Las
bajezas con las que ha estado plagado el proceso que antecede a la votación
presidencial colombiana en las últimas
semanas son una muestra de lo rastrera que puede ser la carrera hacia el poder
o el irrefrenable deseo de conservarlo a cualquier precio.
En
este vodevil que se ha ofrecido a los
colombianos, y a los que observamos al país neogranadino , desde afuera salen
mal parados todos los candidatos- presidente y expresidente incluidos- los
partidos políticos, las instituciones públicas y la prensa. La campaña tornó
en un circo donde todo se volvió válido,
en el que cada uno ha tratado de pescar en rio revuelto y en el que los
optantes a la magistratura del Estado han perdido estatura
ante el magno evento que está por ocurrir. Las propuestas de acciones
para mejorar la calidad del Estado y transformar a la sociedad parecían quedar en el decorado mientras todos
los 5 candidatos se enfrascaban durante tres semanas en una pelea sin cuartel de bajezas y
descalificaciones.
En
el caso de la prensa, resultó imposible
distinguir lo real de lo falso en esta recta final hacia las presidenciales por
la dosis de amarillismo que le imprimieron a la contienda. Era difícil
diferenciar lo que es noticia real de lo
que es anecdotario vil; lo que es una prueba fehaciente con valor legal y
periodístico de cualquier historia de folletín agrandada desmesuradamente para
hacerla aparecer como lo que no es. Las
revistas han transmitido videos truqueados,
la radio y la TV se han prestado
al juego perverso de la descalificación
gratuita, del golpe bajo, de la mentira disfrazada de verdad con tal de
conseguir audiencia y lectoría.
En definitiva, dentro de tanta zancadilla
política hasta pareciera que los guerrilleros sentados en la mesa de La Habana
han actuado- si no con el mejor espíritu constructivo- al menos con mayor transparencia. No es que el acuerdo
que se acaba de alcanzar sobre la ruptura de la insurgencia criminal del
comercio ilegitimo de drogas vaya a resolver el drama del narcotráfico en
Colombia. Lejos de allí. Pero al menos ha sido sincero. El mínimo denominador
fue bajito porque los representantes de los narcoguerrilleros se comprometieron
hasta donde pueden – que es bien poco- pero hasta en eso hubo sinceridad. El
acuerdo sobre el punto 4 de la Agenda de la Paz terminó siendo un guayoyo bien
livianito que no conduce a nada concreto y que solo sirve para que los
politólgos y afirmen que un acuerdo es bueno aunque su contenido sea bagatela de la buena.
Hasta
para eso ha servido la debacle política que se instaló en el país vecino: para
que al calor de las zancadillas políticas pocos se percataran de lo anodino del
acuerdo en un tema tan crucial como el tráfico de droga. Hasta ha habido
quienes aplaudan el adefesio con el argumento de que al fin Colombia consiguió
que la guerrilla admita su perversa vinculación con la lacra del
narcotráfico…
En
fin, a horas de la convocatoria nacional que le dará aliento a Juan Manuel
Santos o lo condenará electoralmente, pudimos ver en las pantallas chicas a
todos los candidatos batirse en el duelo de las ideas frente al país. Si no
fuera porque todo el ambiente de traposerias de los días pasados le quitó
brillo al proceso, habría que decir que Colombia se luce por la talla
intelectual de sus candidatos, por sus análisis certeros, por sus propuestas
vanguardistas por su amor al país, por su ánimo constructivo.
Cómo
es que eso se da de la mano y
convive con las lamentables escenas de
la batalla política a las que hemos asistido, yo no lo sé. Pero en todo caso
hay que desear lo mejor para los vecinos y que salga ganador quien más méritos
tiene.
Beatriz
de Majo
beatrizdemajo@gmail.com
@beatrizdemajo
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