Esta columna comenzó la primera semana de
abril de 2012. Hace, pues, exactamente 12 años que circula con la única
excepción de la semana siguiente al fallecimiento de mi padre, en 2004. Fuera
de eso, jamás he dejado de escribirla.
Su preparación, aún cuando la escribiera en
el límite de la entrega, me ocupaba mucho tiempo. Casi todo el tiempo. Leer
mucha prensa, escuchar a los que saben, pensar, tomar notas, consultar libros y
hemerotecas, llamar expertos para que me ayudaran a perfilar mis visiones.
Fue más que un trabajo, un hábito, un afán de
tiempo completo; y, muy probablemente, un empeño superior a mis posibilidades
(lo que se infiere del esfuerzo que siempre supuso para mí). Pero el caso es
que cada semana tenía una perspectiva de la realidad venezolana, un aspecto que
consideraba digno de analizar, una mentira que me sentía en el deber de
desmontar y denunciar, una hegemonía que enfrentar, una perversidad que
desenmascarar.
Ya no es así. Desde hace días no logro ver
qué es lo que está pasando. No sé quién gobierna en Venezuela ni con qué
proyecto. Lo único que tengo claro es que hay unos criminales que se han hecho
de formidables fortunas y hacen todo para conservarlas y acrecentarlas. También
es diáfano que a los ricos de Chávez se suman los de Maduro y Cilia Flores, que
vienen locos de avidez a llenar sus arcas. El ejemplo de los tiempos de Chávez,
quien ofreció la república a los buitres que se arrojaron sobre ella para
despresarla a dentelladas y repartírsela, estimula a los recién llegados que quieren
su parte del botín y se arrojan sobre él salivando.
En ese constante reacomodo de las fuerzas
participan los capos revolucionarios, los militares y los jefe cubanos. Pero
más que eso, no veo.
Es posible que en Venezuela se haya acabado
la política y, por tanto, el análisis es imposible: sería como proponerse un
zoológico de dinosaurios.
Lo que sí es seguro es que en nuestro pobre
país mandan unas fuerzas que desconocemos –o, al menos, yo ignoro del todo-
porque se ocultan voluntariamente, porque necesitan de las sombras para obrar,
porque dada su naturaleza criminal no trabajan sino en el misterio. Y es
posible que Venezuela no sea más que el escenario aterido de un conflicto
geo-político, donde los venezolanos no somos sino parte del paisaje, daños colaterales.
No lo sé. Lo intuyo, lo sospecho y, peor, lo
temo.
Es evidente también que esos bultos movedizos
cuyo contorno me es elusivo se caracterizan por su degradación moral. Es la
impronta de Chávez, un lisiado del alma, sin escrúpulos y sin límites en su
desenfreno de corrupción, violación de las leyes y entrega del país al ocupante
y a quien quiera venir a desgarrarlo. Pero ya eso lo he dicho. Más grave aún:
ya eso es sabido. Por todos. No hay nadie en Venezuela y en el mundo que ignore
la estela de destrucción de Chávez y sus cómplices. No se necesita columnistas
que digan eso.
Ya hemos dicho también que, para tener
preeminencia en el chavismo, es preciso brindarse al sacrificio ético: si
quieres hincarle el colmillo a la entraña palpitante de Venezuela, debes
ponerte en cuatro patas y ofrecer el espinazo moral para que te lo partan. Solo
así podrás participar del banquete que desmedra a la patria.
En suma, dije lo que podía cuando veía con
claridad (o creía hacerlo, que para el caso es igual, puesto jamás escribí una
línea que no fuera dictada por la buena fe, cátedra que evidencia mi modesta
hacienda y pasar). Ya no veo. Percibo la lobreguez, que es distinto.
Esta incapacidad para detectar con nitidez
qué es lo que está pasando y para dónde va mi pobre país, coincide con los
cambios en el periódico que me hizo el honor de contratarme hace 12 años,
iniciativa que agradezco por siempre a Sergio Dahbar. En este momento, como se
ha visto, no tengo papel en El Nacional.
Guardo las cartas de los lectores, coral de
generosidad y cariño, que muchas veces me sostuvo en momentos de persecución y
amenazas (frente que manejo muy mal por mi falta de militancia partidista,
actividad que tiempla el espíritu, y mi horror a la violencia. También conservo
el puñadito de insultos de algunos amigos, porque creo que pueden ser data
interesante para una historia de la intolerancia).
Agradezco el apoyo de Ana María Matute, jefe
de las páginas de Opinión o algo así, a quien hice llegar mi columna por no sé
cuántos años, así como la primorosa dedicación de Flor Cortez, quien corrigió
mis columnas y algunas veces se tomó la molestia de llamarme para hacer ver un
error y enmendarlo.
Ha llegado el momento de despedirme de este
espacio. Ya no puedo analizar el país. Trataré de narrarlo.
Milagros
Socorro
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Extraordinario articulo de Milagros Socorro. Uno de sus mejores y mas incisivos. Lo considero un hito para el nuevo pais que renacera muy pronto.
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