«No
ofrezcas cosa distinta a un juicio al guerrillero persuadido que mejor tenerlo
como amigo, porque no lo guía un código de conducta civil ni ideales sublimes.
No entiende de altruismo ni fraternidad, dos categorías filosóficas para él
ridículas. Sus incesantes hostigamientos le garantizan su permanencia en el
Paraíso del Terrorismo y el control parcial del territorio donde pretende algún
día reinar plena e impunemente»
Obviamente,
toda persona sin trastornos mentales anhela vivir en paz: prodigarla, enseñar
cómo hacerlo a quienes son sus parientes, a sus cónyuges e hijos, exigirla a
los amigos, vecinos y autoridades civiles. A los militares excluyo porque
forman parte de una institución que debería ser abolida. Son hostiles,
arrogantes, presuntuosos y obtusos. Si fuere cierto que guardan respeto por eso
que definen como «Obediencia Debida» nunca arremeterían contra los pueblos que
les pagan sus remuneraciones.
Luce
inaudito ofrecer a los peores, entre los terroristas del mundo, que podrían ser
indultados y reinsertados a una determinada sociedad. Aceptar una plática para
acordar la paz entre partes de una contienda a mitad de un territorio sometido
por tiranos, donde se practica y exporta la Barbarie Doctrinal de Gobierno, no
tiene ninguna justificación lógica. De hecho, esa decisión del Presidente de
Colombia fue una especie de anunciado «indulto» a guerrilleros que han cometido
toda clase de crímenes a la Humanidad lesivos. Pero, también significó un
fortuito «insulto» contra las innumerables víctimas de esos desalmados
convertidos en vedettes por la Farándula del Club de Petro-Dictadores del Siglo
XXI.
El
mandatario colombiano cometió un imperdonable error cuyas nefastas
consecuencias están próximas a irrumpir en el escenario político de su
república. Desestimó lo que sucede en Venezuela por causas nada disímiles,
donde una equivocada población le otorgó el poder a ex convictos que en el
ejercicio del mando se apresuraron a destruir la «Institucionalidad del Estado
de Derecho». Aparte de confiscar la Tesorería Nacional, producción petrolera,
empresas privadas, la Libertad de Pensamiento y demás derechos constitucionales
de los ciudadanos.
Las
Finanzas del Estado Venezolano son vertidas a una inmensa y secreta partida
presupuestaria más destinada a la Transnacional del Crimen Político Organizado,
al chantaje masivo y la corrupción de funcionarios e instituciones que a las
necesidades de una nación sitiada. Y todo ello ocurre porque alguna vez
bromeamos con quienes cometieron gravísimos delitos y hasta sufragamos para
darles «un mandato» o responsabilidad administrativa de gobierno. Si los
colombianos continúan por el mismo camino que ya transitamos los venezolanos,
se pervertirá un frustrado deseo de Simón BOLÍVAR: no formaremos parte de una
Gran Colombia ni mucho menos Unión de Naciones Latinoamericanas.
Hace
tiempo que los gobiernos legítimos de Colombia pudieron deslastrarse, incluso
sin violencia, de los guerrilleros. Habría sido suficiente con destinar
recursos financieros a poblaciones de la periferia y legalizar el cultivo de
drogas como la marihuana y cocaína, porque ello socavaría las finanzas de los
insurgentes aparte de exterminar a las narco-mafias. El gobierno de Uruguay ya
lo hizo, exitosamente, con la marihuana. Aceptemos que las prohibiciones nunca
impedirán el consumo de esas sustancias. Desde la Antigüedad, el Ser Humano se
ha dopado: con fines recreativos o religiosos, poco importa ya.
Alberto
Jimenez Ure
jimenezure@hotmail.com
@jurescritor
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