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viernes, 9 de mayo de 2014

PEDRO R GARCÍA, INELUDIBLE TAREA DE LA NUEVA GENERACION POLÍTICA EN EL PAÍS, PUNTO DE QUIEBRE

“La existencia del hombre en la sociedad política, como recordaba Eric Voegelin en la nueva ciencia de la política,  es una existencia histórica.

Asimismo poseer sentido de la historia significa, para el político, básicamente tres cosas: el conocimiento real compresivo, valorativo y aleccionador del pasado, (sobre todo de su propio pueblo, en cuyo proceso le toca actuar como protagonista); el conocimiento cultural político del presente; y un diseño del aporte posible al proceso histórico de la nación para el tiempo por venir”. La política con mayúscula, supone, por ello, opción sobre diseños del mañana.
Se trata de tener claro que, en la vida política lo esencial y conveniente nos es ir a la búsqueda del tiempo perdido, como en la ficción de Proust, sino la conquista del periodo por revelarse”.
Ubicando algunas pistas…
Como sabemos todas las generaciones se suceden las unas a las otras en una escala antropológico-sociológica, pero la novedad o juventud de una generación determinada en su momento de desplazamiento de las anteriores no es garantía suficiente como para poder ser considerada como una que habrá de hacer historia. La apelación a la juventud o al hallazgo que tan frecuentemente se hace en contextos sobre todo políticos es vista entonces como otra muestra más de frivolidad intelectual.
Otra cosa es considerar que algún evento puntual carezca por completo de precedentes, lo que hace de él, en efecto, algo original; pero el hecho de que un acontecimiento sea inédito no garantiza que sea también, necesariamente, un acontecimiento histórico en virtud de la posibilidad de que, por más transformador que pueda parecer a muchos, sus consecuencias estén llamadas a tener una insistencia de alcance y efectos mínimos, insignificantes o repetidos.
Situamos esta exploración entonces en una posición antagónica con una tendencia muy característica de nuestro tiempo en el  que quiere ponerse en operación una desactivación ideológica de las determinaciones históricas de la política y del presente. Se trata precisamente de las ideologías que podríamos llamar futuristas, corporativistas o, también, individualistas (que apelan al futuro, a la visión de próximo y a la modernidad o modernización) con las que se hace abstracción de los surcos y recorridos (políticos, ideológicos, y armónicos) de calado histórico-político para aislar al individuo y acorazarlo dentro de los límites del individualismo metodológico y encogido de un presente eterno en donde sólo importan categorías como las de calidad de vida, bienestar, libertad de elección, desarrollo, felicidad, progreso, identidad individual psicológico-subjetiva, democracia,  Todo centrado a en el individuo y en su “elección racional” como sujeto impalpable dentro del mercado harto capitalista. El ideal de esta sopa ideológica y democrática formalista es el consumidor satisfecho a-histórico, a-crítico, sensible, sentimental, espiritual, subjetivista, funcional: todo será estar al corriente y de conducirse con una perspectiva ético individual, tolerante, respetuosa siempre de todo y de todas y todos, que no juzga nunca sino que comprende y se conmueve de la otredad del otro y de lo otro.
Sin negar la distinción de una que otra de estas categorías en general (¿quién puede estar en contra, por ejemplo, de que se logre un indiscutible nivel de vida o de desarrollo económico para Venezuela?), pero tomamos distancia de ellas en el momento en que se quieren hipostasiar como ideas fuerzas incorporadas a un sistema ideológico que hemos denominado en otros momentos como neoliberalismo democrático, o socialismo-estatizante  a través del que, se sustrae ideológicamente al individuo de las grandes formaciones político históricas de las que forma parte para hacerlo creerse formando parte de un Género Humano inmerso en un proceso impreciso al que se ha llamado globalización. Esta dispersión o desdibujamiento de las grandes plataformas histórico políticas (o de los grandes relatos totalizadores, dirán acaso los posmodernos) donde lo importante es solamente el sujeto y su “salvación” (o sus pequeños relatos), lejos de ser la codiciada autonomía del hombre de conexiones totalitarias o autoritarias, es, por paradójico que pueda parecer a muchos, índice inequívoco de las grandes crisis históricas y orgánicas de la gran política en el sentido de Maquiavelo, de Gramsci o de Gustavo Bueno.
Preservamos, en este sentido, la consistencia con lo inicialmente dicho cuando afirmamos que es ésta una exploración política en tanto que reclama a la política y al Estado como su figura fundamental. Pero no es una pretensión que habría que oponer o enfrentar dicotómicamente al individuo o al ciudadano (o a su bienestar o a su “calidad de vida”, término infrecuente éste como pocos); se trata simplemente de que la razón moral o cívica, la razón económica, la razón política y la razón del hombre que aquí tenemos contemplada en el horizonte de nuestras indagaciones se cincelan a la escala de la historia (de la política, de la ciudad, de la economía) y con el propósito de localizar y asignar al material analizado un sentido unitario y una consistencia dialéctica y política establecida.
