Al
Qaida se diferencia en un punto de las Farc: rechaza las entrevistas con la
prensa. Sus jefes muy pocas veces
aceptan ser interrogados por un periodista. Ellos siguen el precepto que
dice: “La jihad y el fusil, no negociación, ni conferencias, ni diálogo”. Esa
línea fue trazada por Abdallah Azzam, el preceptor político de Usama Ben Laden.
Para
las Farc, por el contrario, utilizar a la prensa, sobre todo mediante
entrevistas de complacencia, es indispensable. Eso hace parte de su
instrumental político-militar. Pues el diálogo con un periodista es el mejor
medio que tienen para consolidar la amenaza. También, pero en segundo orden,
esos contactos les sirven para mejorar su maltrecha imagen, para facilitar sus
contactos discretos con gobiernos extranjeros y optimizar las condiciones de sus
reclutamientos en Colombia y en el exterior.
Las
entrevistas que conceden los jefes de las Farc en La Habana, gracias al
tinglado montado con la venia del presidente Santos y de los dictadores de esa
isla, con el pretexto de unos falsos diálogos “de paz”, tienen esas metas y
otra más: transmitir el mensaje subliminal a los colombianos de que ellas, las
Farc, la estructura criminal más desastrosa del hemisferio, están más en
sintonía con el país que en conflicto y en guerra con éste.
La
entrevista de complacencia es un animal raro. El periodista anula en ella la
distancia moral, intelectual y política que debe existir entre un miembro de
esa noble profesión y un criminal. El periodista, en este caso, se sienta a
dialogar plácidamente con un delincuente sin rechazar sus mentiras más
insoportables, sin contra-preguntarle,
sin exigir la ampliación de ciertas frases comprometedoras, sin
identificar las amenazas, etc.
La
entrevista de Noticias Rcn, realizada en La Habana por el enviado especial
Rodrigo Pardo (1), le permitió a Iván
Márquez aparecer como el gran campeón,
quizás como el único campeón de la paz en Colombia. Las Farc son allí un partido decente,
humanitario, que jamás comete crímenes. Estos son solo producto de la
imaginación de sus enemigos. Pues el periodista se sentó a dialogar con
Márquez como si estuviera ante el Papa
Francisco.
El
jefe terrorista, uno de los más sangrientos e implacables de esa organización,
recitó en esa entrevista 39 veces, en todos los tonos, la palabra paz, en el sentido de que las
Farc buscan la paz de forma permanente y
se sacrifican por ésta. Esa mentira no despertó la atención del periodista.
Tampoco se inquietó cuando Márquez dijo que lo que buscan ellos es “una pausa en
la guerra”. Una pausa, no “el fin del conflicto”.
En
vista de esa inatención, Iván Márquez se atrevió a ir más lejos y llegó a
asestar duros golpes retóricos. “Quien promueve la guerra debe estar loco”,
exclamó Iván Márquez, como la cosa más natural. Pues él no promueve la guerra. Jamás. Iván
Márquez reiteró, más adelante, que el
belicoso no es él sino el gobierno, sobre todo el ministro de Defensa quien es,
según el terrorista, “un francotirador de este proceso de paz”. Rodrigo Pardo
se tragó también esa culebra.
Como
le dejaban decir cosas increíbles, Márquez difundió trozos de antología de la
propaganda fariana. Lanzó que no hay víctimas de las Farc sino “del conflicto”,
que las Farc sólo harán un “acto de contrición” si “todos los actores del
conflicto” hacen lo mismo. Para Iván Márquez, las Farc y las fuerzas del orden
son moralmente equiparables.
Respecto
del bárbaro asesinato a golpes de dos policías desarmados en Tumaco, el
periodista le dejó decir a Iván Márquez que los “muchachos” de las Farc habían
hecho eso pues esos policías eran unos “espías” y esa era la única respuesta
ante la “presión militar”. Sin inmutar a su interlocutor, agregó que si él y
sus comparsas en La Habana hubieran sido “consultados” al respecto, ellos
habrían ordenado “la libertad inmediata” de los dos policías. Qué maravilla.
Otra
perla: según Iván Márquez, los narcotraficantes no son las Farc sino “los
campesinos”, que hacen eso por culpa de la “política neoliberal”. Márquez exige
que Colombia no combata los carteles, ni erradique los cultivos ilícitos, ni
“dependa de Estados Unidos”, sino que se dedique a “consultar con los
campesinos” y a trazar “planes alternativos” para ellos (léase para las Farc).
