Una profunda tristeza embarga nuestra alma,
cada día nuestro país se viste de luto. Las lágrimas se han hecho compañeras
del corazón. La vida bendita que parió nuestra patria deja de sonreírnos, se va
sin despedirse, dejando tantas tareas inconclusas, cae derribada buscando hasta en su último aliento la
libertad. No hay un sentimiento que tenga más carácter de infinidad que el amor
que se siente por un hijo, y al saber de los hijos caídos de nuestra nación
evocamos los hijos infinitos del poeta Andrés Eloy Blanco: "Cuando se
tiene un hijo, se tiene al hijo de la casa y al de la calle entera".
"Cuando se tiene un hijo, se tiene el mundo adentro y el corazón
afuera".
Y así hemos vivido en tiempos de revolución
los venezolanos, con el corazón afuera, gritando en el silencio de nuestras
almas que Dios nos guarde la vida; tratando de atraparla como agua que se
escapa entre las manos. Hemos sido víctimas de un gobierno que por años
abandonó a sus ciudadanos ante la delincuencia, despreciando sus vidas con la
más vergonzosa indiferencia. Y en la herencia impuesta, en el legado pérfido se
ha potenciado la crueldad de un gobierno que equivocadamente ha gastado
millones de nuestro dinero para comprar armas para la única guerra que enfrenta
en su propia casa y en la que mata a sus propios hermanos.
Podrán tratar de maquillarse el rostro, de
mostrar apariencia de piedad; pero la cara del odio es horrible en cualquier
lugar. En las calles de nuestro país la sangre de la vida ha perdido su rojo
rutilante para convertirse en un morado opaco y sombrío; para convertir las
dulces y esperanzadas almas de las madres en un desierto desolado que llora y
gime. La violencia no se esconde debajo de bonitos atuendos. No hay panqué que
disimule el morado de los golpes, no hay colirio que devuelva el blanco a los
ojos enrojecidos por las bombas, no hay tela de ningún color que pueda ocultar
la sangre derramada. Han entregado la vida de sus propios ciudadanos ante los
monstruos creados por su odio, que empuñan armas que solo el gobierno ha
pagado.
Si no preservamos el derecho a la vida hemos
perdido el fundamento de todos los demás derechos. La mayoría de las
instituciones que se han erigido con este fin se han convertido en sepulcros
blanqueados, muestran apariencia de verdad pero en su interior consienten la
muerte. Hacen honor a su apellido e insulsamente tratan un tema tan sagrado.
Como bien sostuvo Juan Pablo II: "Todo atentado contra la vida es también
un atentado contra la razón, contra la justicia y constituye una grave ofensa a
Dios". Si ellos no hacen justicia, que Dios los juzgue a ellos. La
justicia divina se presenta cuando menos la esperamos, ante ella no hay
sobornos que valgan.
¡Oh, vida preciosa! ¡Oh, vida bendita!
Respetarte es un valor universal, un principio fundamental para la convivencia.
Protegerte es un deber de todos los estados de la Tierra. ¡Tú eres el don más
preciado que existe! Con cuanta fuerza anhelamos que nuestra nación te abrace,
te honre y te cuide hasta el último de tus suspiros. Los venezolanos valoramos
la vida, reclamamos nuestro derecho a la vida, queremos la vida y es un deber
irrenunciable luchar con cada célula de nuestro ser en la consecución de la
misma.
El derecho a la vida, y la vida más feliz
posible, es el fundamento de todos los derechos de la humanidad. Sin este
derecho no tenemos nada, lo hemos perdido todo. ¡Oh, vida preciosa!
Rosalia
Moros de Borregales
rosymoros@gmail.com
@RosaliaMorosB
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