debilidades de la democracia, en la carencia de un sujeto consciente,
emancipado. Toda lenidad frente a la pobreza, en un falso concepto de
solidaridad con los desposeídos. Pues, como bien lo señalara Tocqueville hace
dos siglos, la libertad supone la existencia de un sujeto consciente de su
dignidad, la que puede estar absolutamente ausente en el sujeto igualado, a
pesar de todas las ventajas y bienes de que pueda usufructuar. Sin esa
dignidad, sin el valor moral, toda igualdad es carne de despotismo, y toda
democracia, una falacia.
Precisamente, en el respeto a
esa situación de grave minusvalía existencial y en la creencia de que la
pobreza del sujeto acaudillado constituye un valor y no una desventaja radica
la alienación de esa oposición partidista y electorera que, antes de
enfrentarla como una tara a ser erradicada, la propicia y honra como un bien en
sí.
Dejarse chantajear por la alienación del sujeto acaudillado es prueba de una irreparable alienación
moral. Es la que hasta hoy impide que en Venezuela se imponga una libertad
verdaderamente sólida, capaz de soportar instituciones democráticas.
Antonio Sanchez Garcia
sanchezgarciacaracas@gmail.com
@Sangarccs
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