Que
América Latina es una de las regiones más postergadas del planeta no es nada
nuevo. Tampoco lo es el hecho de que la brecha entre pobres y ricos en la
región cada día se está ampliando más y más. Décadas de estatismo y
clientelismo político lo único que han logrado es que está situación sea cada
vez más grave y notoria. Sin embargo, desde el Río Grande hasta Tierra del
Fuego se sigue insistiendo en la necesidad de que los gobiernos jueguen un rol
preponderante en la tarea de tornar más justas y equitativas a nuestras
sociedades.
Una
vez más, nuestros caciques políticos hacen hincapié en que los ajustes de las
economías regionales no deben traer aparejado un nuevo sacrificio para los
sectores más desprotegidos de la sociedad.
Gran
parte de la opinión pública coincide con ello y ruega por la puesta en práctica
de la vieja idea de la redistribución de ingresos, creyendo que si se pone a la
solidaridad en manos de esos iluminados burócratas, la condición de la gente va
a mejorar-como si la situación actual de nuestros paupérrimos conciudadanos no
fuese una muestra de lo que sucede cuando la solidaridad es colectivizada.
Por
ello, resulta imperioso analizar qué idea económico-filosófica se encuentra
detrás de las políticas redistribucionistas, aglutinadas hoy día bajo esa
contradicción en términos que se ha dado en llamar la justicia social.
Repartiendo
el pastel
Existen
básicamente dos concepciones acerca de la riqueza y de la forma en que la misma
debería ser distribuida en la sociedad.
1)
La altruista-colectivista, actualmente predominante entre la opinión pública y
la llamada clase dirigente. La misma sostiene que: a) Dada una cantidad de
riqueza determinada, lo que debemos hacer respecto de ella es ver de qué manera
la vamos a repartir, a redistribuir entre todos nosotros; b) Nadie se cuestiona
en esta posición respecto de cómo surgió esa riqueza, ni de quiénes fueron los
que contribuyeron a su concreción. Tan solo se preocupan por ver cómo hemos de
repartirla; y c) Finalmente, esta postura considera además a la riqueza como
algo estático, como lo sostenían los mercantilistas en el siglo XVII. Al ser
ese “pastel” algo estático, siguiendo con este punto de vista colectivista, si
alguien obtiene una porción más grande del mismo va a ser en desmedro de algún
otro que ha recibido una más pequeña.
La
sociedad se convierte así en una especie de “Juego de Suma Cero,” en el cual lo
que uno gana es lo que otro ha perdido. Es ante esta injusticia, sostienen sus
defensores, que el gobierno debe utilizar la totalidad de sus medios a fin de
que todos reciban una idéntica tajada.
2)
La otra posición sobre el particular, es la que tiene lugar en una sociedad
libre y a la que podríamos sintetizar de la siguiente manera:
a)
Siguiendo con la metáfora del “pastel,” el mismo no tendría límites, y nunca
terminaría de estar “cocinado,” pues ese día pondríamos fin a la evolución de
nuestra especie y comenzaríamos nuestro regreso a la época de las cavernas.
b)
La riqueza no nos viene dada, sino que debe ser creada a través del proceso de
mercado. Permanentemente les escuchamos decir a nuestros petulantes mandatarios
que Latinoamérica es una región naturalmente rica, con amplias y fértiles
extensiones de tierra y abundantes recursos naturales. Esto es cierto, pero no
suficiente.
Hoy
día la riqueza está dada fundamentalmente por el hecho de contar con cosas
tales como computadoras, satélites de comunicaciones, fibra óptica, etc., y
todo ello requiere esencialmente de un previo proceso de acumulación de capital
para su realización, proceso al que nos hemos empecinado en atacar y destruir
en aras de la “Soberanía Nacional” de manera sistemática desde hace ya
muchísimos años, a través de toda una gama de artillería intervencionista, de
la destrucción de varios signos monetarios y de una presión fiscal agobiante.
c)
En una sociedad libre, cada uno recibirá de ese “pastel” en función de cómo
haya contribuido con sus recursos y su esfuerzo personal en su elaboración.
Esto es a lo que Ulpiano se refería al definir a la justicia como un “darle a
cada uno lo suyo”, principio nada atractivo para los parásitos que aspiran a
vivir de sus semejantes productivos y que pregonan que “a cada cual según su
necesidad” en lugar de la racional “a cada cual conforme su capacidad”.
Cuando
el robo se vuelve legal
Bajo
un sistema de genuino laissez faire, la única alternativa que tiene cada uno de
nosotros a fin de subsistir y de progresar es la de atender de la mejor manera
posible las necesidades del mercado, es decir, de nuestros semejantes. Por
supuesto que contamos con otra posibilidad para alcanzar dichos objetivos:
robar. Este camino podría adoptar dos modalidades básicas. Hacerlo revolver en
mano, lo que no solamente no es elegante y trae aparejado el descontento de
nuestras víctimas, sino que además puede conducirnos a la cárcel; o realizar el
saqueo de una manera mucho más sutil y menos riesgosa, logrando que el gobierno
robe por nosotros.
