Las
lenguas son el resultado de largos procesos que acompañan la evolución humana,
no son una elaboración premeditada de eruditos ni de expertos, sino más bien
una construcción histórica y social que varía de una cultura a otra y está
sometida a constantes e inevitables modificaciones por los usos, costumbres e
influencias externas.
El
lenguaje es por excelencia el instrumento para transmitir ideas, expresar
distinta visión del mundo/de las cosas y comunicarnos; al hacerlo, exponemos
también falencias sociales y estereotipos como la discriminación de género. El
castellano es una lengua que, a menudo, subvalora e invisibliza a las mujeres
mediante el uso de un lenguaje sexista.
Según
el género, palabras como perro-perra, viejo-vieja, callejero-callejera varían
su significado, y vocablos como ninfomanía, misoginia, carecen de equivalente
en el otro género; hay también adjetivos degradantes -hipócrita, canalla,
idiota, sinvergüenza- aplicados a ambos sexos pero con presentación femenina.
Todo
esto se da en el contexto de una sociedad androcéntrica, de prevalencia
masculina hasta en el manejo del lenguaje, y las mujeres estamos por ello
obligadas a contravenir ese discurso patriarcal dominante y a promover un
idioma no sexista
.
Pero
no comparto la cruzada lingüística, que se ha hecho moda, de desdoblar
sustantivos e imponer ese lenguaje recargado y redundante en circunloquios:
políticos y políticas, vecinos y vecinas, venezolanos y venezolanas, que suenan
repetitivos, artificiales, forzados, poco espontáneos y contribuyen poco a
superar la discriminación contra la mujer.
Creo,
como dijo alguien, que: Lo que bien se dice…bien se entiende. Hay idiomas
neutros, -no privilegian géneros- el sueco es uno de ellos; sin embargo, Suecia
es un país avanzado en equidad de género
De
otra parte son muchas las profesiones definidas con vocablos femeninos,
desempeñadas por hombres y mujeres: Taxista, ciclista, analista, periodista,
jurista. En aras de la igualdad tendríamos que hablar entonces de taxistas y
taxistos.
No
es mágico el poder de la palabra ni hay fórmulas mágicas para superar el uso
sexista del lenguaje. Hay recursos lingüísticos que facilitan un lenguaje menos
discriminador sin desdoblar palabras, consiste en aplicar la “regla de
inversión” esto es sustituir vocablos femeninos por equivalentes masculinos y
viceversa, en vez de ancianos y ancianas, decir, personas mayores; reemplazar
vecinos y vecinas por vecindario, etc.
Más que insistir en LOS y LAS debemos potenciar las reivindicaciones políticas por una sociedad más igualitaria para TODAS/TODOS. La discriminación femenina es un problema político más que lingüístico.
Zenair Brito Caballero
britozenair@gmail.com
@zenairbrito
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