«Ni en nombre de la
república ni por la autoridad que le confiere una írrita ley que pidió para
legitimar sus atrocidades. Ni en el nuestro, soberanos impedidos de
materializar nuestra voluntad, Ni virtud al Mito del Comandante Supremo que los
parió. El caos reina sobre las ruinas de una república, pero ninguna calamidad
es tan inmensa que desafíe a la Inteligencia y logre suspenderla»
Ocurre en diversos
lugares del mundo, ante la indiferencia de muchas naciones. Innumerables
personas son criminadas: perseguidas, confinadas en hospicios, torturadas,
condenadas a morir a causa de su disidencia política, creencias religiosas o
renuncia a ellas (apostasía). Hechos que prueban la vigencia de la libre
determinación de gobernantes bárbaros, que no de los pueblos víctimas. Esas y
esos bestias tienen preponderancia sobre las y los defensores del Ser Humano.
Por ello, no extraña la solidaridad incondicional entre esos sujetos a los
cuales llaman (cortésmente) «dignatarios».
¿Por qué a quien
recibe la investidura de «Presidente Constitucional» se le llama igual
«dignatario» y a sus empleadores nos dan trato de esclavos? ¿Cuándo inició esa
mala saña que convierte a los gobernantes en peligrosos enemigos de los
ciudadanos que acudimos, con más esperanza y sentimentalismo que razonamientos,
a votar para escogerlos? ¿Qué impulsa a personas que fueron elegidas para
gobernar países a emplear sus fuerzas armadas nacionales contra gente que
expresa su legítima protesta y malestar? No somos, los electores,
¿constitucionalmente ciudadanos con autoridad para ejercer eso que se infiere como
soberanía?
En la calle, recintos
educativos, en la vejatoria y tortuosa espera para comprar alimentos, siempre
se oyen amargas quejas. Algunas en voz alta porque la frustración se manifiesta
y, rabiosa, prorrumpe. El caos favorece a los antisociales del coliseo
institucional, quienes buscan y logran ventajas en perjuicio de los apacibles.
Resignados, todos sufrimos el martirio. Pero el soberbio gobernante, conforme a
su predecible «libre determinación», nos condena a escucharle sus infamias e
idioteces y también la de un funcionariado cómplice que insensibiliza a la
población mediante su infinita perversidad. A un Fiscal General parece no
importarle que se le llame Fecal, a una magistrada vileza, a un diputado eructo
de tuberculoso. Son felices en «Pustulandia», disfrutan interactuando para
destruir a una nación que no los merece.
En «Pustulandia»
los de mayor o menor jerarquía hablan,
visten y caminan idénticamente. Pero, es más doloroso escuchar a sus
despreciados «adeptos de perrería» propagar la fétida Mitología del Comandante
Supremo. La estupidez e ignorancia los hace cometer perjurio cuando, con
infundios, acusan de todos los males a opositores de la tiranía mientras
afirman que «[…] antes del advenimiento del supremo que les dio patria sólo
comían galletas para perros y desechos de carnicerías […]», Con una mueca
horrenda encaran las quejas de quienes, como ellos, padecemos al momento de
buscar productos del consumo diario.
Los «adeptos de
perrería» y quienes enfrentamos la hostilidad del funcionariado de gobierno
estamos en la misma periferia. Pero, a diferencia de quienes defino
«falaciegos», nosotros somos víctimas conscientes de estar bajo asedio. Nada de
cuanto experimentamos responde a nuestra «libre y soberana determinación»,
porque hay un gobierno agresor que la ejerce flanqueado por una mercenaria
fuerza armada que algún día tendrá que ser condenada y abolida.
Alberto Jimenez Ure
jimenezure@hotmail.com
@jurescritor
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