Todo
aquel que goza de un subsidio, de una exención fiscal, de una protección
arancelaria, de un monopolio concedido por ley, etc., se está beneficiando en
desmedro de todos nosotros, es decir nos está robando, con la ventaja de que
ese acto, a todas luces ilegítimo, goza del amparo de la ley.
¿Justicia
Social o Zoocial?
Ese
saqueo legalizado es el corazón de las políticas que tienen por objeto
redistribuir ingresos o de justicia social. Con esta expresión suele ocurrir
algo parecido a lo que sucede con aquellos que creen haber presenciado un
fenómeno ovni: se la pasan hablando de él, pero no pueden precisar realmente de
qué se trata. Con la justicia social ocurre otro tanto. No hay dirigente
político, sindical o eclesiástico que no deje de apabullarnos hasta el hartazgo
con la necesidad de alcanzarla. Ahora bien, en cuanto uno los interroga acerca
de su real significado y de qué aspectos de la misma la convertirían en más
loable que la mera justicia, no se obtiene respuesta alguna.
Si
concordamos en que lo justo es “darle a cada uno lo suyo” y observamos como las
políticas de justicia social le quitan a unos lo que les es propio, para darle
a otro lo que no le corresponde, ni le pertenece, notamos entonces que estamos
ante una clara injusticia.
Podemos
concluir, que no hay nada más injusto que una buena justicia social, la que no
es otra cosa que ponerle un nombre sofisticado al viejo acto de robarle al
prójimo, motivo por el cual, a nuestro juicio, más que social debería
denominársela “zoocial”, en virtud de que nos trata a todos como animales de
sacrificio para los fines de terceros.
El
ser humano es un fin en sí mismo, mientras que la justicia social nos considera
a cada uno de nosotros como un mero medio para los fines de los demás, como
“carne de cañón” que debe ser sacrificada en aras de la tribu o de ese engendro
imposible de definir llamado "bien común".
Primera
del singular
Al
sostener una posición como la descrita, no es extraño que alguien nos cuestione
acerca de qué sucederá con los pobres y los necesitados en una sociedad libre.
¿Qué vamos a hacer por ellos?
Aquí
es precisamente donde radica el error. No se trata de qué vamos a hacer, sino
de ver qué voy a hacer YO por los necesitados (si es que entre mis valores se
encuentra el hecho de brindarles mi ayuda.)
Debemos
comprender de una buena vez que tanto la solidaridad como la caridad son actos
esencialmente individuales y libres, imposibles de ser colectivizados sin perder
su esencia. Yo soy solidario o caritativo cuando voluntariamente me desprendo
de algo que me pertenece (si me roban con la excusa de ayudar a un tercero, ni
yo, y mucho menos el ladrón, estamos siendo solidarios, y si además se hace
demagógica propaganda del hecho, el mismo se convierte en una verdadera burla
al supuesto beneficiario).
Debe
entenderse que la única obligación que debería sernos impuesta para con
nuestros semejantes es la de no molestarlos, ni inmiscuirnos en el ámbito de su
libertad. Todo lo demás que deseemos hacer con y para ellos, debería quedar
librado exclusivamente a decisiones personales y voluntarias.
Para
cerrar estas reflexiones, nada me parece más adecuado que acudir a los
argumentos que la Sra. Ayn Rand expone en una de sus obras:
"La
próxima vez que usted se encuentre con uno de esos soñadores ‘inspirados por el
bien público’, que le espete con rencor que ‘ciertas metas muy deseables no
pueden ser alcanzadas sin la participación de todos’ dígale que, si no puede
obtener la participación voluntaria de todos, será mejor que esa meta
permanezca sin ser alcanzada- y que las vidas humanas no le pertenecen, ni
tiene derecho a disponer de ellas. Y, si lo desea, déle el siguiente ejemplo de
los ideales que pretende. Es posible para la medicina quitar las córneas de los
ojos de un hombre inmediatamente después de su muerte y transplantarlas a los
ojos de un hombre vivo ciego, devolviéndole así, en ciertos tipos de ceguera,
la vista. Esto, de acuerdo con la ética colectivista, presenta un problema
social.¿Debemos esperar a que un hombre muera para quitarle los ojos cuando hay
otros hombres que los necesitan? ¿Debemos considerar los ojos de todos como
propiedad pública y proyectar un método de distribución justo? ¿Estaría usted
de acuerdo en que se le quite a un hombre vivo un ojo para dárselo a un ciego e
‘igualar’ así a ambos, NO? Entonces no continúe bregando por cuestiones
relacionadas con ‘proyectos públicos’ en una sociedad libre. Usted conoce la
respuesta. El principio es el mismo".(La Virtud del Egoísmo- Éticas
Colectivizadas. p.20.)
Tras
largas décadas de haber sistemáticamente atacado la generación de riqueza,
nuestros mandatarios deberían añadirle algo de sentido común a sus ya conocidas
nobles y buenas intenciones. Deberían percatarse de que la solución no pasa por
el hecho de terminar con los ricos sino por ampliar su número.
Gabriel
Gasave es Investigador Asociado del Centro Para la Prosperidad Global y
Director de ElIndependent.org en The Independent Institute, Oakland, California.
Gabriel
Gasave
ggasave@independent.org
@ElIndependent
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