Iván
Márquez lanzó una tremenda amenaza. Mientras no haya un cese al fuego
bilateral, y mientras no se firme un “tratado” con el gobierno para la
“regularización de la guerra”, dijo, la
población civil seguirá sufriendo las consecuencias. Es decir, seguirá siendo
atacada cobardemente, como hasta ahora. “Las Farc tienen sus proyectos en la
cabeza y en el campo de las operaciones militares, pero creo que nos sabemos
defender un poco de modo que eso [el cese al fuego bilateral] sería algo útil”.
El
jefe de las Farc admitió ante Rodrigo Pardo que las Farc tienen “prisioneros de
guerra”. Empero, el periodista no retuvo ese punto, ni pidió una ampliación de
esa revelación que desmiente, precisamente,
lo que habían dicho las Farc al comienzo de las peripecias de La Habana.
La
entrevista de Rodrigo Pardo tuvo, al
menos, un mérito: en medio de la avalancha de mentiras de Iván Márquez, éste
soltó una frase que podría ser, quizás, la única verdad dicha por él ese día y
que vale su peso en oro: que “Colombia y Cuba acordarán qué hacer si no
logramos llegar a un acuerdo de paz”.
¿Qué
hace esa frase en medio de una larga respuesta sobre la presencia o no de alias
Simón Trinidad en “la mesa de La Habana”?
Esto
quiere decir una cosa: que la negociación actual en La Habana no es entre el
gobierno colombiano y los jefes de las Farc, sino entre Colombia y Cuba.
Por
eso el intento de Iván Márquez de fragilizar la posición de Colombia frente a
Cuba cuando Rodrigo Pardo le sirvió el tema de las “pinchadas” telefónicas destinadas a escuchar a los
agentes de las Farc en Cuba. Márquez replicó que la inteligencia militar colombiana
había “violado la soberanía de Cuba”.
Según
la hipótesis, Colombia estaría sufriendo, tras la mampara de las negociaciones
entre Santos y las Farc, un proceso de acomodamiento entre Cuba y Colombia, a
espaldas de Colombia, de su Parlamento, de sus autoridades, de sus electores,
de la prensa, de las fuerzas armadas y del ministerio público. ¿No fue eso lo
que le hizo Cuba a Venezuela? Cuando Hugo Chávez estaba en vida, Cuba se
aprovechó de la enfermedad de ese mandatario para arrancarle los últimos vestigios de soberanía
que le quedaban a Venezuela, sobre todo sus recursos financieros y petroleros,
hasta culminar en la aceptación de la llegada al país de tropas de combate y de
comisarios políticos cubanos que fueron ocupando y controlando los centros de poder de Venezuela.
Eso
fue hecho de manera clandestina, a espaldas de los venezolanos y del mundo entero. Lo único
visible de ese proceso es lo que se ve ahora. La revuelta popular-estudiantil
contra eso ha sido atacada violentamente y siguiendo los esquemas cubanos de
represión.
Igual
le sucederá a Colombia si las pretendidas negociaciones no cesan: quienes
están tratando de minar las
instituciones de Colombia para que Colombia ceda su soberanía, su independencia
y su economía, son los dictadores, quienes necesitan eso para evitar el colapso
de la isla-prisión. Las Farc no hacen sino el papel del comodín que oculta la
verdadera naturaleza de los negociados en La Habana.
A
la luz de esta hipótesis las particularidades de los convenios entre Santos y
las Farc muestran su coherencia. Ello explica el carácter ultra secreto de las
conversaciones, justifican el hecho de
que sólo las Farc hablan sobre lo que
quieren, mientras que las posiciones de Santos ante las exigencias y anuncios
de las Farc son inexistentes. Eso explica las reuniones secretas entre las Farc
y dos negociadores (Humberto de la Calle y Sergio Jaramillo) de las que es
excluido el General Mora, información no desmentida hasta hoy.
Al
final, Iván Márquez le agradece al ex ministro y periodista Rodrigo Pardo ese
intercambio: “A mí personalmente me gusta hablar con personas que estén por la
paz.” Sin comentarios.
Eduardo
Mackenzie
eduardo.mackenzie@wanadoo.fr
@MackenzieEdo
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