En este tiempo, ningún gobierno del mundo
puede prescindir de un diálogo permanente con las distintas fuerzas del
espectro político y, muy particularmente con los sectores de oposición.
La gran
lección que dejó el siglo XX fue, en ese sentido, contundente. Un gobernante
que apuesta sólo a su perpetuación o la de su partido en el poder- o a
concentrar poder político a cualquier precio- difícilmente logrará convertirse
en algo más que un referente anecdótico o pasajero en la historia de su patria.
Lo que está ocurriendo, desgraciadamente, no es bueno para el país: el gobierno
quiere un diálogo sin resultados.
Basta con escuchar los discursos
presidenciales en cadena nacional que niegan los atributos del diálogo y
desestiman a la MUD en el intento de alcanzar un acuerdo o acercamiento entre
posturas. Es así, como en forma desconsiderada el gobierno de Nicolás Maduro,
está impidiendo la reconciliación histórica que la sociedad venezolana necesita
para abocarse, con capacidad moral, unidad y en paz, a la construcción del
futuro de la nación.
El problema actual de nuestra patria es
esencialmente político y gira alrededor de la presidencia. El país requiere
capacidad de diálogo y resultados prácticos para resolver la crisis
institucional, social y económica. La presidencia es quien está llamada a
conducir ese proceso y la oposición a plantear sus exigencias y posibles
soluciones. Para lo cual es importante que ella considere todos los elementos
que pueden debilitar las cualidades necesarias para esa tarea de tanta trascendencia
para la vida institucional del país, para la democracia que muchos queremos ver
establecida en su concepción total, no en su aspecto único de elección por un
voto popular mediatizado.
En cualquier sociedad, cuando las expresiones
de odio a nivel individual o grupo social se vuelven frecuentes, acarrean
graves consecuencias. Entre ellas, la intolerancia y el discurso descalificador
destinado a intimidar, oprimir, incitar a la violencia contra una persona o
comunidad, en base a su posición política, religión, género o clase social.
Esas reacciones se
acendran peligrosamente, porque el diálogo tolerante, fluido, racional y
permanente requiere ser colocado en el
sitial que le corresponde para generar confianza y, pueda producir resultados
justos y beneficiosos para las partes. Lo contrario contribuye a mermar la fe
que se pueda tener aun en él y se contagian, cual alud que amenaza con arrasar
con la paz y la tranquilidad que requiere hoy con mucha urgencia el país.
Es el propio oficialismo el que
arbitrariamente, valiéndose de los demás poderes públicos edifica las barreras
y define quien queda al lado de ellas. Al hacerlo no escatima mala fe y atenta
así contra la posibilidad de mantener el diálogo. Si Nicolás Maduro sigue
convencido de que puede conducir su acción de gobierno con una actitud de
autosuficiencia y de espalda a los sectores que no comparten sus proyectos o
credo político. Si realmente considera que es legítimo conducir los asuntos
públicos de una nación de esa manera, está claro que incurre en un gravísimo
error. Es continuar subidos al tren del conflicto y de la confrontación que
sólo conducirá a nuestra castigada sociedad al fracaso.
Sixto Medina
sxmed@hotmail.com
@medinasixto
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