Pero el hecho de que sea éste sea una búsqueda histórica significa que en él estará ejercitada una teoría de la historia intercalada con una teoría del Estado y una teoría política muy determinadas desde las que se ofrece una reconstrucción crítica del material en liza. Es así que al espectador le será posible apreciar la manera en que, tanto en nuestra crítica de la economía política como en nuestra crítica de la razón política e ideológica, residirá implícitamente puesta en ejercicio nuestra interpretación de la historia.
En este sentido, subrayamos nuevamente, para reafirmarla una vez más, la divisa de Mariátegui según la cual la política es, en efecto, la trama de la historia.
Este es un intento seguramente insuficiente desde la filosofía. Y más concretamente: de la filosofía política y de filosofía de la historia. Irrumpimos (con conceptos y categorías) propios de la ciencia y la teoría política, de la economía y de la historia, pero no estamos ante una investigación de ciencia política, de economía o de historia, o por lo menos no lo estamos exclusivamente. Es de filosofía en tanto que, partiendo de los saberes políticos, económicos o históricos, es decir, de los saberes  y certezas, intentaremos llevar nuestras pesquisas y consideraciones a aquél terreno en el que se nos aparecerán Ideas determinadas (Hombre, Estado, Libertad, Justicia, Socialismo, Nación, Imperio, Democracia) y en el que haremos referencia a sistemas de Ideas (idealistas, materialistas, espiritualistas) intercaladas y comprometidas vitalmente (ontológicamente) con las campos y distinciones en donde se establecen pero que, en su despliegue, los exceden. El momento del desbordamiento de los campos y de los saberes científicos es el momento de la aparición de la filosofía. Se trata de un aluvión en el que se nos manifiestan los límites de los saberes científicos cuya proliferación desemboca en una fragmentación y saturación de especializaciones supuesta o pretendidamente científicas (y “el especialista es el que sabe cada vez más de cada vez menos”, que se deriva un amasijo (un totum revolutum) descoordinada de sub.-disciplinas o, peor, de pseudo-disciplinas, de ya ininteligible unidad. Y a la recuperación de esa unidad es a lo que se ha empinado una tendencia muy característica de las ciencias políticas contemporáneas (y que se nos manifiesta a nuestro juicio como el índice del estado de descoordinación en el que en su conjunto se encuentran) a la que llaman “interdisciplinariedad”: ante la ausencia de una perspectiva guía de síntesis, muchos son ya, en efecto, los que han querido alcanzar esa perspectiva abarcadora cuando, al encontrarse ante la complejidad de los problemas y de adecuados saberes o disciplinas para abordarlos y resolverlos, buscan recuperar el sentido de unidad global. Pero esa fragmentación y esa complejidad son ellas mismas, como señalamos, del dilema, pues esa unidad no se encuentra nunca en la medida en que la búsqueda se mantiene en el terreno científico (de las ciencias sociales). ¿Cuántos comités de “expertos” no se han formado para tratar de zanjar una profusión de problemas del presente sin llegar nunca a nada más que a la aproximación y abultadas de “propuestas” pretendidas aunque nunca consistentemente sistematizadas? No se encuentra ni se encontrará nunca esa síntesis didáctica científica porque en donde hay que buscarla es en el terreno de la filosofía, o más concretamente: en el terreno de los sistemas filosóficos, que es desde el que hoy  intentamos dialogar.
Consideramos a la filosofía según es definida desde la perspectiva maestra del materialismo filosófico de Gustavo Bueno, como saber de segundo grado que se abre paso entre medio de saberes de primer grado (tecnológico, científico, político, militar, histórico, teológico). La aportación de la filosofía son las Ideas. El de las ciencias son los conceptos y las categorías. La filosofía es un laboratorio de las Ideas. Es una actividad de segundo grado en el que se producen sistemáticamente descriptivas de las Ideas.
El problema de Venezuela es entonces más complejo que una busca de filosofía (de filosofía política, de filosofía de la historia) se trata de ofrecer un diagnóstico de la configuración histórica, política e ideológica de Venezuela a la luz de la cual se escudriñará iluminar en perspectiva el conjunto y  bordes de sus  problemas. Debemos alzar el vuelo desde un contexto histórico, político, jurídico, económico, de primer grado, para trasladarlo luego a un estrato de configuración equívoca, de segundo grado, en el que habremos de desbordar los límites de los saberes científico delimitados, de los informes (políticos, jurídicos, antropológicos, económicos), para encontrar en ese desbordamiento como hemos precisado ya el estrato de la filosofía (del estudio filosófico). Es sólo en esa franja, donde se nos aparecerá esa perspectiva catedrática de síntesis desde la que nos será posible apreciar el problema de Venezuela: y no corresponde solo a la ciencia, corresponde a la filosofía. Marx, en El Capital, hico una incisiva  crítica de la economía política y una desmitificación de las ideologías. El su crítica revela la realidad íntima, esencial de la apariencia, al mismo tiempo que subvierte sus expresiones ideológicas, las hace estallar de un doble estallido.
¿"Será suficiente las fuerzas actuantes y el aporte generacional para ese doble estallido en el país?”.

Pedro Rafael Garcia Molina
pgpgarcia@5gmail.com
@pgpgarcia5

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